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Cuba

Una Cuba diversa y solidaria a los pies de la Loma de Jesús del Monte

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Por: Fernando Vargas

El Consejo Popular Jesús del Monte es uno de los más desfavorecidos del municipio Diez de Octubre tras el paso del tornado del pasado 27 de enero. Bajo la loma de la parroquia, de la que solo Dios sabe a dónde fue a parar la cruz, varias personas ofrecen ayuda.

En la cafetería Café 703, sobre las 9:00 am, varios jóvenes se agrupan y el dueño del negocio puso a su disposición el local y el baño para facilitar la tarea. Son biólogos, artistas, estudiantes de Medicina, periodistas, abogados, economistas… El Centro Memorial Martin Luther King y el proyecto ecologista Planta se han articulado para organizar la clasificación y reparto de donaciones para los damnificados. Pudiera parecer tarea fácil ante otras iniciativas como recoger escombros, que también ocurren en el territorio, pero realmente no lo es.

Muchos de los activistas acumulaban experiencia en el trabajo comunitario; por eso, lo primero que hicieron fue un diagnóstico del terreno a partir de múltiples fuentes. El consultorio del médico de la familia ya tenía un mapeo de las casas con mayor afectación, y también la presidenta del Consejo Popular brindó alguna información, pero era necesario saber con mayor exactitud la escala de necesidades de las personas, y por eso en el punto de acopio no dejaron de recepcionarse nuevas solicitudes de ayuda.

Las fuerzas se dividieron en varios grupos. Unos etiquetan los donativos: ropa para hombre, mujer o niños, sábanas, toallas, útiles del hogar, comida, aseo, agua y medicamentos. Otros comprueban la veracidad de las informaciones para dosificar y entregar la asistencia de forma justa, pues algunos pintaban un panorama terrible y, al llegar a sus casas, estaban en perfecto estado y bien equipadas.

Esta vez las autoridades no interfirieron, pero advirtieron que estaba prohibido entregar medicinas y agua no sellada, pues se corría el riesgo de automedicación y brotes diarreicos. Los medicamentos fueron depositados en la posta médica sin reparos, pero con el agua ocurría una situación más compleja.

Aunque ya se había restablecido el servicio por el acueducto, Diez de Octubre solo cuenta con unas 6 u 8 horas de agua en días alternos y las personas necesitan acumular el preciado líquido para utilizarlo el resto del tiempo. Los tanques fueron el primer blanco de los vientos, por lo cual los habitantes de la zona no solo necesitaban agua para tomar sino para cocinar, fregar, bañarse… Por eso el Centro Martin Luther King estableció en su sede, en Marianao, una recogida de recipientes que fueron debidamente higienizados para rellenarlos con el agua purificada que se repartió, siempre advirtiendo que debía estar destinada a estas labores específicas.

Al centro de acopio llegaban muchísimos cubanos de a pie, que querían socorrer a sus coterráneos. Vecinos de la zona, no afectados, donaron parte de sus útiles del hogar, y a cada rato se estacionaba un carro proveniente de un pequeño negocio con el maletero lleno de artículos. Muchos querían saber cómo llegarían sus donaciones a los destinatarios y los voluntarios los convidaban a acompañar la entrega; otros terminaron formando parte de todo el proceso poniendo a disposición, no solo sus pertenencias, sino algo más valioso: su fuerza de trabajo.

Luego de diagnosticadas las carencias y establecidas las prioridades, un dúo procedía a las entregas. La selección era complicada, pues los artículos podían oscilar de un jabón a una lavadora. Se evaluaron las afectaciones. Algunos habían perdido la ropa porque la dejaron tendida, otros quedaron sin nada porque se les derrumbó la casa. El agua se repartió a casi todo el mundo, pero el resto era para quienes más lo necesitaran. Para esto se tomaron en cuenta varios criterios: estado de los inmuebles y cantidad de niños, ancianos o discapacitados.

