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Viejo misterio en Rusia pudiera haber sido resuelto

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Algunas cosas se saben con certeza, por diarios o fotografías, pero la mayor parte de lo sucedido permanece en un misterio.

Cuando ayer escribía sobre el montañista cubano Yandy Nuñez, y su deseo postergado hasta el 20 de mayo de intentar alcanzar la cima del monte Everest, el punto más elevado en el planeta Tierra, recordé una añeja historia sucedida en Rusia, y que aún permanece en un misterio: me refiero a eso que muchos han llamado “El misterio de los Urales”.

Así se denomina al misterio que rodea la muerte de unos esquiadores, sucedida en 1959.

Ayer, investigando sobre este encontré un artículo publicado en The New Yorker, en el cual se habla de que este misterio pudiera haber llegado a su fin.

El qué sucedió con este grupo de esquiadores que despareció en los Urales ha generado un sinfín de especulaciones.

Según narra The New Yorker, el cerebro de la excursión, el hombre que la ideó, era Igor Dyatlov.

New Yorker dice que el éxito del satélite Sputnik reforzó en Rusia aún más la confianza nacional, y Dyatlov no fue ajeno a eso.

Así que a fines de 1958 “Dyatlov comenzó a planificar una expedición invernal que ejemplificaría la audacia y el vigor de una nueva generación soviética”. Se trataba de “un ambicioso viaje de esquí de fondo de dieciséis días en los Urales, la cadena montañosa de norte a sur que divide el oeste de Rusia de Siberia. Y por tanto Europa de Asia”.

El grupo de Dyatlov esquiaría doscientas millas, por una ruta que ningún ruso, que se supiera, había tomado antes. Las montañas eran suaves y redondeadas, sus laderas áridas se elevaban desde un vasto bosque boreal de abedules y abetos. El desafío no sería un terreno accidentado, sino temperaturas brutalmente frías, nieve profunda y fuertes vientos.

Luego de recibir la aprobación de las autoridades, el grupo partió de Sverdlovsk en tren el 23 de enero de 1959. En él viajaban: Dyatlov, Zina Kolmogorova, una compañera de clases; y otros siete amigos, estudiantes o recién graduados, identificados como Georgy Krivonishchenko, Rustem Slobodin, Nikolay Thibault-Brignoles, Yuri Yudin, Yuri Doroshenko, Aleksandr Kolevatov y Semyon Zolotaryov. Este último fue añadido a última hora cuando se previó sustituir a Lyuda Dubinina, quien días antes sobrevivió milagrosamente al disparo de un cazador que la confundió con un animal en el medio del monte, y decidió seguir en la expedición.

¿Qué sucedió después?

Algunas cosas se saben con certeza, por diarios o fotografías, pero la mayor parte de lo sucedido permanece en un misterio.

Después de dos días en trenes, el grupo llegó a Ivdel, y de allí, primero en autobús y luego hasta en trineos tirados por caballos llegaron a un campamento maderero abandonado llamado Second Northern. Allí, Yuri Yudin tuvo un brote de ciática que lo obligó a retirarse del viaje. Al día siguiente, 28 de enero, dio media vuelta, mientras los nueve restantes partían hacia las montañas. El dolor le salvó la vida. Él, al despedirse, no sabía que sería esa la última vez que los vería con vida.

El plan era terminar en la pequeña aldea de Vizhai alrededor del 12 de febrero; pero después de ese día, cuando ninguna comunicación llegó, en el Club deportivo al que pertenecían comenzaron a preocuparse. Cero llamada telefónica. Ni siquiera un telegrama.

Ocho días después, tras recibir el Club y hasta el Buró Local del Partido Comunista varias llamadas de familiares y amigos, el 20 de febrero se inició una búsqueda que incluyó varios grupos, conformados por estudiantes voluntarios, guardias de la prisión del campamento de Ivdel, cazadores Mansi, y hasta la policía local. Los militares, por su parte, desplegaron aviones y helicópteros.

Búsqueda y aparición de los cuerpos

El 25 de febrero, un grupo de estudiantes encontraron pistas de esquí y al día siguiente descubrieron la tienda de los esquiadores, sobre la línea de árboles en una montaña remota que los funcionarios soviéticos llamaron Altura 1079 y que los Mansi llamaron Kholat Syakhl o Montaña Muerta. No había nadie adentro. La tienda se derrumbó parcialmente y gran parte quedó enterrada en la nieve. Tras desenterrarla, descubrieron una sorpresa.

Así lo describe The New Yorker:

“El grupo de búsqueda vio que la tienda parecía haber sido cortada deliberadamente en varios lugares. Sin embargo, por dentro, todo estaba limpio y ordenado. Las botas, las hachas y otros equipos de los esquiadores estaban a ambos lados de la puerta. La comida estaba dispuesta como si estuviera a punto de comerse. Había una pila de leña para una estufa de calefacción, y ropa, cámaras y diarios”.

