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Cuba

Músicos que cantan para turistas en Cuba: sin propinas no hay paraíso

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Texto y fotos: Manuel Camejo

La Habana Vieja es un gran concierto al aire libre. Músicos de todas las generaciones llenan los bares con canciones clásicas cubanas para complacer a los turistas y ganarse algún dinero que les sirva para vivir con dignidad y mantener la economía familiar. No importa la hora ni el clima. Allí están los consagrados artistas cantando el famoso “Chan Chan”, de Compay Segundo, “Hasta Siempre, Comandante”, de Carlos Puebla o “El cuarto de Tula”, de Sergio González.

Ernesto Rodríguez es uno de los músicos que trabajó durante varios meses en el hotel Ambos Mundos con un grupo de son. En la instalación, famosa porque desde su habitación 511 el escritor estadounidense Ernest Hemingway escribió varios de sus obras, el guitarrista se presentaba todos los días para acompañar las cenas de los clientes.

Ernesto cuenta a Cuballama que los grupos de música tradicional que actúan en La Habana Vieja deben tener incorporados a su repertorio las canciones cubanas más universales: “Hay que tocarlas obligatoriamente. La mayoría de los turistas quieren escucharlas interpretadas por grupos cubanos, y si no las incluimos ellos mismos vienen y nos las piden”.

El guitarrista, de formación autodidacta, integraba antes un grupo de música popular, pero quedó desempleado. Además, dice, tocando en La Habana vieja “gano más dinero”.

“La situación en la música cubana está difícil. Hay muchos grupos y artistas de calidad. A veces para entrar a una de esas grandes orquestas, hay que ir recomendado, pero sobre todo la competencia es muy grande”, explica a Cuballama en medio de un pequeño descanso para almorzar.

Ernesto ahora ameniza las noches en un nuevo bar cerca de la calle de Obispo. Como en el hotel de “Hemingway”, sigue tocando junto a veteranos cantantes y artistas esas canciones que llenan de alegría a los turistas y de nostalgia las calles del Centro Histórico.

Músicos en la calle Obispo

Hay otros que no han corrido la misma suerte. En una de las arterias cercanas a Obispo vemos a un viejo músico con una trompeta, sentado sobre la acera y bajo la tortura del sol del mediodía.  El trompetista toca cuando pasan los extranjeros que lo miran con curiosidad. A su lado hay un sombrero donde van apareciendo algunas monedas. Los turistas le tiran fotos. Unos le dejan caer billetes sobre el sombrero; otros se marchan conversando sobre este viejo músico, que si bien tiene las arrugas de la vida sobre su tez negra, no pierde la sonrisa.

“Mi vida ha sido dura. Yo he trabajado en muchas cosas, pero mi pasión es la música”, comenta mientras se disculpa porque debe seguir tocando desde su esquina. El flujo de turistas no cesa y está decidido a no perder un minuto. “Time is money”, afirma con voz gruesa.

En el Centro Histórico hay turistas de muchas nacionalidades. Rusos, canadienses, estadounidenses, españoles, mexicanos. Caminan en grupos,  con guías o por su propia cuenta.

“Casi todos quieren oír música cubana y vienen a La Habana Vieja a eso”, aclara una joven cubana que dirige la comitiva y se desempeña en su tiempo libre como guía turística por su fluido dominio del inglés. Oficialmente trabaja como editora de una revista cultural independiente, pero reconoce que le da más bienestar económico mostrarles la ciudad a los extranjeros.

Ella, que prefirió no decir su nombre, explica que hay acuerdos no escritos entre los restaurantes y las personas que conducen a los turistas. “Mientras más les llevemos, mayor es la comisión que recibimos. La mayoría de los visitantes quieren escuchar a viejos músicos cubanos porque piensan que en cada esquina hay un Buena Vista Social Club”, ríe.

