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Cuba: Un enfermero y un maestro “deciden” ser campesinos

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El maestro y el enfermero decidieron abandonar sus labores “habituales” para dedicarse desde hace ya diez años al cultivo de alimentos.

Otros casos de la llamada “Pirámide Invertida” se ha dado a conocer en la prensa oficialista cubana aunque, claro, enmascarados en la lógica de la verborrea productiva. Un enfermero y un maestro abandonaron sus respectivos puestos – el aula, el hospital o policlínico – para dedicarse a la noble y productiva labor de ser campesinos.

Extraño para muchos, tal vez para ellos mismos, descontando el hecho innegable de que, claro, también, se sientan más realizados en el campo, “la inversión hecha” por el Estado cubano en formar a estos dos jóvenes se ha tirado por la borda. Ambos prefirieron el campo, por encima de lo que, en un país “normal” – y no, Cuba no lo es – hubiese sido una labor de mucho rédito y de prestigio.

Basta mirar la Cuba antes del 59. Ser enfermero – o mejor aún: médico – y ser maestro, era una de las tantas aspiraciones de millones de cubanos. Sobre todo la segunda, maestro, que en cualquier comunidad era una plaza venerada y codiciada, tanto por salario como por prestigio.

Sin embargo, es bueno recordar que estamos en el 2021. Hace 30 años atrás llegó un Período Especial que lo trastocó todo. En honor a la verdad, ya desde años antes se veía viendo este fenómeno, pero no, no era la norma que un maestro o un enfermero se fueran al campo a cosechar alimentos. Tampoco lo era que un ingeniero civil pasara a ser jardinero – piscinero en el Hotel Riviera.

Entre maíz y tomate.

Ambos jóvenes trabajan en el polo productivo Hermanos Barcón del municipio de Pinar del Río.

Allí, también Acopio, como es la norma en todo el país, hace de las suyas. El médico y el enfermero afirman que la empresa estatal socialista “les compra los productos a precios justos”, pero luego vienen “la demora en los pagos y la ausencia de créditos”.

Estas dos trabas les dificulta no solo al maestro y al enfermero lograr beneficios durante una campaña, sino también al resto de los trabajadores que allí laboran.

A pesar de eso, Isael Cruz Santos, el maestro, y Eduardo Diego Cruz, el enfermero, se sienten realizados. Útiles. Y ganan más dinero, que es “lo mejor” que tiene ser campesino actualmente en la isla.

Israel tiene tiene 33 años. Es licenciado en Educación en el área de Humanidades, y hace ya más de una década que trabaja la tierra.

“Cuando estaba en el pre quería estudiar Cultura Física, pero el Comandante en Jefe dijo que era necesario formar maestros emergentes y di el paso al frente,” expresa este joven a todas luces “revolucionario” que luego, al parecer, se le quitó el embullo, cuando vio que la lista no cuadraba con el billete.

“Me gradué, trabajé tres o cuatro años y después me fui a la vega. Me gusta el magisterio pero en aquel entonces el salario era muy bajo. Aunque ahora ganan bien los profesores yo me quedo aquí, me siento bien y me gusta lo que hago”, expresó.

En las 13 hectáreas donde trabaja el ex maestro, cultiva tomate, frijol, maíz, calabaza y boniato.

El maestro señala que los insumos tienen un alto precio. La semilla está cara. El abono también.

Eduardo, el enfermero.

Eduardo, el enfermero, en sus 20 hectáreas tiene sembrado maíz y boniato.

Este año no le ha ido del todo bien, pero quiere llegar a tener una buena producción. Tiene el enfermero apenas 30 años, pero diez de ellos los ha dedicado por entero a las labores agrícolas.

“Estudié enfermería, dejé la carrera cuando me faltaba un año para terminar. No es que no me gustara, sino que desde que nací estoy en el campo y siempre ayudé a mi papá. Yo salía de la escuela y me iba con él a trabajar en la vega.”

El joven indica que “esta zona era ganadera y productora de leche”, pero luego se convirtió en puro monte.

Luego, “se desmontaron las tierras y hoy todo está en explotación”, explica.

También tiene sembrado pepino, calabaza, tomate y pronto plantará yuca.  El año pasado sembró papa.

También Eduardo tiene cosas que criticar.

Dice “contar con la maquinaria necesaria para trabajar la tierra, pero una de las cuestiones que más lo perturban, a raíz de las modificaciones en el sector, es el precio del combustible, pues es lo que utiliza para regar y para mover la fuerza de trabajo.”

“Tengo un sistema de riego de 30 hectáreas con enrolladores y el motor es diesel. Como mínimo tengo diario un tractor trabajando la tierra. Cuando estamos regando necesito 150 o 200 litros de combustible al día y 10 solamente para transportar al personal. Muchas veces tengo que comprarlo de mi bolsillo en el Cupet, y en ocasiones ni hay”.

No solo el aumento del precio de los insumos, la semilla o el combustible son cuestiones que preocupan a Isael y a Eduardo.

El ex maestro, dice que “muchas veces tiene que quedarse por las noches en el campo para que no le roben la cosecha”; y el ex enfermero afirma que “de las comunidades aledañas le sustraen los productos”.

“No hay forma de velar tanto terreno, un motor y enrolladores. He conversado con directivos de la empresa para buscar la forma de reforzar la vigilancia, no sé si con la policía, porque es duro perder lo que con tanto esfuerzo se logra y no tenemos seguro”.

por Roberto A.

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