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Hallan restos de velero del siglo XVIII apenas a dos metros de profundidad

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El océano es tan vasto y hay tanto por descubrir debajo de las aguas que uno puede darse el lujo de publicar noticias como estas: a escasos dos o tres metros bajo la superficie se halla enterrado desde finales del siglo XVIII o inicios del siglo XIX, un velero inglés frente a las costas de Quinta Roo, en México.

Decimos “escasos” porque son bien pocos. Un adolescente sin adiestramiento, apenas conteniendo la respiración, puede llegar a esa profundidad en una piscina y en el mar también; así que “estar escondido” durante tantos años a tan poca profundidad parece cosa de la fortuna.

Una fortuna que llegó a su fin, en el caso de este velero inglés, cuando un pescador identificado como Manuel Polanco lo ubicó, y asombrado por su hallazgo informó de inmediato a la Subdirección de Arqueología Subacuática (SAS) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), en México.

Se trata del naufragio número 70 registrado en la Reserva de la Biosfera de Banco Chinchorro.

Según los investigadores, se trata de los vestigios de un velero inglés que naufragó aproximadamente hacia el siglo XVIII e inicios del XIX en las costas de Quintana Roo (Yucatán) en el Caribe mexicano. Sí, son más de 200 años en las costas de Quintana Roo (Yucatán) en el Caribe mexicano, sin que nadie lo advirtiera.

https://twitter.com/INAHmx/status/1265372135054290947

No se disponen datos precisos sobre el velero. Su historia ha sido reconstruida a partir del hallazgo de un ancla “activada”, recurso al que apelaban los antiguos marineros cuando lanzaban al mar un ancla con la esperanza de que esta los sujetase a la barrera coralina y no ser arrastrados en medio de una tormenta.

Laura Carrillo Márquez, investigadora de la SAS y responsable del Proyecto Banco Chinchorro, fue quien llevó a cabo la primera jornada de inspección con el objetivo de registrar el descubrimiento. Faltaría una segunda inspección, más minuciosa, para tomar muestras para investigar la datación del navío.

¿Era un velero mercantil? ¿Acaso sacaba oro del llamado “Nuevo Mundo”?

Las historias de los hundimientos de los barcos en el Caribe y frente a las costas de la Florida son miles y están llenas de “vacíos” en los que más que nada impera “la leyenda”. No pocas personas han dedicado toda una vida a esto: a rastrear barcos y tesoros hundidos. Algunos han tenido suerte, otros no.

Historias de naufragios

Entre esos afortunados están los integrantes de un equipo de buscadores de tesoros pertenecientes a la empresa 1715 Treasure Fleet-Queens Jewels.

Estos encontraron en el año 2015, 350 monedas –300 de las cuales son de oro-, al lado de los restos de una flota de galeones españoles hundida cerca de la playa de Vero Beach en Florida en el año 1715. Se estima que este fabuloso tesoro pueda llegar a alcanzar los 4 millones de euros, y se trata de un tesoro que transportaba una flota de 11 galeones españoles hundidos en 1715 como consecuencia de un huracán. Estas naves transportaban estas monedas de oro para el rey de España desde La Habana.

No menos suertudos fueron los miembros de la familia Schmidt, unos verdaderos “cazatesoros” de EE.UU.

Esta familia lleva años buscando tesoros frente a las costas de la Florida y en el 2015 también dieron -al parecer – con parte del mismo tesoro, pero un poco más al sur, 15 millas, siempre en la costa este, frente a Fort Pierce, a 210 kilómetros al norte de Miami.

Allí encontraron 52 monedas de oro de varias denominaciones. El monto total de lo descubierto casi alcanza el millón de dólares.

El verdadero cazador de tesoros: Mel Fisher

Mel Fisher es una verdadera leyenda en el mundo de los tesoros hundidos.

Este hombre, gracias una búsqueda minuciosa en el Archivo de Indias, fue “casi al seguro” y encontró el tesoro hundido del galeón Nuestra Señora de Atocha, en el año 1985, un barco que se hundió en el verano de 1622, mientras emprendía su regreso a España desde La Habana, cargado con fabulosas riquezas de Oriente y de las Indias.

Un poderoso huracán llevó al fondo del océano a ocho barcos en la noche del 5 de septiembre, entre ellos el Santa Margarita y el Nuestra Señora de Atocha, que navegaban juntos. El resto de los barcos que conformaban la flota lograron escapar de la tormenta y finalmente llegaron a España, donde dieron cuenta del naufragio. Sucesivos intentos de encontrar el tesoro fracasaron. Jamás los tesoros del Santa Margarita y Nuestra Señora de Atocha fueron encontrados. Hasta que apareció Mel Fisher, cuatro siglos y medio después.

La historia de cómo fue que Fisher dio con el fabuloso tesoro puede ser leída aquí. Resumiendo: “el cargamento recuperado ascendió a más de mil lingotes de plata, 125 barras y discos de oro, cien mil monedas de plata y oro, y una amplia colección de objetos personales, tanto de la tripulación como de los pasajeros más ricos. Entre las piezas halladas destaca un cinturón de oro con rubíes, idéntico al que luce una hija de Felipe II en un retrato; platos y copas de oro ricamente decorados, especialmente una copa que contiene un bezoar, una piedra que se usaba como antídoto de venenos; una completa colección de útiles médicos; cajas de marfil labradas procedentes de Ceilán, y una fabulosa muestra de joyería y orfebrería religiosa compuesta por rosarios, cruces y anillos engastados de rubíes y otras piedras preciosas.”

Hoy sólo una pequeña parte del tesoro hundido en 1622 se puede ver en el Mel Fisher Maritime Heritage Society Museum, el museo que la familia Fisher posee en Cayo Hueso, Florida. El grueso de los hallazgos fue subastado en la sala Christie’s de Nueva York, en 1988.

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