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Cuba

Navidad: una fiesta que nunca los cubanos olvidaron

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Para muchos cubanos, la Nochebuena y la Navidad han sido por años motivos para encuentros familiares en los que se comparte todo

Cuando tenía seis años mi padre trajo de México un arbolito de Navidad. Se lo había regalado un tío que vivía en los Estados Unidos, con el que se reencontró luego de mucho tiempo sin verse. Iniciamos el nuevo milenio con él. Mi abuela, a base de creatividad y algunas habilidades manuales, logró convertir envoltorios de caramelos, cajitas de fósforos, retazos de tela y de papeles de colores, juguetes viejos… en adornos que dieron alguna vida a aquella imitación de pino.

La Navidad volvió a ser parte de las fechas significativas de mi familia: comprábamos unos modestos turrones de maní a un anciano invidente que vendía en el portal de la bodega de la esquina e invitábamos a los amigos solitarios a cenar en Nochebuena. Los allegados que vivían fuera del país llamaban para saber de nosotros y desearnos unas felices fiestas.

Fui creciendo con aquella tradición, y cuando estaba en cuarto grado, propuse decorar el salón de clases con motivos navideños. Por aquel entonces estaba frente al aula una joven estudiante del plan conocido como Maestros Emergentes, que suplía la falta de profesionales en la educación. La novel maestra cometió la novatada de aprobar mi iniciativa y todos los niños pusimos “manos a la obra”.

Tomé prestados de mi arbolito algunos inventos, otros llevaron pedazos de rabos de gato, bolas, estrellas; la niña más pobre del aula recogió piñas de pino de un parque y las pintó con cal. Nos quedamos hasta tarde para dejarlo todo listo. Al otro día la directora entró preocupada y llamó aparte a la Profesita —así era como la nombrábamos. Nuestra educadora regresó muy triste y nos pidió que la ayudáramos desmontar lo que habíamos hecho, pues en una institución escolar no se permitían festejos por motivos religiosos.

Más que una fiesta religiosa, un encuentro familiar

¿Religiosos? Para mí la Navidad tenía un carácter familiar. Si bien los católicos celebran el nacimiento de Cristo, mis padres, ateos, habían convertido esa fecha en un pretexto más para alegrarnos, estar juntos y hacer algo diferente en casa. Con tan solo nueve años, aquella negativa de adornar el aula me pareció absurda. Hoy Maritza Álvarez me confirma que ese triste suceso de mi infancia era solo un remanente de una política hostil que había sido mucho más severa:

“Vengo de una familia de tradición católica y la Navidad era una fecha muy significativa para nosotros, porque celebrábamos el nacimiento de Cristo y la oportunidad de reunirnos todos al final de año. Yo nací en 1956 y en la década del 60 todavía se festejaba. Guardo recuerdos imborrables de mi padre y la gran familia de mi abuelo. En Nochebuena se ponía la mesa casi en la calle del pueblo y todo el que pasaba comía y bebía.

“En los 70 hubo un impasse por la represión a las expresiones religiosas. Era muy triste porque no podías decir que eras católico, además no había nada con qué celebrarla. En mi casa mi mamá siempre hacía crema de vie y se inventaba una pequeña fiesta, a puertas cerradas para que nadie supiera, y no buscarle problemas a mi padre que era militante del Partido Comunista. Yo como niña extrañaba mi arbolito y mis regalos por Reyes, pero a pesar de todo, mamá siempre trató que tuviéramos algo para esa ocasión”.

Un Papa que cambió la historia

En 1997 ocurrió un acontecimiento histórico en vísperas de la visita del papa Juan Pablo II a Cuba. Sin la influencia de la autodestruida URSS, Fidel Castro declaró el 25 de diciembre como día feriado, con lo cual regresaron a varias casas y establecimientos comerciales los arbolitos, y las cenas con puertas y ventanas abiertas.

