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Por Fernando Vargas

En medio de una situación compleja de almendrones que van hacia ninguna parte, y un polémico decreto ley 349, que ha revisitado viejas discusiones sobre la política cultural cubana, llegó la 40 edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.

Probablemente es uno de los pocos acontecimientos culturales en la isla que logra reunir en una misma cola a un director de cine, una top model, un estudiante universitario y una jubilada de la tercera edad. Todos buscan estar al tanto del acontecer cinematográfico internacional, así como ver en pantalla grande aquellas películas cubanas de su preferencia, antes que se filtren, nadie sabe cómo, al paquete semanal —materiales que circulan entre cubanos de manera no oficial.

Los orígenes de esta olimpiada del séptimo arte se remontan a 1967, bajo la tutela de Alfredo Guevara se aglutinaron un importante grupo de cineastas e intelectuales de la talla de Patricio Guzmán, Fernando Birri o Gabriel García Márquez, por solo mencionar algunos. La idea era consensuar y compartir desde América Latina nuevos modos de hacer cine y posicionar historias olvidadas por las grandes industrias y que mostraran aristas poco tratadas de la región. La identidad del premio es un coral, como símbolo del Caribe y su cultura y las proyecciones se complementan con eventos teóricos, debates, muestras colaterales, y reuniones “públicas o privadas” que ayudan a complementar el ambiente del festival.

Durante estos 40 años se han vivido momentos polémicos, pues el conocido como Nuevo Cine Latinoamericano es un arte, por naturaleza, crítico hacia sus realidades sociales, y el estreno de filmes cubanos como Alicia en el pueblo de Maravillas, Fresa y Chocolate, Guantanamera o Regreso a Ítaca han provocado no pocas desavenencias entre cineastas, críticos y funcionarios. Aun así, el certamen ha catapultado creaciones audiovisuales que ponen en agenda las desigualdades, incomprensiones y desventajas del contexto cubano, latinoamericano e internacional.

El 40 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano para el cubano de a pie

Más allá de las discusiones políticas y estéticas, el suceso se convierte en una gran oportunidad para el cubano de a pie. La habanera calle 23 se congestiona, incluso en horarios laborales, de ciudadanos que escapan de su rutina diaria para que el cine los aísle de la vorágine cotidiana y buscar el punto de encuentro con otras realidades. Algunos vienen desde el interior del país y han ahorrado todo el año para permitirse un alquiler barato o se quedan en “plan guerrilla” en casa de un amigo que les presta una cama, un sofá o hasta un pedacito de suelo.

Hay quienes priorizan largometrajes anteriormente premiados en festivales internacionales como Cannes, o los que representarán a sus respectivos países en los Goya o los Oscar; pues las películas cubanas luego estarán “mosqueadas” en las carteleras y podrán verse sin aguantar kilométricas colas con “violencia, sexo y lenguaje de adultos”.

Sin embargo, otros quieren la novedad: encontrarse con actores en el cine y tirarse una selfie que ya podrán subir en tiempo real si la conexión no está congestionada, algún familiar les recargó el móvil, o pudieron destinar “alguna calderilla” para comprar un paquete de datos. Además, las colas son un espacio perfecto para conocer gente, debatir la agenda cultural, “arreglar el mundo” y hasta encontrar el amor.

Muchas veces en las filas, al llegar, tienes que averiguar si están para entrar a la película próxima o a la siguiente y, por supuesto, lo que eran 20 personas puede convertirse en 200, minutos antes de comenzar la tanda, pues cada una había marcado a 10 amigos más.

Cada cual selecciona qué ver con su método particular. Los más avezados en las nuevas tecnologías, leen reseñas en la red de redes para, rigurosamente, acercarse a las cintas más premiadas; algunos confían en las recomendaciones del Diario del Festival y otros —la mayoría— se guían por el crítico amateur que todos los cubanos llevamos dentro, que se te acerca y te dice “ni pierdas tu tiempo, que se meten una hora en una carretera sin decir una palabra y al final tú ni sabes si la tipa se queda o se va”.

