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Cuba

La fumigación en La Habana: quejas por la poca efectividad

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Por Vladia Rosa García

Tras la fumigación en casas de La Habana, muchas personas se quejan por el mal olor del líquido usado, el humo o la suciedad de los pisos luego. También argumentan que tiene poca efectividad

Desde el último piso uno de los encargados de la tarea hace señas para que comience el “tucu tun”. El ruido de la bazuca estremece todo el edificio. Es imposible no escucharlo.  El humo se cuela por las puertas, las ventanas, los pasillos. Los niños se entretienen con la nube negra de petróleo, “es como en las películas”, dice Mario, el más pequeño de los muchachos. El problema nunca ha sido fumigar, la cuestión es que en este arte hay muchos trucos.

Madelín tiene 60 años, es ama de casa y casi nunca fumiga. El muchacho que anota la conoce y evita cualquier tipo de situación con la señora. Cuando tocan busca el papel y lo actualizan como si la vivienda estuviera al día. “Es que mi nieto es asmático y yo no puedo permitir que al niño le de coriza. Al final yo aquí no siento mosquitos”, repite varias veces.

En el tercer piso vive Maricela, trabajadora de Salud Pública. Ella asegura que gran parte del desfavorable estado de higiene y epidemiología de la provincia es ocasionado por las indisciplinas sociales. Los basureros, las vasijas de los animales, los vasos espirituales y los tanques sin tapas interfieren en la salud de los ciudadanos y propagan vectores y por tanto, enfermedades.

La mayoría de las personas se quejan debido al mal olor del líquido utilizado, por el humo o por la suciedad de los pisos luego de ser fumigada la casa. “El aparato es ruido nada más. Cuando terminan ni se puede caminar porque resbalas y la mosquitera en la noche sigue. No sé qué le echan pero efectivo no lo veo”, agrega una muchacha del vecindario.

Los residentes de esta zona de Nuevo Vedado han presentado varias reclamaciones por los sacos de residuos que permanecen en la esquina. Enfatizan que el problema de las enfermedades no se resuelve únicamente con fumigación sino con otras medidas de saneamiento y trabajos voluntarios. “Es tóxico. El ruido constante causa problemas acústicos, eso está demostrado. Si decían por ahí que el problema en la Embajada de Estados Unidos aquí había sido por eso”, fundamenta Diego, presidente del CDR. “Tengo miedo a que pueda afectar a alguna persona pero a la vez no quiero que el vecindario caiga en ningún brote. Dejo que la decisión de fumigar o no, sea personal”.

Opiniones contrarias manifiestan la necesidad de dejar pasar a los trabajadores de vectores ante el reciente brote de zika y dengue, ambos padecimientos producidos por el mosquito Aedes Aegyptis. Actualmente en territorios afectados del Vedado se fumiga tres veces a la semana. “Aquí pueden venir cuanto sea necesario. Si nosotros no ayudamos, quién lo va hacer”.

“En mi casa nunca estamos; mi esposo trabaja hasta la noche y yo también. Nunca nos topamos con los fumigadores que por lo general vienen de día. Entonces vigilamos rigurosamente la limpieza para que no seamos el punto de partida de una enfermedad”, explica Lenia, de 28 años.

Todo el asunto dura unas horas. Algunos abren sus puertas al primer toque, otros permanecen sordos al llamado de los trabajadores y los menos aprovechan para socializar mientras pasan los 45 minutos reglamentarios del proceso. El equipo de vectores se marcha. A diario lidian con circunstancias similares en cada localidad, pero su trabajo se limita a fumigar.

 


 

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