Es una pregunta difícil de contestar con precisión matemática. El cubano desfila muchas veces en un año, e infinitas veces en su vida. El cubano prácticamente nace desfilando. En la isla hay desfiles para todas las edades, para menores de edad, para adultos, como las películas. Y hay cubanos que sobre cumplen el plan pues desfilan antes de empezar a caminar. Es común ver fotos propagandísticas de la prensa oficial donde aparecen niños en coches, en brazos, en hombros, que apenas sabrán hablar y mucho menos caminar derechos. Nunca falta la foto del niño aferrado al cuello del padre enarbolando una banderita o un mini cartel.
Pero bueno, cuando comienza el preescolar, comienza la cuota de desfiles concebidos para los niños, para los pioneros: los grandes protagonistas son el “desfile de Camilo”, que cada 28 de octubre lleva a las multitudes a lanzar flores al mar para conmemorar la “desaparición física” demasiado temprana y misteriosa; y el desfile del 28 de enero, que es de los pocos actos, ceremonias y conmemoraciones oficiales cubanas que celebrar un nacimiento y no una muerte. En este caso la venida al mundo de José Julián Martí y Pérez.
Cuando se avanza en los niveles escolares, los adolescentes cubanos van sumando desfiles a sus currículos, aunque estos de Camilo y Martí se mantienen constantes, con fuerte presencia adulta. Entra entonces en el juego el Fusilamiento de los Estudiantes de Medicina, que cada 27 de noviembre protagonizan los futuros médicos, seguidos por todos los estudiantes universitarios.
Ya para esa época el 1ro. de mayo comienza a irrumpir en las vidas de los cubanos, y se suma a la lista de obligatoriedades que condicionan la vida en la isla para sobrevivirla “sin marcarse”. El cubano comienza entonces a instruirse en el misterioso arte del “acto de presencia”, que pudiera hasta considerarse un arte marcial de alto riesgo.
Este complejo arte puede demorar años en ser dominado, y requiere de la asistencia constante y atenta de los mayores, que actuarán como “senseis” de las más jóvenes generaciones. El acto de presencia implica conocimientos de camuflaje, de enmascaramiento en la multitud, de vigilancia, de sutileza felina y finalmente de desaparición. Aquí entran en juegos técnicas del ilusionismo. El acto de presencia implica que te vean en el desfile quienes se necesita que te vean, te noten y te anoten, luego que se crean que desfilarás todo el tramo, y que no se percaten que te escabulles en las primeras cuadras de marcha o incluso en el mismo instante en que tu “bloque” o segmento arranca a caminar.
El 1ro. de mayo, por lo multitudinario, es ideal para adiestrarse y consagrarse en el “acto de presencia”. Es más fácil que los veladores y vigilantes te pierdan de vista en medio del caos que pareciera organizado desde una vista de pájaro o de dron. Pero que en la superficie es más demencial que un carnaval.
Cuba ha transitado por temporadas de desfiles de gran intensidad, que han azotado las costas y tierras del país con particular fuerza, afectando grandes grupos poblacionales que aún sufren sus efectos. Las más cercanas fueron la de 1999 cuando se marchaba y se “tribuneaba” diariamente por el regreso del niño Elián González, y luego las “marchas antiimperialistas” de millones que convocó el aun gobernante Fidel Castro para “reafirmar el compromiso con la Revolución”.
Estas temporadas dejaron grandes marcas en la forma de escenarios improvisados en cientos de poblaciones cubanas, y la Tribuna Antiimperialista frente a la actual Embajada de los Estados Unidos en La Habana, entonces Oficina de Intereses, que la sobrevivió. Pues de la Tribuna apenas queda el nombre tras los embates del salitre, el descuido y el aburrimiento de lo que fue conocido como el “Protestódromo”.
El desfile se convierte en parte importante de la experiencia vital del cubano y es un recuerdo agridulce, pero inevitable. El único plan que Cuba siempre sobrecumplió fue el de las marchas y desfiles, sin duda. Y luego del impasse de la pandemia, el gobierno vuelve a la carga con su plan quinquenal de desfiles oficiales, luego que se han ido colando otras marchas no planificadas ni deseadas, como la del 11J, que demuestra que desfilar y marchar puede tener otros motivos que reafirmar la fidelidad con el sistema político imperante.