¿Cómo funcionan las ventas de garaje en Cuba?

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En EE.UU. se le llama «garage sale» y nadie necesita una licencia para vender lo que es suyo y ya no usa; pero en Cuba… en Cuba todo funciona por milagro y obra del espíritu santo de la burocracia.

Una crónica sobre las personas a las que se les otorgó la primera licencia en Cuba para ejercer las ventas de garaje nos dice que al principio, los choferes y dueños de bicitaxis le preguntaban dónde tenía el garaje en venta y cuánto costaba. Simplemente confundieron «ventas de garaje» con «venta de un garaje». El primer término era extraño para todos.

Después se corrió el chisme de que en su casa se iban del país y por eso lo estaban vendiendo todo, incluso lo más mínimo. Desde ropa interior poco usada, hasta muebles con algún grado de desbarate, ollas eléctricas sin cables, pedazos de ventiladores, figuras de cerámicas medio rotas, zapatos viejos, orinales de bebé y todo lo que sobrara en la casa y pudiera cambiarse por unos pocos pesos.

En realidad no se iban del país. Esa idea era utópica en una familia “revolucionaria” como aquella. Dos hijos universitarios con sendos títulos de oro colgados en las paredes y pocas habilidades para los negocios tenían que agarrarse de lo que fuera con tal de “resolver”, al margen de sus trabajos estatales que, como es habitual en Cuba, no les alcanzaban para vivir.

Fueron la primera licencia para ejercer ventas de garaje en el municipio Artemisa, de esa misma provincia. Aprovecharon la generosa y nada casual oportunidad para implementar comercios de este tipo en los domicilios, algo que pareciera no tener que ver con la crisis del país, su escasez de absolutamente todo y con la incapacidad del estado para abastecer de algo tan cotidiano como la ropa y el calzado, pero resulta todo lo contrario. No es casual que se haya autorizado este tipo de actividad en una Cuba, donde a no ser las tiendas que ofertan productos e MLC, el resto se mantienen desiertas.

Como si fuera poco, el mercado paralelo, que se encargaba de vestir y calzar a los cubanos gracias a los bultos traídos de Panamá, Rusia, España o Estados Unidos; se vio limitado por la pandemia y la mercancía que llega al país es vendida hoy al doble o al triple de su precio anterior. Un par de tenis, por ejemplo, cuesta no menos de seis mil pesos, un ajustador oscila entre los 450 y 500 pesos, un par de chancletas en dos mil y así en sumas ridículamente increíbles. Por no hablar del aseo y la comida porque ya con eso se pagaría la deuda externa.

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El gobierno aprobó finalmente las ventas de garaje para tratar de paliar algunas de las necesidades más perentorias. Algo que no fuera rutina habitual de fin de semana en el mundo entero, donde ni siquiera necesita ser aprobado por ninguna entidad.

La burocracia y el papeleo se adueñan del negocio de las ventas de garaje en Cuba.

En Cuba no es así. En Cuba usted debe dirigirse a la Dirección de Trabajo y Seguridad Social más cercana, copiar en una memoria flash el honorable autorizo e ir a imprimirlo en el negocio más próximo. Como sabemos los tóners son muy caros para el país y en una simple oficina municipal no podemos darnos esos lujos.

Luego, ya con su planilla impresa, usted deberá perseguir con mucha paciencia al directivo de esa oficina y si está de buen ánimo, si usted se porta bien y no le cae mal a esa distinguida persona, entonces ella recibirá su documento y otra vez con mucha paciencia, usted esperará dos o tres días para recogerla y abrir su negocio. Pagará 50 pesos por el trámite y no deberá rendir tributos a la ONAT. Podrá vender artículos viejos en su domicilio.

Claro que no es vender por vender, como en una maratón. Cuídese de chivatos, envidiosos y algún que otro inspector que busque llenar el bolsillo.

Para llevar a cabo la iniciativa  se convocaron a profesionales de distintas ramas: marketing, comunicación, economía y finanzas para que elaboraran sus respectivas presentaciones de Power Point.

Por supuesto que la televisión nacional cubrió aquel suceso y fue transmitido para que la gente del interior del país también aprendiera, como los muchachos de los títulos de oro en Artemisa, que seguro tomaron nota para no fracasar en el empeño.

En Artemisa la gente poco sabía de esta modalidad comercial, pero los muchachos se encargaron, doble nasobuco mediante, de explicar a cada cliente en qué consistía el asunto y cómo los objetos que ya no guardaban demasiado valor para ellos, podían cobrar una nueva utilidad en otra persona que les diera un mejor uso.

En esa filosofía implicaron a muchos amigos que ellos llaman ahora proveedores. Así han tejido una pequeña red de comercio que no solo les ayuda a sostener una casa y una familia dentro de un país que parece caer a pedazos, sino que les permite ayudar a alguien más y construir un espíritu de reaprovechamiento y reciclaje.

En la licencia les indicaron los días que podían vender y el período de tiempo. Les dijeron también que nada de aseo o cosas nuevas. Un día recibieron una oficial de la policía deseosa de encontrar algo irregular. La trataron como a un cliente más y eso la intimidó. No tenían nada que esconder y eso la decepcionó. Se fue al instante. Los muchachos le dijeron que tuviera buen día.

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