Simplemente Alcides

Havana
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Alcides estuvo en mi casa una sola vez, pero ya no volverá a ir. A pesar de haberse ido, todavía su cuerpo en el sofá, acostado, lo tengo grabado en mi memoria.

Había venido – dijo ese día – por un par de horas, pero se quedó tres días. ¿O dos? Cocinó y fregó. Cantó y recitó poesía.

Por alguna razón extraña me parecía conocido aquel desconocido. Luego supe que frecuentaba la beca de Fy3ra y que de algún modo extraño coincidimos varias veces en algún sitio sin siquiera conocernos. Supe que hizo humor en La Leña del Humor. Supe que fue dibujante humorístico en el semanario Melaíto.

Alcides se quedó tres días, ¿o dos?, en una casa que visitaba por primera vez y de la que dijo, cuando llegó, «me tengo que ir enseguida».

Mi pareja de aquel entonces, amiga suya, me lo advirtió entre risas: «Prepárate, que este es de los que donde llega se embasa». ¡Bendito embase!

Alcides no pudo irse esa noche. Alguien que tenía que venir a recogerlo no vino, y Alcides se quedó.

Alcides se fumó sus cigarros y los míos. Se tomó mis cervezas belgas y algunas Heineken y Coronas que teníamos.

Alcides recitó poesía, hizo cuentos y cantó. Bailó. Y claro, se emborrachó.

Alcides se levantó al otro día y no quiso irse. Ya estaba de pie cuando yo desperté y el día estaba lluvioso. Entonces se quedó, y repitió la misma operación del día anterior. Sí, salió un momento a buscar cigarros.

Al tercer día, Alcides se montó conmigo en el auto para que yo lo llevara a Coral Gables a un evento de poesía en La Otra Esquina de las Palabras, en el Café Demetrio. Nunca me dijo nada del viaje, pero dos días después supe que se quejó de mí como chófer. Le dijo a mi ex pareja:

«No me monto más con él; es un loco».

Me consta. Carlos Manuel Álvarez, escritor y periodista cubano lo sabe y me lo critica. Y se asusta, incluso, pero siempre me llama para que lo lleve a algún lado. Se siente seguro, dice. La última vez me lo confesó:

«Coño, Robe, es que tienes habilidades».

Alcides no volvió más a mi casa y no fue por tener que pedirme otra vez un ride y viajar con el corazón en la garganta.

A cada rato le pedía a mi novia que volviera a invitar a Alcides a la casa. Ella, su amiga, nunca más lo hizo.

Ayer, me envió una poesía que él, de la nada, le hizo y le envió días antes de morir. Me dijo con el llanto ahogado:

«Cosas de genio. Sin saber lo que me pasaba en ese momento, ni haber hablado conmigo desde hacía rato, meses… me escribió eso. Yo sabía que se iba a morir pronto, por eso no quise verlo más.»

Luego, más calmada, me confesó, como quien guarda un secreto muy valioso:

«Por ahí tengo guardados unos dibujitos de él que me hizo en unas servilletas»

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