Montar bicicleta en Cuba: otra manera de “resolver”

Texto y foto: Vladia Rosa García

En toda Cuba, la bicicleta es para muchos un medio fundamental para resolver los problemas cotidianos

“Sin mi bicicleta no podría vivir”, así lo siente Anselmo, a sus 62 años. Desde hace 12 se encarga de repartir el pan en su barrio perteneciente a la localidad de Alacranes, en Matanzas. “La panadería queda un poco lejos. Los que trabajan no tienen tiempo para ir todos los días, pero yo tengo un hierro, con esto no me quedo botado en ningún lugar”.

Francisco, cartero del mismo pueblo, coincide en lo necesario de la bicicleta. “¿Cómo voy a repartir los encargos de otra manera? En la cesta llevo las cartas y los periódicos, es muy cómodo. Monto desde pequeño y recorro varios kilómetros sin cansarme, ya estoy acostumbrando”.

“Con mi salario ni siquiera puedo pensar en comprarme otro transporte, y salir a pie sería abusivo. Me quedo así, un poco de grasa para la cadena, y ahorrar para de vez en cuando cambiarle las gomas. Lo demás es dar pedales como un loco. De ahí sale mi comida, mi ropa y el sustento de mi casa”, añade.

En las zonas más intrincadas del país, la bicicleta se ha convertido en medio principal para resolver los problemas cotidianos. Medio de transporte, de negocio, de ocio y diversión.

“Ir al trabajo, salir a pasear, visitar a los familiares. Es el medio más económico y asequible para las familias. La mayoría son viejísimas y se pasan de una generación a otra como herencia”, declara Magalis, residente en la Isla de la Juventud.

Además explica que en el municipio los taxis particulares son escasos y  para trasladarse la población depende de los carretones o los bicitaxis y eso es dinero.

“En mi preuniveritario eso era la moda. Recuerdo que le lloré a mi mamá para que me comprara una. Por las tardes todas mis amistades iban a tomar helado y yo no podía. Ahora lo pienso y es hasta gracioso, pero tener una bicicleta era tener popularidad. Supongo que eso caracteriza a los pueblos de campo”, comenta Mariela, estudiante universitaria de Bayamo.

Incluso en La Habana, algunos han optado por las ventajas de las bicicletas. “Por ahí me dicen loco. Voy con ella a todos lados. Mi mamá antes se ponía nerviosa por la calle y los carros… hasta que se relajó. Es un ejercicio completo y sobre todo no me ata al transporte que está tan malo. Por las mañanas voy a la facultad sin problemas, hace rato olvidé lo que es demorarse”, afirma Darío, estudiante de Psicología.

Otros obtienen en ellas su sustento diario. Al grito de: ¡bocadito de helado! se asoma ante el público un ciclo adaptado con una parrilla delantera que sostiene la nevera de los congelados. Así se pasean por la ciudad muchos de estos vendedores.

“La bici es nuestro sello de identificación, llama mucho la atención. En esta ciudad tan grande se ven muy pocas. Solo las de alquiler en Centro Habana y unas pocas que se compra la gente joven para hacer deporte. Nosotros lo utilizamos para la luchita diaria”, agrega Diego, de 28 años.

Tomás Fajardo tiene una ponchera hace más de 30 años en el municipio capitalino del Cotorro. Aquí vienen a diario cerca de 100 personas o más. Echarle aire a las gomas de la bicicleta cuesta un peso cubano por cada una. Además, tiene el servicio de engrasar, pintar, coger el ponche. “No todos tienen una bombita manual en las casas. También vendo piezas como asientos, focos, luces”.

Asegura que las más que perduran son las llamadas bicicletas chinas y rusas. De tamaños variables y una vida útil prolongada. “El que tiene una la cuida como oro. Las de la shopping no duran mucho. Esas sí son buenas”.

En Cuba el significado de la  palabra bicicleta está más allá de su asociación con un medio de transporte. En la isla para muchos es un estilo de vida. Su aparición en el país data de los años 1880 y acompañan a los cubanos hasta hoy, cuando las motos eléctricas aparentemente se apoderan de las preferencias individuales.