Cuentan que llegó a los hogares cubanos en 1963. Fue recibida entonces con beneplácito, pues corrían tiempos de una marcada escasez en la isla por, entre otros factores, la cerrada economía que protagonizaba la naciente revolución.
Se implementó, según se explicaba por aquellos días, para racionalizar y garantizar los alimentos necesarios para cada cubano sin distinción de raza, edad o sexo.
Con la libreta de abastecimiento, entonces, los cubanos podían adquirir una vez al mes prácticamente una veintena de productos a precios bastante accesibles teniendo en cuenta los tiempos que corrían.
Muchos tienen ante sí el recuerdo de que una vez por mes compraban en bodegas y carnicerías arroz, frijoles de varios tipos, aceite, manteca, leche, sal, café, papel sanitario…
Con claridad los cubanos de la década de los ochenta recuerdan adquirir en la bodega incluso, cajas de refrescos, cervezas y caramelos. Es más, hasta los cigarros se vendían racionalizados por la libreta.
La carne, el pollo, los huevos y el pescado también se conseguían de la misma forma y llegaban a las carnicerías cada nueve días, puntualmente. Para los niños, hasta los siete años, estaba garantizada la leche y las compotas en mayor proporción que en estos tiempos.
Pero todo ha cambiado. El catalogado como un “invento cubano” ha sido objeto de burlas, parodias y hay hasta unos pocos, muy pocos, que apenas si se acuerdan de que existe.
Es distribuida anualmente y tiene una página para cada mes. Se asigna por grupo familiar e incluye detalles sobre sus integrantes, nombre y apellidos, edad y si tiene necesidad de las llamadas “dietas médicas”. Para este último caso debe presentarse un certificado médico debidamente aprobado y constatado en las llamadas Oficinas de Control y Distribución de Abastecimiento (Oficoda), donde se controla y regula la comercialización y entrega de los alimentos.
La libreta de abastecimiento, una cruz que cargan los cubanos
Si bien en su momento garantizaba la distribución de alimentos y otros productos subsidiados, y determinaba la cantidad y la frecuencia con la que una persona podía comprar cierta comida, actualmente su uso es bastante escaso.
Una vez por mes un cubano puede adquirir cinco huevos, ¼ de libra de pollo, ½ libra de aceite, cinco libras de arroz, 10 onzas de frijoles negros, una caja de fósforo y una vez por día, un pan, hecho de harina de batata y nada popular.
Cada tres meses, 400 gramos de pasta y un paquete de sal.La cantidad de estos productos depende de la cantidad de consumidores inscritos en cada libreta.
Para los niños, hasta los tres años, se le garantizan 10 compotas de frutas; y hasta los siete, reciben un kilogramo de leche en polvo.
En una carnicería del Cerro, Cuballama encontró a Asunción comprando su ¼ libra de pollo. “Somos dos en la libreta”, me dice, “mi hijo y yo”. Por tanto le tocan dos piezas de muslo y contramuslo. Le cuesta menos de cinco pesos en CUP. ¿Qué hará con eso? “Con eso, freírlo esta noche y ya. El resto del tiempo hay que inventar por ahí”, me contesta con marcada resignación.
Al carnicero le pregunto cada cuánto tiempo aproximadamente viene el pollo. “Hace más de casi un mes que no llegaba nada. Lo último fue una jamonada que apenas si las personas vienen a comprar por su mala calidad”.
Detrás llega María Antonia, una anciana de 75 años a la que sí le toca un poco más de pollo. “Es que tengo dieta médica. Padezco de diabetes y en la bodega me dan además una bolsa de leche en polvo descremada”. Cuballama se acerca a la bodega. Pocos clientes en el mostrador del sitio, poco abastecido, sucio y mal arreglado. En la pared una pizarra exhibe una lista escrita con tiza y mala letra de cada uno de los productos, la cantidad establecida por persona y el precio.
Juan Aguilar, un profesor jubilado de 65 años y en silla de ruedas, viene a buscar sus libras de arroz del mes. “Es la garantía de que vas a tener, aunque sea un poquito, que llevar a la mesa, pero no dura nada”. ¿Y cuándo se acaba?, le interrogo. “Tengo que comprar a cuatro pesos la libra, pero con mis 225 pesos de jubilación no me alcanza para nada. También mi hija me da de su cuota que a veces no coge”, me aclara el anciano.
Pánfilo y la libreta de abastecimiento
El popular humorista cubano Luis Silva, quien ha inmortalizado el personaje de “Pánfilo” en el programa Vivir del Cuento, ha hecho de la libreta de abastecimiento uno de los pilares de sus actuaciones y con certeza le canta: “pon a la libreta en un panteón, que ya cumplió su función”.
Pese a su precario presente, para los cubanos oír hablar de que “van a quitar” este símbolo de igualitarismo y escasez, causa terror. En 2011 Raúl Castro habló sobre la eliminación gradual de la libreta de abastecimiento, porque además de ser “una carga insoportable” para el Estado, desalienta el trabajo y genera “ilegalidades”, justificó.
Según argumentaba Castró, el Estado gasta más de 1.000 millones de pesos al año en subvenciones a estos alimentos. Teniendo en cuenta los bajísimos salarios, sobre todo de los jubilados, no está nada mal.
Pero la mayoría de los cubanos entraron en pánico, sobre todo los ancianos que con jubilaciones irrisorias al menos tienen garantizadas las libras de arroz y el pedacito de pollo, una vez por mes.
Para sobrevivir los otros 20 días hay que acudir al mercado negro o a las llamadas tiendas en divisas, las cuales tampoco están abastecidas debidamente o los precios son imposibles frente a los actuales salarios.
Eliminar la libreta de abastecimiento parece imposible, sin antes garantizar una economía medianamente equiparada, aumento de salarios y de las jubilaciones.