Las calles cubanas, principalmente en la oscuridad que brinda la noche, y bajo las sombras de muros, árboles y la inactividad policial, se han convertido en un hervidero de violencia.
Y no hablamos ya de aquella que antes se desataba – porque siempre la violencia existe y forma parte de las manifestaciones dentro de las sociedades humanas – en las que las personas solían dirimir sus diferencias «a caballero», sino de aquellas que en los libros de textos de la escuela nos contaban eran «rasgos del pasado».
Para una persona nacida en 1969, la mayor violencia en los conflictos se veía cuando, muy raramente alguien sacaba un cuchillo o un machete; o cuando uno agarraba un palo o un hierro y el otro, echaba manos a las piedras. Hoy los primeros – aquellos que usan armas blancas – son los más; y a veces «suena» un arma de fuego.
Existe actualmente una ferocidad que sacude los cimientos de la sociedad cubana, y dos incidentes recientes han puesto de manifiesto la crudeza de este fenómeno en la isla, revelando no solo la brutalidad de los ataques sino también la vulnerabilidad de ciertos grupos y la aparente inacción de las autoridades.
En Cárdenas, provincia de Matanzas, Rossana Suárez, una joven trans de 22 años, fue víctima de un ataque transfóbico de una brutalidad inusitada.
Señala el portal ADN Cuba que en la madrugada del 4 de noviembre, Rossana fue encontrada en la calle Real, con heridas que hablan de un ensañamiento que trasciende el mero asalto.
La joven presentaba fracturas en el cráneo, múltiples puñaladas y una casi fatal herida en el cuello. Según el activista LGBTIQ+ Yoelkis Torres Tapanes quien ofreció declaraciones al medio independiente, este caso supera en gravedad a otros ataques anteriores a miembros de la comunidad trans.
Sin embargo, nadie parece tomar cartas en el asunto; y este es un mal que trasciende los límites de Matanzas. Hace apenas unos meses se reportó en Camagüey el transfeminicidio de Samira Lescar, presuntamente a manos de su expareja.
Otro hecho, simultáneo en el tiempo con la agresión brutal recibida por Rossana en Cárdenas, ocurrió en el Entronque de Herradura, en Pinar del Río, cuando la violencia irrumpió en una celebración familiar. Un hombre, no invitado a la fiesta, atacó a otro con una botella rota, dejándole una cicatriz en el rostro. A pesar de las llamadas a la policía, la ayuda nunca llegó, dejando a los vecinos en una situación de miedo y frustración, según reportó el periodista Alberto Arego.
Recientemente, un estudiante universitario en Pinar del Río, identificado como Darién Eduardo Herrera López, murió en una riña, no resuelta a los puños, como solía hacerse antes.
A estos hechos se suman los asesinatos de dos jóvenes en Manzanillo, la pasada semana. Uno murió a manos de otro, que quiso robarle la moto. El segundo, tras un aparente conflicto con otros dos dentro de una fiesta. Ambos murieron a cuchilladas.
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La violencia en Cuba es un reflejo de problemas sociales más profundos. Es un grito que no puede ser ignorado.