No obstante, confiesa que les ha dicho a los extranjeros que “este o aquel músico tocó con Omara Portuondo y quedan fascinados”. Lamentablemente casi nunca es cierto. “Pero con eso no le hago daño a nadie porque la verdad es que una gran parte de estos músicos llevan en la sangre los ritmos cubanos y los interpretan muy bien”.

Los músicos y las propinas

La vida en esta parte de la ciudad es un hervidero. Los olores a comidas de todo tipo inundan el ambiente, en las esquinas los porteros de restaurantes casi se les enciman a los turistas para mostrarles la carta, los vendedores de souvenirs sobre la revolución pregonan sus productos, y alguna que otra persona pide alguna moneda “para comer”.

El olor a comida se entrelaza con los sonidos de una orquesta tradicional cubana. Desde la librería “La Moderna Poesía”, cerca del bar El Floridita, camino unos metros y me adentro en un parque donde se reúnen vendedores furtivos de tabacos y practicantes del “rastafarismo”. Detrás hay un pequeño restaurante donde se escucha “Hasta siempre Comandante”, de Carlos Puebla. Mientras la orquesta interpreta la canción, el cantante va por las mesas tratando de sacar a bailar a alguna turista y extendiendo con soltura una gorra de béisbol.

“Hay que ganarse la vida mi hermano”, admite el cantante que se hace llamar Alberto. “Yo estoy en esta pincha hace años y reconozco que es dura, pero hay que vivir. Yo me gradué del Instituto Superior de Arte, pasé por varios grupos, conozco a grandes como Chucho Valdés, pero la vida me ha traído hasta aquí. Lo importante es tener trabajo, porque tengo dos hijos y mi madre de  90 años. Aquí puedo ganar 10 o 30 dólares en una noche con las propinas. El resto de los músicos también se llevan un dinero que les da para vivir”, reconoce.

La mayoría de los músicos no son muy propensos a revelar cuánto pueden ganar en una noche. “Es muy variable. El hotel o la instalación paga un cheque y después nuestra empresa descuenta hasta un 20%. Al final ese dinero puede demorar hasta dos meses en llegar a nuestras manos y en ese tiempo tenemos que buscar la manera de vivir”, refiere Alberto.

Los artistas prefieren actuar en grupos de pequeño formato para ganar más dinero. Por eso el cantante puede tocar al mismo tiempo las maracas o la guitarra y el grupo suprime la percusión: “El negocio es tener un grupo con tres o cuatro personas, para que el beneficio sea un poco mayor”.

Para sobrevivir en esta difícil empresa cada uno recurre a sus propios mecanismos. Algunos llevan sus discos a las actuaciones y los venden de manera clandestina a los turistas en 4 o 5 CUC. Otros tratan de buscar lugares para tocar donde puedan estar más cerca del público para interactuar. De hecho, las instalaciones turísticas de Habana Vieja son más cotizadas porque casi siempre hay más cercanía con el turista.

“Todos los que tocamos en estos sitios dependemos de las propinas ante la demora en los cheques y la persistencia de mecanismos burocráticos que llegan a explotar a los músicos. Es un salario mayor al de la mayoría de los cubanos pero no se corresponde con el trabajo que hacemos. Mi grupo toca tres noches en uno de los hoteles del Vedado –cuyo nombre prefirió no revelar– y el dinero no se corresponde con el esfuerzo”, indica una joven cantante que gana unos 50 CUC al mes.

En este tipo de hoteles se mantienen un poco alejados a los músicos del turista: “Incluso, en ocasiones, los clientes quieren dejarnos propinas, pero se cohíben porque no estamos cerca de las mesas. Posiblemente algunos piensen que es muy fácil ser músico en Cuba, pero están en un error. Junto a la fuerte competencia y la calidad de casi todos los instrumentistas, existen muchas trabas que impiden que un artista que no pertenezca a una gran orquesta, a un grupo reconocido o que tenga contrato en el exterior, pueda buscarse la vida”.

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