Churrisco, una fiesta interminable

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Octavio Armando Rodríguez Fernández es un nombre que se puede condensar en un apodo Churrisco, el cual es una de la referencias imprescindibles del humor cubano del siglo XX y lo que del XXI puedo vivir este actor, licenciado en Lengua y Literatura Rusa, y descendiente de otro inmortal de la risa cubana: Leopoldo Fernández, otro nombre superado por un personaje y un apodo: Tres Patines, protagonista pícaro de La tremenda corte.

Hace tres años falleció Churrisco —nacido en La Habana en 1947— y quizás dejó a todos con la duda de cómo sonaría uno de sus cubanísimos chistes en ruso. Quizás hasta más simpático aun, dada la versatilidad y agilidad de su voz, y sobre todo porque siempre apostó porque “mientras más nacional seas, más internacional serás”.

Y Churrisco era bien cubano, y no un cubano de cuadro de candonga, no un cubano de postal de colores chillones, sino un cubano natural, cotidiano, noble y agudo. Y era más cubano aun cuando se paraba en un escenario o frente a las cámaras. Aunque repitiera una y otra vez el mismo chiste, o la televisión retransmitiera una y otra vez el mismo sketch. Es lo mismo que sucedía con Carlos Ruiz de la Tejera.

Con este tipo de humoristas como de la Tejera y Churrisco  los públicos gustaban repetir casi de memoria los monólogos que los distinguían, y a los que ellos distinguían pues los convertían en irrepetibles en boca de otros actores. Porque la comicidad de estos dependía casi más de sus proyecciones escénicas que de los propios relatos. El humorista hace al chiste, y no al revés, es la gran lección que estos grandes de la risa han legado a sus colegas artistas.

Churrisco declaró en entrevistas que sin dudas el humor “es la sal de la vida, pero esa sal tiene que ser yodada. Debe exigirse calidad y estilo”, y eso claro, sin caer en remilgos ni puritanismos, sino haciendo un humor que se quede en la mente, por texto y actuación. Aunque esto vaya acompañado por la nostalgia de no ver nuevas interpretaciones. Así Churrisco ha pasado al reino de la memoria, donde se le puede hacer actuar una y otra vez, y buscar una sonrisa cuando se esté triste. Ese es su legado para todos los que tuvieron la suerte de verlos actuar.

Las generaciones que no pudieron disfrutar de humoristas como Enrique Arredondo o el propio Leopoldo Fernández, pueden reclamar haber sido testigos de la vida de Churrisco, la que regalaba a través de sus chistes siempre vitales y universales, como deseó, pero sobre todo atemporales. Tal como su tío aun hace reír a los cubanos de hoy y hará reír de seguro a los cubanos del futuro, que escuchan las grabaciones de La Tremenda Corte, así Churrisco podrá regalar risas en días lluviosos a los cubanos por venir.

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