Armando Torres Torres, más conocido como Armandito el Tintorero, fue un aficionado al béisbol que a su vez gozaba de una afición fiel. Era el fanático líder. A su voz, todo el público seguidor del equipo de Industriales que asistió a sus juegos en el Estadio Latinoamericano del Cerro desde los años setenta hasta inicios del siglo XXI se enardecía y generaba oleajes en las gradas para demostrar su incondicionalidad con el equipo azul.
Es el único fanático cubano que ha merecido una placa conmemorativa, una estatua de bronce y salir en una película: En tres y dos (Rolando Díaz, 1985), y sin haber empuñado un bate en toda su vida, ni siquiera para cargarlo, es personaje histórico imprescindible en los anales del deporte de las bolas y los strikes en Cuba.
Su kilómetro cero, su base de operaciones, su puesto de mando, prácticamente su hogar, era la butaca del segundo puesto de la séptima fila, entre el home y el jardín izquierdo del Latino. El cuadro nunca estaba completo si no aparecía Armandito el Tintorero, como se le conoció popularmente desde que en 1970 comenzó a trabajar como jefe de brigada en la tintorería “La Cubana”. Su voz estentórea, que regulaba a su antojo los latidos del graderío, era parte imprescindible de la banda sonora de los juegos de Industriales.
Armandito nació el 27 de diciembre de 1939, y la ausencia de padres a los que nunca conoció hizo que viviera su niñez en una casa de beneficencia donde recibió los apellidos Valdés Valdés, como era costumbre desde hacía siglos. Posteriormente los cambiaría por Torres Torres.
Comenzó a asistir a los estadios desde los años sesenta, donde animó primero al equipo Habana, y luego cambió su preferencia por Industriales. Según versiones oficiales, el comandante Oscar Fernández Mell, miembro del gobierno, le solicitó que cambiara sus preferencias hacia los leones azules. El propio Armandito comentó que su parcialización hacia Industriales tuvo que ser “autorizada” por las instituciones oficiales deportivas de la capital y por el propio Partido Comunista.
Fue criticado por ser una suerte de “fanático oficial” que fue incluso distinguido con la entrega de un automóvil, privilegio que en décadas pasadas era reservado en Cuba a muy pocos afortunados. Incluso, en 1999, el propio Fidel Castro lo invitó a viajar con el equipo Cuba a la ciudad estadounidense de Baltimore, donde la novena nacional pactó un histórico tope amistoso con el equipo local profesional de los Orioles.
Aunque Armandito el Tintorero nunca blandió un bate, se hizo un profesional de la escoba, con la que “barría” simbólicamente a todos los oponentes nacionales de los Industriales, y a los contrarios internacionales del equipo Cuba. Otros de sus conocidos rituales de agitación era el conteo hasta 10, a la manera del boxeo, para los lanzadores agotados a batazos, el “tun tutun tun” dedicado a los perdedores (que no fueran Industriales), y la “bullita” con que buscaba desconcentrar a los jugadores no industrialistas.
Es famoso su “duelo” histórico con el flemático lanzador pinareño Pedro Luis Lazo, cuyo famoso sosiego —que mantenía hasta en las situaciones más tensas, donde su rostro sereno prevalecía sobre cualquier nerviosismo de sus compañeros de equipo— resistió todas las entusiastas provocaciones, nunca irrespetuosas, de Armandito y su ejército de aficionados. De 35 veces que el legendario hijo de Vueltabajo ocupó el box del Latino, salió airoso de 26 juegos.
Armandito murió el 26 de agosto de 2004, tras padecer en los últimos años de su vida de dolores en las articulaciones inferiores y de complicaciones cardíacas. Hasta que las fuerzas se lo permitieron, asistió al Latino para liderar sus huestes industrialistas y estimular los ánimos del equipo en el terreno. Pudiera pensarse románticamente, que cuando la vida no le permitió sentarse más en su banca favorita, decidió abandonar la existencia. Pues ya nada tenía sentido.
