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Cuba

El muñeco: el año viejo que se quema en Cuba

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En Cuba, en muchos pueblos de provincias es tradición la quema del muñeco. Cuando arde se debe llevar todo lo malo del año viejo

Quemar un muñeco la última noche del año es una tradición que, al igual que en otros países del mundo, se conserva en Cuba. Unas semanas antes de que llegue el 31 de diciembre muchas familias comienzan a preparar los elementos necesarios para confeccionar un bulto de trapo, pajas y esponja con forma humana, que se incendia como si con él se fuera también todo lo viejo y todo lo malo.

En los pueblos de provincia son más perceptibles estas prácticas que en las grandes ciudades de la isla. A media noche es común ver a lo largo de las calles una fila de monigotes en llamas de los cuales saltan explosiones de la paja seca, del combustible que se atreven a salpicarles y hasta de productos inflamables como tubos de salbutamol, que, ignorando el peligro y las advertencias de los adultos, los niños le colocan en el interior, para emocionarse al final con el impresionante estallido.

Estas confecciones rústicas e improvisadas se han convertido en un reflejo de cuánto son capaces de idear y transformar los cubanos. “Yo se lo digo a mis nietos. De cualquier retazo hacemos uno”, cuenta Felicia Gutiérrez, mayabequense.

“Cojo una funda vieja rellena con pajas y con ella formo el tronco. Luego pongo rollos de esponja y telas para las extremidades. Relleno una bola de trapo para la cabeza, donde coloco encima un sombrero. Se viste con piezas viejas que alguien vaya a desechar y se ata a unos palos de madera para que se mantenga en pie. Hay quienes los sientan, pero la gracia es que se vea parado… cómo se va consumiendo”.

Aunque la mayoría vive esta costumbre, muy pocos conocen cuándo y dónde se inició. Cuentan que tiene su origen en el poblado La Salud, en el municipio de Quivicán, actual provincia de Mayabeque. Según un escrito publicado en el Libro Cultural de esa localidad todo se remonta a diciembre de 1929.

La crisis económica y el ciclón de octubre que dañaron al país, hicieron de ese año un período que la gente no quería revivir. Quemarlo simbólicamente fue la solución que encontraron algunos. En La Salud, exactamente en casa de Los Conde, una popular familia a la que pertenecía el músico José “Guango”, se hizo por primera vez un muñeco y se le puso además una conga que lo acompañó hasta el momento del incendio.

Desde entonces, La Quema del Año Viejo constituye un acontecimiento que cada diciembre tiene lugar en ese territorio y se celebra como un evento muy vinculado a la esencia cultural y a la historia de dicho pueblo. “Aunque en el resto de la isla se hace diferente, guarda relación, y para nosotros es algo propio”, dice Juan Llanes, residente de La Salud.

“La Plaza del Año Viejo se llena de personas tanto nativas como de otras zonas que quieren contemplar el espectáculo. Es una tarea a la que se vuelca la administración y el gobierno local, pero sobre todo, la comunidad. Se integran todos para conseguir los materiales para hacer el monigote, así como la parihuela donde va colocado en su recorrido por las calles”.

“A medida que El Viejo va pasando los pobladores van cantando o siguiendo el ritmo de la conga”, agrega Luisa Santana. “Es una forma de despedir el año en unión, en alegría”.

En realidad gran parte del archipiélago se invade de objetos ardiendo en la noche de tránsito hacia el primer día de enero. Generalmente, las familias que no lo hacen salen al barrio para ver arder los de los vecinos y gritar “pa’ allá pa’ allá”.

“Eso ha sido siempre. Apenas marcan las 12 la gente sale a la acera y aplaude, corea, reza y hasta llora. Recuerdo que antes se representaban personajes de la política, era también como una burla. Pero tú sabes, esa parte se omitió. Nade quiere meterse en líos”, rememora Irma Batista

Cuando este 31 de diciembre sean las 12 muchos habitantes de la mayor de las Antillas echarán a correr para no perderse el rito anual. Entre salvas, petardos, vítores y cubos de agua, las brasas se llevarán todo lo malo, los planes rotos y las victorias, dejando espacio a la esperanza.

Texto y fotos: Lucía Jerez


 

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