Pablo Milanés, el amor contra el miedo

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Pablo Milanés no canta en Cuba desde 2019, cuando en el Museo de Bellas Artes compartiera escenario con su hija Haydée, un tiempo antes de las épocas pandémicas que ha aturdido el sentido del tiempo para muchos. Por lo que parece que hacen mucho más años que la voz del autor de “Yolanda” no resuena en los recovecos de la isla.

El querido Pablo era un habitual, una omnipresencia para numerosos cubanos que seguían sus melodías y letras. Un rostro familiar, divisable, que equivalía sobre todo a poesía. Un legado de música y versos que muchos padres se encargaron de transmitir a sus descendencias, como parte de su mejor herencia.

Incluso, en medio de la multitud reguetonera que reina en el universo sonoro cubano, Pablo es reconocible por quienes pareciera que no lo conocen porque nacieron demasiado después de esas épocas en que la Nueva Trova era parte importante de la banda sonora de la adolescencia cubana.

Este 21 de junio, Pablo regresa a un escenario cubano. La muerte de su hija Suylén es un dolor reciente. Sus posturas ante las manifestaciones multitudinarias cubanas del 11J y la convocatoria fallida del 15N aun parecen molestar a algunos, y de cierto alegran y animan a muchos, que lo saben del lado correcto de la historia. Hace tiempo lo está. Hace tiempo fue atacado por declarar que no era fidelista, y por criticar al gobierno de la isla.

Al parecer Pablo vuelve a ser un problema para el poder. Lo fue en los años sesenta, cuando sus posturas “problemáticas” frente al gobierno de la reciente Revolución lo llevaron a padecer las Unidades Militares de Apoyo a la Producción, las tristes UMAP en los años sesenta buscaban reeducar a homosexuales, religiosos, intelectuales y delincuentes. Estas fueron convertidas por Pablo en el tema “14 pelos y un día”, según ha testimoniado.

En esas épocas, los trovadores no eran bien vistos. Su música no animabas las grandes concentraciones políticas oficiales. Silvio Rodríguez también terminó castigado, trabajando en un barco pesquero para purgar su necesidad de cantar y componer. Haydé Santamaría y luego Alfredo Guevara protegieron en sus respectivos feudos institucionales de la Casa de las Américas y del ICAIC a este grupo de jóvenes con guitarra. Intocables como eran, emplearon su poder para salvarlos del prejuicio gubernamental.

Ahora, Pablo merece que su concierto sea repletado por una multitud institucional misteriosa que no hizo cola desde la madrugada a las afueras del Teatro Nacional.

¿Cantará para la muchedumbre vigilante, habrá alguna solución o suspenderá el concierto? Muchos esperan por su decisión, con sus canciones atravesadas en sus gargantas.

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