De las más de 15 solicitudes en la calle Quiroga hay una que urge: un matrimonio joven con dos niños dormía a la intemperie desde el paso del tornado. El viento les dejó las paredes, pero se llevó el techo de su casa, confeccionado con planchas de zinc. Para la niña de un año aquello era una aventura, su hermano de cinco se encontraba en la escuela, y sus padres intentaban reconstruir la casa con lo poco que les quedaba. Parte de su ropa quedó colgada en la ceiba que crece al lado del inmueble. No tenían con qué cocinar, ni bañarse, ni vestirse… Les fue otorgada una muda, de dos a tres piezas por persona, además de aseo, sábanas, toallas, implementos de cocina, agua y comida.

En la misma calle hay un edificio con varias demandas. Sus vecinos comentan que perdieron sus pertenencias, y la tubería de alimentación sufrió daños, por lo que no pudieron recibir el servicio del acueducto. Sin embargo, nos alertan que, antes de ellos, debemos atender un caso más crítico: la estomatóloga del barrio, internacionalista dos veces, gastó todos sus ahorros en arreglar su casa, pero la posición esquinada que ocupaba la hizo vulnerable. «Antes de cualquiera de nosotros, auxilien a la doctora; todos somos iguales y todos estamos afectados, pero ella tiene que ser priorizada».

Salimos del camino que nos indicaron para el diagnóstico, pues ellos nos llevan, casi a rastras, a pocas cuadras del lugar. La especialista había sufrido varias fracturas por el derrumbe de la placa de su casa y no podía caminar. El pequeño apartamento de la madre estaba lleno de pacientes, algunos tan afectados como ella, que le daban ánimo y nos revelaban sus valores: «Esta mujer es de oro», «Atiende a todo el mundo en el policlínico, sin estar pidiendo ni remisión, ni papeles ni nada», «Ella tiene que ir antes que nosotros». Informamos en el puesto de acopio la situación y corrimos con un avituallamiento que se sumó al brindado por sus vecinos.

Al regresar, loma arriba, tres voluntarios cargan una lavadora, hacia a una casa parcialmente derrumbada, con ocho niños. «Esa gente sí está pasándola mal», nos comentan; perdieron casi todo, y con ocho bocas que alimentar. «Esto, si bien no les va a resolver el problema, los ayudará a hacer más llevadera su situación», aseguran, fatigados por el peso del electrodoméstico que tendrán que transportar más o menos un kilómetro.

Los damnificados menores fueron apoyados con agua y algunas prendas de vestir. Mientras hacemos la entrega nos enteramos de que muchas iglesias de diferentes denominaciones también se habían solidarizado y les estaban llevando almuerzo, pues, en esa situación, era muy difícil cocinar. El Estado habilitó carpas con comida: pan con mortadela a un peso cubano, caldosa a dos y arroz con salchicha a cinco. También vendió huevos y refrescos, pero algunos vecinos nos explican que con la comida de las iglesias resolvían; además, era gratis, y a los que no podían caminar se la llevaban a la casa.

En la tarde muchos estábamos exhaustos; nos íbamos, pero el relevo estaba garantizado con otros jóvenes y no tan jóvenes que se incorporaban a la tarea. Caminaba por la Calzada de Diez de Octubre y, ya lejos de la zona de desastre, algunas personas retrocedían con cuatro o cinco cartones de huevos. No parecían damnificados, sino revendedores que aprovechaban la situación para acaparar.

Mientras esperaba el ómnibus para el regreso, la experiencia me hizo pensar: si algo bueno tuvo el tornado es que nos mostró nuestra Cuba tan diversa y plural como es. Mientras algunos dejan de lado sus tareas y trabajos, entregan parte de lo que tienen y no les sobra o renuncian a sus ganancias para ayudar a los demás, otros sacan ventaja de la situación de muy diversas maneras. Pero, al menos en la Loma de Jesús del Monte, los solidarios constituyen, ampliamente, una mayoría.

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