La programación se publica en el Diario del Festival aunque, como todo en Cuba, los horarios iniciales nada tienen que ver con la realidad. Mas en esta 40 edición no han sido frecuentes imprevistos como se fue la luz, se rompió el proyector, o la película no fue entregada tiempo.

Pero el Festival de Cine, no es solo cine. El pan con perro caliente de 23 y L, ahora reubicado en una carpa, generalmente se queda sin productos a las 4 de la tarde pues no se prevé que no se podía asignar la misma cuota de siempre, ya que en esta etapa los clientes se quintuplican porque es la oferta más rápida y económica para comer entre tanda y tanda. El frío, o mejor dicho fresco, de diciembre combina perfectamente con el evento y nos permite sacar nuestra ropa de invierno que llevaba meses cogiendo ácaros en los escaparates e integrarnos a un fenómeno conocido en Cuba como el “bufandeo”, y en el que algunos espectadores están más glamurosos que los actores principales.

Las fiestas son otro de los atractivos del Festival. La última tanda se acaba sobre la 1 am y muchos quieren seguir la rima. Los organizadores planifican algunos eventos “solo para VIPs” pero gracias a las nuevas tecnologías y la solidaridad de algunos artistas, que no han olvidado sus orígenes, algunos jóvenes logran colarse con una fotocopia hecha por un socio que estudia en el Instituto Superior de Diseño y tiene un pase de otro amigo que “clasificó en la selección”. Así se puede compartir de tú a tú con Benicio del Toro, Frances McDorman o Matt Dillon, mientras toman aquellos añejos que en las tiendas están solo para mirar.

Con el auge del cuentapropismo muchos bares, restaurantes y centros nocturnos se preparan para el Festival de Cine con ofertas que completan las noches y permiten a los “no VIPs” pasarla bien entre amigos, destinando para la ocasión un consumo mínimo.

El cine cubano en el 40 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano

En cuanto a los contenidos, el cine de la isla este año sorprende por alejarse un poco de las conocidas películas sobre la realidad actual cubana, para adentrarse en  temáticas que van desde la historia de la reivindicación de la mujer  (Insumisas, Fernando Pérez), el caso de los estudiantes de Medicina asesinados durante el régimen español (Inocencia, Alejandro Gil), el drama psicológico de un traductor asignado a los niños que llegan del accidente nuclear de Chernóbil (Un traductor, Rodrigo y Sebastián Barriuso), un triángulo amoroso que deriva en tragedia y misterio (Nido de Mantis, Arturo Sotto) o una comedia con tintes de ciencia ficción en la que una guía de planetario es invitada por extraterrestes a un viaje espacial (El viaje extraordinario de Celeste García, Arturo Infante).

Fuera de concurso se exhibe El regreso, en clave policíaca y ópera prima como directora de la actriz Blanca Rosa Blanco, quien es conocida sobre todo por su personaje de la mayor Mónica, en la serie, también policíaca, Tras la huella.

Mención aparte por su popularidad merece Yuli, filme de la directora española Iciar Bollaín, basada en Sin mirar atrás, la autobiografía del bailarín Carlos Acosta aún no publicada en Cuba. Yuli se apoya de elementos coreográficos para contarnos los sinsabores de la vida de quien es quizás uno de los más exitosos cubanos en el mundo.

Más allá de las coyunturas, desavenencias y cambios en la isla, el Festival sigue siendo un espacio para vivirlo intensamente. Por tanto, los cubanos en estos días pedimos vacaciones o, simplemente, nos escapamos del trabajo, sacamos los trapitos, y entre dramas sociales, comedias ligerillas y thrillers psicológicos nos movemos de un cine a otro —preferiblemente caminando— acompañados de panes con perro caliente, crónicas de cola, y selfies en tiempo real… para ver, conocer y sentir el 40 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.

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