Ay, Coppelia: quien te ha visto y quien te ve…

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La noticia circuló en medios digitales y las redes sociales se hicieron eco: el supuesto cierre del Coppelia de La Habana por falta de helados resultó chocante incluso para quienes creen que ya cualquier cosa es posible en Cuba, y no para bien. Y no es para menos… ¿la Catedral del helado… sin helado?

Más allá de la autenticidad de la información, es innegable que el Coppelia dista mucho de lo que fue, al punto que por estos días casi es más factible meterse en Revolico y buscar tinas promocionadas como “helado original” –quizás existan “helados copias”, que probar fortuna en el emblemático establecimiento de 23 y L, que tuvo una época de gloria que sobrevive en ese rincón agridulce que es la nostalgia.

Inaugurado en 1966, con una arquitectura vanguardista, diseñada por Mario Girona, el Coppelia quiso ser la mayor heladería del mundo, como demostrando que la nueva realidad que vivía Cuba no necesariamente tenía que estar divorciada de los estándares del Primer Mundo. Nada que envidiarle al parisino Café Procope, referente global en diversidad y calidad de helados y sorbetes.

Se dice que Celia Sánchez Manduley, por entonces secretaria de la Presidencia, escogió el nombre en alusión a su ballet favorito, Coppélia. Su éxito fue tal que construyeron sus versiones en Varadero (el Parque de las 8.000 taquillas) y en Santa Clara, ejemplo del estilo modernista-brutalista, mientras que en cada provincia surgieron los llamados “coopelitas”, donde vendían helados a un nivel más básico.

La llegada del Período Especial golpeó fuertemente al menú y la calidad de Coppelia, que salió airoso de los años 90’s gracias, en buena medida, al protagonismo que le dio la película cubana Fresa y Chocolate, versión fílmica del relato El Lobo, el Bosque y el Hombre Nuevo, de Senel Paz, que a su vez inspiró la obra La Catedral del Helado, de la dramaturga Sarah María Cruz. El helado no mejoró, pero Coppelia volvió a ser tendencia.

De vuelta a Coppelia, la heladería, construirla fue otra idea del fallecido Fidel Castro, a quien Gabriel García Márquez vio una vez comerse de golpe 18 bolas de helado… Cuentan que, en sus mejores tiempos, en el Coppelia trabajaban más de 400 personas, y se servían a diario unos 4.250 galones de helado.

El menú original mostraba 26 sabores: almendra, coco, chocolate, nuez, melocotón, tutti frutti, café, coco almendrado, caramelo, naranja-piña, piña glacé, mantecado, fresa, serpentina de fresa, plátano, guayaba, vainilla, serpentina de chocolate, chocolate nuez, chocolate menta, chocolate malta, vainilla con chocolate chip, menta con chocolate chip, moscatel, crema malteada y crema de Vie.

A su vez, había modalidades para escoger: Arlequín, vaca negra (cola con helado), vaca blanca (gaseosa con helado), granizado, soda, batido de helado, suero Coppelia, Coppelia especial, soldado de chocolate, amanecer, Juanillete, canoa india, copa Lolita, Arlequín especial, splits, ensalada, Turquino, cake a la moda, Sundae (normal, supremo y primavera), copa Melba y Tres gracias.

Una bola apenas costaba 20 centavos, mientras que ahora ronda los 7 pesos, es más pequeña, y la calidad –tanto del producto como de la atención- es inferior: bolas de helado ínfimas y huecas garantizan el faltante necesario para garantizar la venta “por la izquierda”, a veces sin disimulo alguno.  

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