“A unos treinta metros cuesta abajo, el grupo de búsqueda encontró huellas “muy distintas” de ocho o nueve personas, caminando (no corriendo) hacia la línea de árboles. Casi todas las huellas eran de pies calzados con medias, algunas incluso descalzas. Una persona parecía llevar una sola bota de esquí.

“Algunas de las huellas indicaban que la persona estaba descalza o con calcetines porque se le podían ver los dedos de los pies”, testificó más tarde un investigador. El grupo siguió las huellas cuesta abajo de 600 a 700 metros, hasta que desaparecieron cerca de la línea de árboles.

“A la mañana siguiente, los investigadores encontraron los cuerpos del músico Krivonishchenko y el estudiante Doroshenko debajo de un alto cedro en el borde del bosque. Estaban acostados junto a un fuego apagado, vistiendo solo ropa interior. Entre tres y cinco metros por encima del árbol había algunas ramas recién rotas, y en el tronco se encontraron trozos de piel y ropas rotas.

“Más tarde ese día, un grupo de búsqueda descubrió los cuerpos de Dyatlov y Kolmogorova. Ambos estaban más arriba en la pendiente, mirando en dirección a la tienda, con los puños apretados con fuerza. Parecían haber estado intentando volver allí. Los cuatro cuerpos fueron sometidos a autopsia, mientras continuaba la búsqueda de los demás.

“El médico forense notó una serie de características extrañas. Krivonishchenko tenía los dedos ennegrecidos y quemaduras de tercer grado en una espinilla y un pie. Dentro de su boca había un trozo de carne que se había mordido de la mano derecha. El cuerpo de Doroshenko tenía el pelo quemado en un lado de la cabeza y un calcetín carbonizado”.

“Todos los cuerpos estaban cubiertos de magulladuras, abrasiones, rasguños y cortes, al igual que un quinto cuerpo, el del recién graduado Slobodin, que fue descubierto pocos días después. Como Dyatlov y Kolmogorova, Slobodin estaba en la pendiente que conducía a la tienda, con un calcetín en un pie y un botín de fieltro en el otro. Su autopsia notó una fractura menor en el cráneo”.

Todo parece indicar que huyeron despavoridos por algo. Pero, ¿qué fue? El misterio comenzaba entonces.

Está claro que “algo” impulsó a los muchachos, que no eran unos novatos, sino gente con conocimiento del montañismo a abandonar la tienda a medio vestir y sin calzado, con temperaturas de menos 20 grados Celsius.

Este es el eje central de la historia. El misterio que aún no ha podido ser explicado.

Los cuatro cuerpos restantes fueron hallados en mayo de ese año, cuando la nieve comenzó a descongelarse. Estaban juntos todos, cerca de una roca, bajo diez centímetros de nieve.

La autopsia hecha a los cuerpos determinó “lesiones catastróficas en tres de ellos”.

¿Extraterrestres u ovnis? El misterio de unos severos golpes y una lengua cortada

El cráneo de Thibault-Brignoles estaba tan gravemente fracturado que se le habían clavado trozos de hueso en el cerebro. Zolotaryov y Dubinina tenían aplastado el pecho con múltiples costillas rotas, y el informe de la autopsia señaló una hemorragia masiva en el ventrículo derecho del corazón de Dubinina. El médico forense dijo que el daño fue similar a lo que normalmente se ve como “el resultado del impacto de un automóvil que se mueve a alta velocidad”.

Sin embargo, ninguno de los cuerpos tenía heridas penetrantes externas, aunque a Zolotaryov le faltaban los ojos y al de Dubinina le faltaban los ojos, la lengua y parte del labio superior. Un cuidadoso inventario de la ropa recuperada de los cadáveres reveló que algunas de estas víctimas vestían ropas que les quitaron o cortaron a otros, y un laboratorio descubrió que varios artículos emitían niveles anormalmente altos de radiación.

Un experto en radiología testificó que, debido a que los cuerpos habían estado expuestos al agua corriente durante meses, estos niveles de radiación debieron haber sido originalmente “muchas veces mayores”.

El 28 de mayo, el investigador principal del caso cerró abruptamente la investigación. Su función era determinar si se había cometido un delito, no aclarar lo sucedido, y concluyó que el homicidio no era un factor. Ivanov terminó su informe con una falta de explicación que ha molestado a los investigadores del misterio de los Urales desde entonces:

“Debe concluirse que la causa de la desaparición de los excursionistas fue una fuerza abrumadora, que no pudieron superar”.

Al más puro estilo soviético clásico, dice The New Yorker, “varios funcionarios que tuvieron poco que ver con la tragedia fueron castigados o despedidos, incluido el director de U.P.I. y el presidente de su club deportivo, el secretario local del Partido Comunista, los presidentes de dos sindicatos de trabajadores y un inspector sindical.”

