Gobierno cubano niega las demandas del 11 de julio, a un año de las protestas

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Hace un año, el 11 de julio dejó de ser el 11 de julio. Se convirtió en el 11J, y pasó a integrar el calendario de fechas históricas de Cuba, por derecho propio, sin que ninguna institución oficial lo dictaminara, ni fuera aprobado por la Asamblea Nacional concediéndole la distinción de feriado o festivo.

Aunque el 11J fue, en cierto sentido, una fiesta, donde, al decir de una añosa señora de más de 8 décadas, los cubanos (al menos, muchos de ellos) se quitaron “los ropajes del silencio”.

Miles se lanzaron a las calles de unas 60 localidades de la isla para reclamar comida, electricidad, agua, libertad, estrangulados por la necesidad y la desesperación. 

La mecha prendió en la ciudad de San Antonio de los Baños, Artemisa, ubicada a menos de 40 kilómetros al suroeste de La Habana, cuando un grupo de jóvenes decidió que no querían seguir aguantando apagones toda la noche y luego pasar el día entero en una cola para ver qué alcanzaban de lo que sacaran en las pocas tiendas locales.

El grito de desesperación ante tantas carencias cotidianas se convirtió pronto en un reclamo de libertad en aquel pueblo de apenas 46 mil habitantes y gracias a una transmisión en directo por Facebook se empezó a replicar en varias ciudades de la isla.

Al filo de la tarde las manifestaciones antigubernamentales se extendían por todos los rincones del país, agobiado por una crisis sin precedentes por el número creciente de muertes a causa del coronavirus, la escasez de alimentos, las cuarentenas obligatorias de poblaciones enteras y los cortes del servicio eléctrico.

El presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, que se había aparecido en San Antonio con un amplio grupo para calmar los ánimos de los manifestantes cuando las fuerzas del orden ya habían dispersado la protesta fue rechazado por algunos y recibió los reclamos de otros tantos.

Horas más tarde comparecía en la televisión nacional para dar la “orden de combate” a sus seguidores y a las Fuerzas Armadas, mientras la gente en la calle —sin internet porque Etecsa había cortado las comunicaciones—, reclamaba cambios legítimos.

Las imágenes de la violenta represión desatada en varias ciudades tardaron semanas en llegar a las redes sociales y a los principales medios de noticias del mundo, mientras el gobierno se apuraba en posicionar su versión de “intento de golpe blando”, “vandalismo”, “saqueo a tiendas” y hasta supuestos ataques a un hospital materno para justificar su dura respuesta. Postura que hoy, un año después continúa intacta.

Las protestas terminaron con un saldo de un civil fallecido, decenas de heridos y cientos de desaparecidos, detenidos todos por las autoridades.

La pandemia de la Covid-19 parece haber amainado en Cuba, como en todo el mundo, pero al bajarse los nasobucos, han quedado al descubierto bocas tristes, torcidas, hambrientas. Las colas acusan eternidad, el MLC sigue alzándose como un gran muro de Berlín entre los cubanos, otorgándole a la sociedad un inequívoco carácter clasista.

Supuestamente el MLC era para garantizar la canasta básica, y esta solo ha sabido reducirse. Los “mandados” de la bodega cada vez son más escasos, menos variados. Los huevos y la carne de cerdo, por solo mencionar dos de los más evidentes (escandalosos), ha desaparecido casi por completo de la faz de la isla.

Hoy, 11 de julio de 2022, las tropas están movilizadas, se pasean en furgonetas negras por las calles, que siguen manifestando las mismas dificultades que llevaron a miles de cubanos a la protesta.

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