La música, en su expresión más pura, es un arte que transmite emociones, historias y críticas sociales. Sin embargo, cuando este medio se utiliza para lanzar ataques personales bajo el disfraz de la llamada «tiradera», se desdibuja la línea entre el arte y la agresión.
El reciente enfrentamiento entre El Carli y El Taiger, con la participación ahora – ¿o desde siempre? – de Aldo El Aldeano podría ser un claro ejemplo de cómo la tiradera puede cruzar el límite y convertirse en algo más que una batalla lírica.
El Carli, al lanzar «La Gatica de mi zona» contra El Taiger ha reavivado la polémica al respecto, pues todo indica que no solo buscó demostrar su habilidad y destreza en el rap, sino también atacar directamente a «su oponente».
Para algunos, ha sido una actitud oportunista, si pensamos que El Carli es un nuevo exponente. Si nos guiásemos por recientes declaraciones hechas por él mismo en una entrevista, nos surge una pregunta: ¿qué hace El Carli metido en esta pelea?
Vayamos a su Instagram y no precisamente a ese post publicado con El Taiger vestido de policía donde le dice: «tú vas a aprender a respetar a los hombres chivatón» y saca su pluma afilada.
No. Vayamos a febrero 3, cuando a raíz de una desafortunada imitación del acento boricua dijo que él aprende cada día de sus errores y que trata de «limpiar con esfuerzo y trabajo duro la imagen que los cubanos debemos dar al mundo«.
¿A qué se refería? ¿Por qué había imitado el acento boricua «horas antes»? ¿Qué sucedió?
El joven argumentó en su disculpa que había imitado el acento boricua para deslindarse de la mala imagen que dan los cubanos. O sea, él no quería ser reconocido como «cubano» dentro de la industria musical por la mala imagen que dan los cubanos.
«Soy de Cuba y orgulloso de mis raíces, también orgulloso de todos los latinos y nuestra cultura. Pido disculpas y que todo esto sea para aprender«, señaló además.
Sin embargo, ahora, ¿qué hace?
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La reacción de El Taiger a El Carli, apoyado por un grande del rap cubano, Aldo, demuestra cómo estas disputas pueden escalar y perpetuar un ciclo de respuestas agresivas, donde el objetivo parece ser herir lo más profundamente posible, más allá de cualquier consideración por el arte o el respeto mutuo.
Hay quienes afirman que existe entre todos ellos una especie de acuerdo no escrito de irse diciendo cosas y reconciliándose después, porque esto sirve para mantenerse en el boom y a sus fans ocupados.
La presunta tiradera entre estos artistas refleja un problema más amplio dentro de la industria musical y la sociedad en general: la glorificación de la violencia verbal y la agresión como medios válidos de expresión.
Esto no solo desvirtúa el valor artístico de la música, sino que también establece un mal ejemplo para las generaciones más jóvenes, quienes podrían ver en estos comportamientos una forma aceptable de resolver conflictos o destacar en el ámbito público. Y de hecho, lo estamos viendo y viviendo.
En última instancia, mientras que la competencia y la crítica pueden ser componentes saludables de la creatividad y el desarrollo artístico, es crucial recordar que el respeto y la integridad deben prevalecer.
