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Cuba

“La religión no tiene precio, vino al mundo para salvar”

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En Cuba, en otros tiempos no se hablaba de religión en todos los espacios ni pertenecer a la regla yoruba era tan costoso como ahora

Yudisleisy lleva cinco años reuniendo el dinero para coronar Oshún. En un tambor familiar, le ordenaron concretar la fecha en tres meses, pero no ha podido reunir la cantidad de dinero que en el campo –donde es mucho más barato- le piden. En La Habana no hay quien lo pague.

En estos cinco años ha vendido galletas, maicena, africanas y de todo lo que podamos imaginar. Su marido mantiene la casa casi completamente, ella se ha dedicado a ahorrar. Aun así, solo cuenta con siete mil pesos cubanos.

“En Cienfuegos me sale más económico, por eso voy a hacérmelo allá. Solo el piso cuesta 3 mil CUP, y los animales, otros 4 mil; eso es justo lo que tengo. Con siete mil más voy bien”, explica. En esa lucha continúa, sin descanso. Por suerte, su santo es uno de los más baratos.

El tema ha cambiado mucho en estos últimos años. De ser un tabú a inicios de la Revolución, ha pasado a ser “una moda más. Todo el que tiene dos pesos busca la Ocha, aun cuando no la necesita”.

Eloina recuerda cuando coronó. Atleta de alto rendimiento, no podía ni hablar de la religión a la que pertenecía: “No tenía nada que ver si era yoruba o testigo de Jehová. Lo único válido era ser revolucionario. Te tachaban si te veían con un iddé en la mano, aunque fuese de cofá”.

Vestida con short, medias y camiseta blancos, y ataviada con sus collares de recién nacida, cubría todo con un mono deportivo de los colores de la bandera. En aquella época no se hablaba de religión en todos los espacios ni pertenecer a la regla yoruba era tan costoso como ahora.

Una de las quejas más frecuentes de los santeros, de manera general, es el rumbo comercial que cada vez más toma el asunto. “Solo requiere tener dinero. La gente ya no se cuestiona si lo necesita o no. Si quiere vestirse de blanco un tiempo, paga y se lo hace. No se tiene en cuenta el sacrificio; entonces ves a los Iyabós tardísimo en la calle, en fiestas populares, con ropa apretada. Violando las reglas ancestrales. Muchas veces, uno se cohíbe de regañarlos o no los saluda, sin darse cuenta de que es una cuestión mucho más profunda”, afirma Eloina.

Treinta años atrás, el santo se hacía para salvar. En las casas santorales, las personas no estaban obligadas a coronar. Ahora, aunque tampoco, este fin es el más común. Los precios de los santos, los trabajos de Ifá, eran muchísimo más bajos.

Los yorubas adquirieron fama de “resolver” todo tipo de entuertos. Si tenías un problema de salud, personal o económico, las personas acudían con sus escasos fondos, para ponerlos a disposición de algún palero, babalawo o médium. Entre obras y trabajos, el interesado se iba enredando de a poco, hasta pertenecer a la religión. Esto, generalmente, no implicaba Ocha.

Religión, ¿un negocio rentable?

Con la entrada masiva de personas a la religión, y proliferación de sacerdotes santorales, la cosa fue cambiando para mal. Hoy, se ha convertido en uno de los negocios más rentables del momento. La comunidad religiosa lo reconoce mayoritariamente. Ana María, quien hizo Obbatalá hace 31 años, piensa en la manera en que se trabajaba antes. “Todo era de corazón. No quiero decir que ahora no se ponga fe, pero se iba al santo a salvar a las personas”.

Según nos cuenta, con dos mil CUP cubrió todos los gastos: alimentación, animales, suelo, santeros y demás. Ahora esa cifra es en CUC; de lo contrario, no tendrías ni para empezar. “Los santeros te informan primero cuánto te van a cobrar, dependiendo de tu respuesta puedes contar con ellos. No existe ya la voluntad de servir por la cual deberían regirse hasta las ceremonias más sencillas”, afirma.

Los precios han variado mucho. Ana María expresa que en los 80 se pagaba cinco pesos por actividad a cada trabajador. El máximo a cobrar era de 30 pesos. En la actualidad, por esa cantidad “nadie te lava un santo”.

Los animales se han vuelto muchísimo más costosos. “Los santos más baratos se van con 12 mil a todo reventar; los más caros me pagan hasta 17 mil”, declara Lázaro, animalero famoso de Tulipán, en el municipio Cerro.

Como si esto fuese poco, los aleyos deberán procurar una casa de alquiler en la mayoría de las ocasiones, alimentos, la canastilla, el derecho de la madrina, un dinero para otros gastos –oriaté, santeras- y un regalito, dígase mantel, jabones, paños de cocina, para repartir entre las personas que trabajan el santo.

“Algunas madrinas te ayudan, pero otras te matan. Por lo general, se le da al ahijado una lista de cosas a buscar, pero dependiendo de la consideración que te tenga, quien te inicia busca también. Un poquito de arroz, los frijoles; o bien te permiten una ceremonia modesta. En caso contrario, se ponen sofisticados: yo he visto queso gouda, garbanzos, pomos de refresco”, señala Masiel.

Todo esto si eres cubano. Cuando un extranjero, o nacional radicado fuera, intenta llegar al santo, le cambian mucho las cosas. “Si es un yuma las santeras esperan 20 dólares mínimamente; como eso, todo se dispara. Lo triste es que buena parte de esa gente viene engañado, buscando una prosperidad, la cual no está necesariamente sujeta al santo, el Ifá y las disímiles ceremonias que les hacen, solo para sacarles el dinero”, admite Ana.

Fulano se hizo babalawo

No son solo los santeros quienes están por las nubes. La predicción del padrino, en la cual muchos confían, tampoco es barata. Algunos te lo dicen a las claras. Luis Cuní, quien trabaja el Ifá en el barrio La Timba, establece consultas por valor de 15 CUC.

“Eso cuesta mirarse como tal. Lo demás va por separado: una limpieza, un rompimiento, un paraldo. Desgraciadamente, el precio se ha convertido en un medidor de la calidad del babalawo”.

En la calle se ha corrido la voz de que estos sacerdotes “te dan con el cinto”. Esto tiene que ver con un fenómeno que nos aclara Consuelo, santera de 10 años. “¿Por qué cada vez que alguien se hace Ifá deja su trabajo? Médicos, albañiles, ingenieros, dejan sus ocupaciones para vivir de quien cae. Tú escuchas: Fulano se hizo babalawo, dicen que es de lo más bueno. Él atendió a Juanito y ya está viajando. Entonces todo el mundo va a buscar su ayuda”.

“Incluso hay personas que, cuando ven a uno de estos sacerdotes vivir modestamente, no se miran con él porque dicen que está osogbo. Yo siempre he dicho que el mejor santero es el que más pobre vive, pues cobra lo justo”, concluye.

Ana María concuerda con esa declaración. “Recuerdo a mi padrino, Pedro Castellanos. Si llegabas a su casa con algún problema, primero te lo resolvía y después te señalaba un caldero pequeño, donde ponías la cantidad que tuvieras. No tenía una tarifa fija; eso es nuevo”.

Pareciera ser necesario en estos casos un dominio mínimo del tema pues, “si no tienes ni idea, te cobran todo más caro y tú pagas por resolver la situación. Yo estoy muy disgustada con esta situación: la religión no tiene precio, vino al mundo para salvar”.

Texto y fotos: María Carla Prieto

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