El Parque Lenin cumple 50 años con escaseces, colas y solo tres aparatos funcionales

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Uno de los síntomas más llamativos de la tristeza de un país es la decadencia de los parques de diversiones, símbolos cimeros de la alegría y la lozanía de los niños, de su incansable sed de diversión, de sus energías inagotables. Un parque de diversiones descolorido, roto, silencioso, es como un niño que llora al comprobar que los padres lo han extraviado.

Recorrer los parques de diversiones de Cuba revela paisajes casi de guerra, de olvido y de tiempos pasados que no regresarán. Es el naufragio de las alegrías infantiles atesoradas por generaciones que vivieron algunos de los primeros mejores momentos de sus vidas entre los carruseles, las montañas rusas, los columpios, los carritos locos, las sillas voladoras y los prados de lugares como el Parque Lenin, que este 22 de abril cumplirá medio siglo de inaugurado en 1972.

Motivos políticos provocaron que la celebración se adelantara para este pasado domingo 3 de abril, “en saludo” al 4 de abril, a los aniversarios 60 de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) y 61de la Organización de Pioneros José Martí (OPJM), y la campaña de redes emprendida por el gobierno y sus aliados bajo el lema “¡Vamos con todo!”.

El Parque Lenin no fue con todo este domingo. Fue casi con nada. Días antes comenzaron a anunciar en sus redes sociales la reapertura del parque, y ya advertían que solo funcionarían ocho aparatos: Elefantes, Dragón Bu, Coco bote, Barco Pirata, Carros locos, Carrito Ruta fija, Mundo plástico: Palma Canal y la Casa de las pelotas.

A media (o menos) máquina arrancaría el parque, que siempre ofrecerá sus cientos de hectáreas verdes para picnics familiares. Eso no se rompe tan fácilmente y es la oferta más segura. Como en Monte Barreto o en el Parque Almendares, otros pulmones de la ciudad que la ayudan a no ahogarse. Aunque la falta de combustible, por obligación, disminuirá las emisiones contaminantes de los vehículos.

Los testimonios posteriores a la apertura, que ya no fue tan publicitada por los medios oficiales ni por las redes del Parque, hablan de apenas tres equipos funcionando, escasas ofertas alimentarias y mal servicio.

Una mamá airada clamó: Indignada, así me siento cuando hoy, 3 de abril de 2022, traigo a mi niña al Parque Lenin a la reapertura anunciada por los medios. Muy mala organización, falta de respeto, apenas tres aparatos y colas kilométricas, nada de comer, tremendo desorden en las cafeterías. Horrible todo, no se los recomiendo para nada. Pésimo servicio y a parecer el director tiene una familia inmensa que todos compran módulos varias veces y sin cola. En fin nunca volveré”, se despide con decidida amargura de un parque donde deben reposar algunos de sus recuerdos infantiles más alegres que quiso replicar en su hija.

Otra madre denuncia también: “Basura de parque. Súper malo todo. Ya no más mentiras. Ya no jueguen más con los sentimientos de nuestros niños. Si acaso tres aparatos nada más. Ahí solo se va a coger sol”. Más escueta pero con igual elocuencia resume un sueño convertido en pesadilla. Una ilusión erosionada y derretida bajo el sol. Un recuerdo pervertido en pesadilla presente. Un sueño herido de despertar.

Con menos dolor, otra madre refiere que fue con sus dos hijas y esposo al Parque Lenin “con gran ilusión y fue todo lo contrario. Solo funcionaban cuatro aparatos. Con eso se los digo todo. Imagínense cómo estaba eso. Pero bueno, lo más importante es que ellas se divirtieron, jugaron y gastaron mucha energía”. Al menos les quedaron las praderas.

“Qué triste, destrozo total. ¿A dónde llevaremos a nuestros niños para su necesaria y vital recreación?”, lamenta una cuarta usuaria de las redes.

El Parque Lenin, con 50 años de edad, se aboca a una ancianidad prematura. A una tercera edad pobre y silenciosa. Más que un generador de experiencias, parece ser un destructor de recuerdos. El hilo de cariños que tendió entre varias generaciones de cubanos parece haberse roto ya, con aires definitivos si no se le hace una transfusión urgente y radical de recursos que el Estado no tiene, y de ganas con las que mucho menos parece contar.

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