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La Milagrosa de Colón, una santa del pueblo

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Cubanos y extranjeros llevan flores a La Milagrosa de Colón, le piden y le agradecen

Aunque aún no la han canonizado, ni ningún Papa la ha declarado beata de la iglesia católica, cualquiera que vaya a la tumba de La Milagrosa en la capitalina Necrópolis de Colón podría jurar que está ante una santa del pueblo.

Son pocos los cubanos que no conocen la historia de Amelia Goyri de Adot, la desdichada mujer que murió junto a su criatura luego de haber dado a luz y que permanece como una imagen divina a la que se atribuyen innumerables milagros.

El misterio que la acompaña no es precisamente el fatídico suceso del parto. “Lo impresionante viene después. Al tiempo de ser enterrada, cuando fueron a exhumarse los restos, ambos cuerpos estaban intactos y, el hijo que había sido colocado sobre sus pies, en el momento de la sepultura, apareció envuelto en sus brazos. Es por eso que representa un símbolo de protección materna y se ha convertido en una devoción para muchas personas de Cuba y el mundo”, cuenta Norberto Cabrera, quien ha dedicado varios años al cuidado de esta bóveda y habla de Amelia con gran familiaridad.

“El esposo de Amelia, Vicente Adot, jamás aceptó el trágico suceso. Cada día que vivió visitó la tumba de su mujer e hijo. Cuentan que nada más llegar hacía sonar la argolla de la esquina superior de la bóveda para que ella despertara. Casualmente es esa la única que falta hoy. Nadie sabe cómo ni cuándo desapareció. Lo cierto es que cada persona que llega aquí a suplicarle hace sonar las anillas para llamar al espíritu. Luego se marchan sin darle la espalda, tal y como hacía Vicente”, añadió Cabrera.

No imaginaría el viudo Adot que la ceremonia solitaria que cada día ofrecía a su señora se convertiría en un ritual que comparten hoy todos los que acuden a la tumba de La Milagrosa. Tampoco se le hubiera ocurrido pensar que a tantos años de su partida, la casa eterna de Amelia nunca permanece sola. Los trabajadores del lugar aseguran que es la tumba más concurrida de toda la necrópolis de Colón.

Más allá de la preciosa escultura que revela a una mujer con la criatura en brazos aferrada a una cruz, obra del artista cubano José Villalta de Saavedra, lo que destaca en todo el monumento de mármol de Carrara son las flores y las ofrendas que le obsequian los devotos. Decenas de lápidas y jardineras con mensajes de agradecimiento la acompañan en una frase común, “gracias, Amelia”.

“Vienen de todas partes, incluso he visto a los extranjeros llegar con un mapa preguntando desesperados dónde está la madre milagrosa. Las flores no se marchitan porque constantemente le traen espigas frescas”, dice Aguilera, custodio del camposanto.

Celia Alemán solía ser atea antes de que su hija Andrea fuese diagnosticada de muy grave a los minutos de dar a luz, producto de una hemorragia. “Recuerdo que cuando los médicos salieron corriendo del salón y escuché a una enfermera pidiendo reserva de sangre, me vino a la mente la leyenda de La Milagrosa. Fueron varios días de incertidumbre porque luego derivaron otras complicaciones. En uno de esos fui al cementerio y le pedí que no la dejara morir, que ella tenía que quedarse para criar a su hijo, que le diera las fuerzas que solo tenemos las madres. Cuando los tuve a los dos sanos y salvos en casa volví con un ramo de azucenas. Desde entonces lo hago cada Día de las Madres y cada 2 de diciembre, fecha de los fieles difuntos”.

En octubre de 2013, Leticia Rodríguez vivió los minutos más amargos de los que pueda tener conciencia. “Mi niña recién nacida tuvo mucho sufrimiento fetal durante el parto. Sus primeras 72 horas fueron un viacrucis. Cada momento le imploré a La Milagrosa que la dejara vivir, que su corazoncito no tuviera grandes daños, y así fue. Yo soy de Las Tunas, pero no hay un año que no venga a La Habana, solo para agradecerle”.

Historias como la de Celia y Leticia se repiten en Antonio, quien acudió a implorarle que su hija lograra un embarazo a los 43 años. “Bueno, fíjate si vine y le pedí, que le pusimos Amelia a la niña”, reconoce con vehemencia el hombre.

Algunos se cuestionan cuánto de leyenda o realidad puede haber en la historia de La Milagrosa. Si los prodigios que se le atribuyen han sido mera obra del destino, la ciencia, o la casualidad, solo lo sabe Dios. Lo que si nadie se atrevería a cuestionar es que la imagen de la mujer que hace milagros después de muerta le ha servido de sostén a muchos seres mortales en momentos donde lo terrenal no ha sido suficiente.

Texto y fotos: Lucía Jerez

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