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Cuba

La cuenta no da, pero el Estado cubano insiste

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Ancianos cubanos dicen que por mucho que saquen cuentas, el dinero no les alcanza para comprar alimentos. El Estado cubano necesita ocuparse de ellos, ya!

De las palabras de Teresa Amarelle Boué, miembro del Consejo de Estado y Secretaria General de la Federación de Mujeres Cubanas, se desprende que el Estado cubano tiene interés en convertir a sus ancianos en gente experta en Matemáticas, capaces incluso de competir contra el Calendario Humano, Yusnier Viera, todo con tal de tener “mayor confianza (…) en la Revolución.”

Las palabras de la funcionaria, a tono con un trabajo investigativo hecho por el periódico oficialista espirituano Escambray, no son parte de la solución en el terreno real de un problema que se ha destapado en la isla: el relacionado con los precios abusivos de los comedores pertenecientes al Sistema de Atención a la Familia.

La funcionaria dijo desde La Habana que ellos conocen que “que hay personas vulnerables, pero se están analizado caso a caso,” al tiempo que decía que “nadie va a quedar desamparado (…)” pero, “eso sí, hay que ayudar a los viejitos a sacar las cuentas claras, para que no se confundan”.

Uno que está más claro que el agua y para nada confundido, mucho menos en las matemáticas, es Rafael Díaz, un jubilado de 83 años residente en la provincia de Sancti Spíritus que a pesar de los altos precios de la comida en el SAF ubicado en la unidad La Reforma, de Trinidad, continúa asistiendo.

Otro anciano,  Francisco González Vázquez, aprovechó al Escambray para contar “peso a peso, lo que le cuesta adquirir los alimentos del día”.

Él es uno de los incorporados al Sistema de Atención a la Familia (SAF), pero dice el Escambray que desde el inicio de la llamada Tarea Ordenamiento, que tal parece un desordenamiento orientado por el Estado cubano, dejó de asistir: “El consumo del mes subió a 700 y a veces 800 pesos —se lamenta—, pero mi chequera es de 1 528; tengo que comprar medicamentos, de vez en cuando me gusta tomarme un helado y para todo no alcanza”, expresa el anciano.

Otro, más confiado en la Revolución, dice que “hay que planificarse”, y que “las personas requieren tiempo para adaptarse”, aunque hay gente que ni aunque quisiera pudieran adaptarse, como es el caso de Héctor Pérez, un discapacitado que solo asiste al SAF en días alternos.

Sus cálculos están más que claros. Vive con su mamá ya jubilada y una hermana enferma: “La chequera de mi madre es de unos 1 700 pesos y, aparte, tenemos una ayuda de 250, pero cuando sumo lo que cuesta diario la comida para tres, son casi 70 pesos y no podemos tener ese gasto”.

Y no se trata de quejas, o de ancianos quejosos contra el Estado cubano. Administradores y trabajadores de estos centros reafirman lo dicho por los viejitos.

Rafael Vera Chaviano, segundo administrador del SAF La Reforma, de Trinidad, apunta que la mayoría de los que ya no acuden son jubilados, porque la prestación de la asistencia social -entiéndase la chequera- no les da para cubrir estos gastos.

Igual opina Orelvis García Mujica, administrador en la unidad La Diana. Allí hay 47 comensales registrados, pero solo asiste el 52 por ciento. Entre esos que asisten, no todos pueden comprar todos los productos.

Lién Remintería, trabajadora del SAF El Varela, en el norte de la provincia, señala que los ancianos jubilados “no se quejan de la oferta, ni la calidad, sino de los altos precios”.

“Aquí no se obliga a nadie a llevárselo todo, por eso hacemos el menú el día anterior. Los aseguramientos no son un problema, recibimos mortadella roja y novel, además de pollo y cerdo, estos dos últimos se ofertan los miércoles y sábado, el resto de los días variamos con picadillos, embutidos, pescado, croquetas y huevo. Tampoco faltan condimentos, tenemos salsa de tomate, cebolla y del organopónico traemos el resto, además de las verduras”.

El problema son los precios.

Contra eso, por el momento, no existe fórmula matemática desarrollada por el Estado cubano que demuestre que X puede ser igual a Y.

Ariel P.

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