Luego las Tiendas Recaudadoras de Divisas (TRD) comenzaron a comercializar adornos navideños, turrones, uvas, manzanas y otros productos típicos de estas fiestas. Sin embargo, las demás instituciones oficiales y los medios de comunicación se mantuvieron al margen, la programación televisiva no sufrió cambios significativos hasta los últimos años —cuando solo se trasmite algún concierto de villancicos y, a veces, la misa desde el Vaticano. La permisividad también propició que muchas personas profesaran su fe de forma pública y los templos volvieron a llenarse el 24 de diciembre en la Misa del Gallo.

Carlos Mederos, de 36 años, recuerda la primera Navidad luego del deshielo, todo un ritual que unía a su familia en Camagüey, a pesar de los precarios recursos:

“Como no teníamos arbolito, cortábamos una casuarina, un árbol parecido al pino, y lo poníamos en una cubeta que rellenábamos con gravilla y algodón para imitar la nieve. Heredamos unas bolas y guirnaldas de mis abuelos. En los años 80 para mí no tenía un motivo religioso hasta que comencé a ir a la iglesia en 1994. Para nosotros la visita de Juan Pablo II fue un avance en recuperar aquellos símbolos olvidados o suplantados. Muchas personas volvieron a la iglesia, unas a practicar de nuevo la fe, otros solo por curiosidad de ver la Misa del Gallo, pues ya se sentían con permiso para asistir. Ese día se hacen representaciones teatrales y cantatas, y no pocos las asumen como un acto cultural de fin de año. Para el creyente que perseveró aún cuando era mal visto serlo y para el que regresó después de mucho, significó la tranquilidad de reconciliarse con su Dios y compartirlo con los demás”.

En un hogar tan diverso como el cubano, la Navidad se convierte en motivo para echar a un lado las discrepancias y juntar a la familia sin importar credos o ideologías. Católicos, santeros, protestantes, ateos, judíos, musulmanes… generalmente viven en armonía la noche del 24 de diciembre. Jorge Oliva comparte con Cubacomenta sus vivencias: “Soy judío, por tanto, celebro Janukah, por estas mismas fechas. No voy a la sinagoga, pero enciendo el candelabro en casa. El cumpleaños de mi madre coincide, y hacemos una gran fiesta. Mi abuela era católica, así que el arbolito se ponía al lado del Menorah. Lo importante era reunirnos todos en Nochebuena”.

El arbolito puesto, la familia unida y la mesa servida

La apertura de negocios privados aportó diversidad. Casi todos los restaurantes organizan una cena especial por el 24 de diciembre para aquellas familias que prefieren —y pueden— librarse de la tarea de cocinar y de buscar los ingredientes, que a veces es lo más difícil. La poca variedad y altos precios de los adornos en las tiendas estatales ha sido suplida con las importaciones que hacen pequeños comerciantes.

Ana María Otero tiene una tiendecita de regalos en las cercanías del antiguo cine Mónaco, en el municipio capitalino de 10 de Octubre, y a estas alturas ya ha vendido casi todo: “Tenía varios tipos de bolas, guirnaldas, gorros, Santa Claus, estrellas, y otros adornos. Todo se vendió rapidísimo, superó mi planificación; solo me quedan las bolsas de regalo. Ahora que se puede, muchos quieren tener su arbolito bien arreglado, otros decoran sus portales con guirnaldas. Es algo muy bonito, pues la da otra vida a la casa y la gente se siente mejor”.

Aunque en algunos cubanos queda el recuerdo de la absurda negativa, actualmente casi todos celebran la tradicional fiesta. Las nuevas tecnologías han permitido hacer más expeditas las comunicaciones. Generalmente las redes móviles se saturan por estas fechas, pero son amplios los intercambios de postales electrónicas con mensajes paz, prosperidad y amor, y sobre todo los ancianos esperan el “timbrazo” de los hijos que viven en el exterior para hacerles saber que, pese a la distancia, los seguirán recordando y queriendo cada nuevo día del año venidero.
Directivas, carencias o incomunicaciones nunca pudieron borrar del imaginario social el regocijo de compartir en familia o augurarles a nuestros seres queridos una ¡feliz Navidad! Cristianos y no cristianos parecen concordar en el deseo de paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad.

Fernando Vargas

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