Abrazo en la distancia, ritual de las navidades cubanas

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Cuando los de una orilla sirvan su cena pensando en qué comerán los suyos y cómo la pasarán en la otra, la separación familiar habrá sido la indiscutible protagonista en la noche buena y las navidades de los cubanos. Como en cada diciembre, colapsarán las líneas telefónicas y las videollamadas se frisarán mientras los de un lado y del otro intenten abrazarse en la distancia. 

Los festejos de fin de año en las noches del 24 y 31 de diciembre, probablemente sean la más rigurosa tradición, incluso entre quienes adoptan con mayor fuerza las culturas de sus países de acogida.

Es en esas fechas cuando se liman asperezas y malos entendidos, si los hay, quedan resueltos. Es el momento donde todo el mundo gasta los pocos ahorros que logró guardar en el año y donde también la mayoría, si puede hacerlo, se va hasta la casa de la infancia, o hasta el hogar de los padres para oficiar allí la anhelada reunión anual.

Sucede que casi todas las familias en Cuba tienen un miembro que ha salido del país. Irse de Cuba no es un lujo, ni un capricho. Desde hace muchos años irse de Cuba es una necesidad impostergable, sobre todo para los jóvenes, pero esa necesidad se paga cara. Hijos, padres y esposos separados, condicionados por el eterno adiós, por el doloroso “hasta que se pueda”.

La Nochebuena establecida por la religión católica en vísperas del 25, cuando se celebra el nacimiento de Jesucristo en Belén, para los cubanos ha sido siempre motivo de celebración por eso y otras razones. Lo mismo en las familias religiosas, que en las comunistas y en las disidentes, el 24 de diciembre se hace una cena con carne de puerco, o con la carne que sea, se sirven dulces y se brinda por la prosperidad.

Más que un plato especial elaborado para la ocasión, más que el puerco asado, las manzanas y el vino; las familias cubanas lo único que verdaderamente desean para estos días es tener a los suyos cerca. Lo mismo pasa el 31, cuando más allá de dar la vuelta a la manzana con la maleta en mano, comer las doce uvas, vestirse de amarillo para atraer el dinero o tomar una copa de sidra; el mayor ritual de año nuevo para los cubanos es abrazarse con los suyos.  

Una persona que ha vivido por cinco años el tortuoso camino de los trámites migratorios para la reunificación de su familia y que por tres años consecutivos no ha podido celebrar las navidades con sus padres, ni besar a su esposa y a su hija en esos días, cuenta que la soledad y las redes sociales son las peores compañeras para atravesar un fin de año lejos de casa.

“Quedarse solo en un apartamento no es la solución, ponerte a ver las celebraciones de otros y hasta las imágenes de tu propia familia reunida, tampoco lo es. Sin embargo, muchos menos encuentro el ánimo para irme de fiesta, es una sensación rara y dolorosa. Mi solución es visitar a unos amigos, allí es donde al menos mi mente descansa un poco de la angustia”, dice el hombre de 39 años.

No está suscrito por las estadísticas sociales, pero pudiera especularse que las familias cubanas son las que más sufren las separaciones entre sus miembros. En cualquier país del mundo un hijo despide a sus padres antes de los veinte años y se muda a un estado a tres o cuatro horas de vuelo y el asunto es mera rutina. Ley natural, podría decirse. En Cuba las separaciones se padecen y traducen en sufrimiento casi siempre.

La precariedad y la difícil adquisición de inmuebles, por ejemplo, hacen que sea algo habitual que los hijos formen sus propias familias en las casas de los padres y que vivir en comunidad, aunque traiga conflictos muchas veces, sea igualmente una especie de ley natural para este contexto.

Todo ello hace que la emigración no por necesaria, sea menos dolorosa. Así como los sacrificios que atañen a la reunificación y su desgastante trayecto. El costo humano de cualquier ley migratoria es mucho más duro que las medidas fronterizas, la deportación u otra situación que se le derive. Nada de eso es más duro que llegar al término de un año y repasar lo que se ha hecho en 365 en completa soledad, o con la certeza de que siempre falta alguien.

Este 24 de diciembre, y más tarde el 31, mucha gente escribirá en sus redes sociales que cambiaría cualquier riqueza, lujo o comida por el simple hecho de abrazar y besar a un familiar que esté lejos. Quizás sea este el único momento del año en que se hablará poco o nada de la pandemia, los conflictos y las políticas internacionales. En estos días se hablará de lo que realmente es importante en la vida. Se hablará de que casi nada se necesita para ser feliz si se tiene a la familia reunida.

Luego la propia vida volverá a su rutina demoledora y el tiempo pasará tan rápido que casi no dará chance a contabilizar cuánto se extraña, cuánto se necesita a la familia para vivir con buena dicha cada año.

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