Suicidio en Cuba: dolor entre quienes conocían a la joven Mariam

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El suicidio de cualquier ser humano lacera, pero el de un joven es aún más punzante.

Poco más de treinta años tenía Mariam, y su suicidio conmueve a quienes la conocieron.

Uno de los que ha escrito un largo post en su perfil de Facebook es el artista Julio Llópiz-Casal -uno de los artistas que estuvo frente al Ministerio de Cultura en el plantón inicial del 27 de noviembre, y luego el pasado 27 de enero. Sobre Mariam, dice Llópiz-Casal:

«Una noche hace 17 años, iba a coger la ruta 174 para que me llevara hasta el Parque de G. Por alguna razón, en vez de ir a la parada de Lacret como siempre hacía, fui a cogerla a la parada de Mayia Rodríguez (que está una cuadra antes de que la ruta doble izquierda en Lacret misma). Cuando llevaba unos minutos, llegó una chamaquita y me preguntó el último… yo era el único en la parada. Vestía de negro casi completa, llevaba una saya verde oscuro, una pequeña bolsa cruzada en el torso y una boina de gallego. Era bajita, muy delgada y muy esbelta (se sentó en el banco y cruzó la pierna con elegancia). Su carita parecía un dibujo Manga: tenía unas pequitas sutiles en los pómulos, ojos pequeños, dejaba ver una cabellera rojiza, y su boca parecía dibujada con un solo trazo de centropén. Me preguntó si de casualidad iba para el Parque y le dije que estaba a punto de preguntarle lo mismo. Nos reimos y después de eso no paramos de hablar… sobre todo ella, que no paró ni cuando vino la guagua, ni durante el viaje. Nos bajamos en la parada de 25 y G, y nos despedimos. Se fue a buscar su piquete y yo el mío».

Julio reconoce que nunca fueron amigos, pero cada vez que desde ese día se encontraban, se detenían a saludarse y hablaban aunque fuera 2 minutos. Prosigue su relato: «Una vez venía caminando con unos audífonos. La abordé y nos saludamos. Me dijo que se estaba escondiendo del dueño de la Disc-Man, porque si la veía se la iba a quitar y quería seguir escuchando música. De pronto me dijo: ‘Oye… oye…’, y me puso los audífonos unos segundos. Sonaba Iron Man de Black Sabbath… le brillaban los ojitos, sonreía y me dijo: ‘Eso sí es un tema’. Me quitó los audífonos con la misma y me dijo que se iba para seguirse escondiendo del dueño del reproductor».

El suicidio de cualquier ser humano lacera, pero el de un joven es aún más punzante. Escribiendo sobre Mariam he recordado mis últimos años en Cuba. Una mañana esperaba -para el cierre de la revista donde trabajaba- el texto de un colaborador, era también mi amigo, que solía ser muy puntual. Llamé varias veces a su casa, y nunca contestó. Tenía veintitantos. Luego supe que se había suicidado.

En su artículo para El Estornudo Dulces suicidas cubanos. Los muertos censurados de la Revolución, el periodista Darío Alejandro Alemán señala: «El suicidio ha sido una constante en la historia de Cuba. Sin embargo, luego de 1959, las ‘muertes por propia mano’ pasaron del romanticismo político a una zona de silencio, casi maldita, como esos cementerios en tierra no consagrada a Dios. Curiosamente, jamás se rindió tanto culto a la muerte como en las últimas seis décadas. Decía Guillermo Cabrera Infante que ‘no se puede entender la Revolución cubana si no se considera como uno de sus elementos integrales, casi esencial, el suicidio'».

Sobre el suicidio de la joven que era asidua del habanero parque de G dice Llópiz-Casal: «Ya Mariam no está. Decidió dejar por voluntad propia este viaje de los vivos y emprender el otro»… Ve en paz Mariam. Sigue caminando derechita y rápida en el otro viaje, que eso es maravilloso. Te lo aseguro».

Puede leer también: Suicidios en Cuba aumentaron en 2020

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