Los familiares de las víctimas quedaron profundamente insatisfechos. Durante años escribieron cartas a todos lados. Incluso a Nikita Jruschov, por entonces Primer Secretario del Partido Comunista de la URSS, y máximo dirigente del país. En las cartas, exigian una investigación más exhaustiva.

Sin embargo, nada se hizo, y el misterio de la muerte de los nueve esquiadores se fue diluyendo poco a poco en la historia.



Hace exactamente tres décadas, específicamente en el año 1990, el fiscal Ivanov, investigador principal del caso, ya jubilado, publicó un artículo en el que afirmaba que, al compilar su informe de 1959, había sido presionado para que no incluyera sus opiniones sobre lo sucedido.

El artículo, titulado “El enigma de las bolas de fuego”, decía que los esquiadores habían muerto por rayos de calor o bolas de fuego asociadas con objetos voladores no identificados. O sea: Ovnis.

En su examen original de la escena, Ivanov había encontrado árboles con marcas de quemaduras inusuales, lo que “confirmó que algún tipo de rayo de calor, digamos, o una fuerza poderosa cuya naturaleza es completamente desconocida (para nosotros, al menos) actuaba selectivamente sobre objetos específicos”. O sea: gente. La última fotografía de la cámara de Krivonishchenko, hallada en la tienda, mostraba destellos y rayas de luz sobre un fondo negro.

El misterio rodea aún la muerte de nueve expedicionarios rusos desde 1959

Cementerio Mikhailovsky en Ekaterimburgo. La tumba de nueve participantes de la expedición rusa de Dyatlov, que murió en los Urales en circunstancias inexplicables en el invierno de 1959. 

El misterio ha generado decenas de documentales y libros desde entonces.

Según Yuri Kuntsevich, graduado de la Ural State Technical University, varios generales rusos tienen otras teorías al respecto. Según ellos, los esquiadores murieron porque habían llegado a un área donde se estaban probando armas secretas; o, eventualmente, fueron “asesinados por mercenarios”, probablemente espías estadounidenses.

Kuntsevich insiste en que la primera de esas dos teorías para explicar el misterio del porqué los jóvenes salieron semivestidos de la tienda es la más acertada.

Según su hipótesis, el lanzamiento de misiles de algún tipo salió desastrosamente mal, causando heridas graves a algunos de los esquiadores y obligando al grupo a huir de su tienda, momento en el que murieron congelados o fueron asesinados por observadores militares. Yuri Yudin, cuya ciática lo obligó a abandonar el viaje, sostuvo igualmente que las muertes no fueron naturales. Poco antes de morir, en 2013, declaró que sus compañeros de equipo habían sido sacados de la tienda a punta de pistola y asesinados. A Dubinina, dijo, es posible que los asesinos le cortaran la lengua porque era la más “bocona” del grupo.

Los defensores de la teoría de la prueba de armas citan afirmaciones de personas de la región de que habían visto destellos de luz o bolas de fuego en movimiento en dirección a las montañas. En 2008, se encontró una pieza de metal de un metro de largo en el área; según la Fundación Dyatlov, que tomó posesión de él, el metal es parte de un misil balístico soviético. Las pruebas militares explicarían la radiactividad de la ropa recuperada.

Yevgeny Okishev, supervisor de Ivanov en la oficina del Fiscal General, concedió una entrevista a un periódico en 2013, en la que recordó haberlo encontrado sospechoso cuando él y sus colegas recibieron instrucciones de probar los elementos recuperados en busca de radiación. Envió una carta a sus superiores preguntando por qué la radiación era relevante. En respuesta, el Fiscal General Adjunto se reunió con el equipo. Okishev dijo que el funcionario esquivó preguntas sobre las pruebas de armas y les ordenó que le dijeran a la gente que las muertes fueron accidentales.

“Los padres de las víctimas vinieron a mi oficina, algunos gritaron y nos llamaron fascistas por ocultarles la verdad”, recordó Okishev.

“Pero el caso estaba cerrado, y no bajo nuestras órdenes,” añadió.

La teoría, sin embargo, no es consistente con lo que se encontró en el sitio. No hubo evidencia de que otras personas hubieran estado allí. La nieve no miente: hubiera sido casi imposible borrar las huellas de las personas involucradas en matar al grupo, y volver a montar la escena.

La teoría también sugeriría que había una base de armas secreta en el área, o que un misil errante había explotado sobre ella. Sin embargo, a pesar de la desclasificación masiva de documentos de la era soviética y las diligentes búsquedas de los entusiastas de Dyatlov, no ha surgido tal evidencia.

Otra teoría se centra en que Zolotaryov, el hombre que fue incluido en el grupo a última hora, era un doble agente, pero esta teoría adolece de más credibilidad.

(Fin de la primera parte)

Roberto A.



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