Grandes de Cuba: Guillermo Álvarez Guedes

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Hace nueve años falleció Guillermo Álvarez Guedes (1927-2013), el humorista cubano que más risas sacó a sus coterráneos, sin importar en qué orilla residieran. El “Ño” característico con que el artista matizaba sus chistes es tan distintivo como el “¡Azúcar!” de Celia Cruz, quien salió de Cuba en el mismo avión que él, en 1960, para nunca regresar más a la isla, al menos de manera física.

Porque Álvarez Guedes, como más se le conoció, nunca dejó de regresar al país en las miles de grabaciones que durante miles de horas los cubanos escuchaban en casetes contrabandeados, grabados, regrabados y recontragrabados, hasta apenas emitir una voz borrosa donde se adivinaban, más que escuchaban, los célebres chistes del guanajo. Solo la risa que provocaba en sus audiencias era siempre nítida, no se rayaba ni se enronquecía.  

La voz del comediante nacido en la matancera Unión de Reyes era instantáneamente reconocida, aunque para casi todos en Cuba su rostro era completamente desconocido. Solo décadas después, los públicos del territorio insular pudieron poner rasgos a la presencia sonora. Y muchos se enteraron que se llamaba Guillermo.

Era el hermano emigrado de “Chuncha”, la eterna anciana cederista de los “muñequitos”, que no deja de pedirle a su sobrino Paquito que fumigue, y cuya voz correspondía a la actriz Eloísa Álvarez Guedes. Era el tío de Hilda Rabilero, la siempre recordada conductora del programa televisivo Contacto. Pero eso, entonces, solo se comentaba en voz baja.

Los cubanos siempre estuvieron dispuestos a escuchar los chistes de Álvarez Guedes, que “actuó” en Cuba muchas más veces de las que se presentó en los cabarets latinoamericanos donde ganó una enorme fama que lo inscribiría definitivamente en cualquier “salón de la fama” de la comedia en idioma español que se conformara.

Álvarez Guedes era el artista que siempre regresaba a la isla, a quien las distancias geográficas y políticas entre Cuba y el resto del mundo nunca pudieron silenciar. Sus chistes alternaban muchas veces en fiestas o “descargas” amistosas con los temas musicales, y se han integrado a la que fuera la banda sonora de la cotidianidad cubana durante varias décadas. Solo mencionar su nombre provocaba sonrisas, suavizaba rostros, pues con él venían aparejados innumerables chistes que todos se sabían de memoria, pero nadie podría decir como él.

Pues, como con todo gran artista, lo más que se disfrutaba de Álvarez Guedes era su representación, sus maneras de decir, más allá de los chistes en sí. Repetirlos muchas veces delataban la falta real de “gracia” de muchos de estos gags y sketches, volviéndose inútiles fuera de la magia que desplegaba en los escenarios, los programas radiales, películas (dirigió tres y actuó en varias) y casetes el “señor del Ño”.

Pudiera decirse que todo lo que dijera Álvarez Guedes se volvía gracioso, aunque fueran los números de la lotería, un manual de instrucciones de una lavadora o hasta un epitafio. Esa es la esencia de un gran artista y de un comediante sin igual. Así era Enrique Arredondo, así era Leopoldo Fernández. Simpatía auténtica e irrepetible.

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