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Por Fernando Vargas

 La Avenida de Boyeros está especialmente concurrida. A pesar de la crisis con el transporte, el Estado reforzó las rutas de ómnibus P12 y el P16, que van desde distintos puntos de La Habana hasta Santiago de las Vegas —pueblo intermedio entre la capital del país y la provincia de Mayabeque—, que alberga uno de los lugares más emblemáticos de la cultura y la religiosidad cubana.

El autobús llega a la terminal y al bajarnos nos recibe una escena impresionante: un joven se arrastra por el pavimento con una cadena atada al tobillo derecho por uno de sus extremos, y por el otro, a un bloque de concreto. Dicen que empezó su peregrinar en la calle Obispo, a más de 30 km del Rincón, y aunque son visibles las señales de agotamiento, sigue su rutina sin hablar con nadie. Lo acompaña una mujer que lleva, en un carro de compras, un altar con la imagen de San Lázaro, rodeado de flores moradas y símbolos de la religión yoruba, pues se sincretiza con Babalú Ayé, orisha deforme a causa de padecimientos por una vida entregada a los placeres, y que se relaciona con la viruela, la lepra, las enfermedades venéreas y de la piel. El hombre porta en sus manos una caja con una considerable suma de dinero que ha ido recogiendo por el camino y que le ofrecerá a San Lázaro cuando llegue a su meta.

Babalú Ayé se sincretiza con dos santos de la religión católica: el pobre Lázaro que Jesús cita en su parábola como enseñanza de humildad, y el Lázaro hermano de María y Marta, originario de Betania, a quien, según pasajes del Nuevo Testamento, Jesús hizo resucitar, y fue luego misionero y obispo de Chipre en el primer siglo del cristianismo.

Reza la tradición nigeriana que Babalú Ayé podía ser muy peligroso y vengativo. Solo invocar su nombre podía causar epidemias capaces de diezmar a pueblos enteros. De ahí que muchos cubanos prometan verdaderas hazañas a cambio de la cura de una enfermedad, suya o de un familiar cercano, que deben cumplir como sea, pues si no, Babalú les «partirá las patas».

El camino al Rincón y los puestos de venta

Como las rutas de transporte urbano acaban en la terminal, la procesión deberá caminar 5 km aproximadamente. Por razones organizativas se evita la presencia de motorizados para no interferir con el paso de los fieles que recorren grandes distancias arrastrándose hasta la iglesia. Algunos coches tirados por caballos adelantan cerca de dos kilómetros, por cinco pesos cubanos (CUP), hasta la entrada del antiguo cementerio. Pero el día del «viejo» Lázaro es para caminar.

El sendero pasa por Los Cocos, principal sanatorio para enfermos de VIH en el país, donde se recluyeron los primeros casos. Hoy permanecen de forma puntual algunos pacientes, voluntariamente o bajo «recomendación médica», por mantener una conducta sexual peligrosa, no responder bien al tratamiento o cuyas condiciones de vida no les permiten descansar ni alimentarse adecuadamente; muchos de ellos, desde la cerca, nos piden dinero y tocan una campana para que Babalú los ayude a controlar su carga viral y a salir pronto de su reclusión.

A solo dos kilómetros de la ermita, desde el portal de una casa un pregón invita a contemplar dos curiosidades traídas de la ciudad de Remedios, en la región central de la isla: Marieta, la ternera disecada que nació con dos cabezas fundidas, cuatro ojos y tres orejas, y un perro vivo con seis patas. La entrada cuesta solo 5 CUP, pero la concurrencia lo convierte en uno de los negocios más rentables de los alrededores.

Más adelante empiezan a aparecer innumerables puestos de venta. Varios cubanos, con la mentalidad emprendedora que nos caracteriza, aprovechan la oportunidad para allanarles el camino a los devotos con ofertas gastronómicas que pueden ir desde una fritura de maíz a 2 CUP, un pan con lechón a 10 o 15 o una «completa» de congrí, bisté de cerdo o pollo, vianda hervida o frita y alguna ensalada, por 30 o 40 CUP.

También se pueden comprar artículos religiosos de diversos tipos. Aquí, si se trata de vender, el ecumenismo llega a su máxima expresión. Uno de los más surtidos exhibe a la izquierda esculturas de San Lázaro que van desde los 4 CUC, las más pequeñas, hasta una en tamaño humano a 250. En el centro, varios collares e iddé (manilla de cuentas ensartadas que representan a los orishas), cuyos precios oscilan entre los 2 y los 4 CUC.  A la derecha, en otra mesa se expenden cuadros con representaciones de santos católicos, protecciones para el mal de ojo, vasos espirituales, la letra del año (predicciones hechas a principios de año según el tablero de Iffá), el horóscopo del mes, velas, tabacos, incienso… Al frente, los ramos de flores moradas —el color de Babalú Ayé— cuestan 10, 30 y 50 CUP.

Los tormentos en el camino al Rincón

A solo pocos pasos del final, nos detiene la aglomeración de personas. Una mujer de veintitantos años se arrastra por el piso, al borde del desmayo, pero su madre le exige llegar al santuario. Varios peregrinos, asombrados por el estado de la muchacha, le piden parar, mas la acompañante exige que la dejen: San Lázaro le dará la fuerza necesaria para terminar con éxito la ofrenda de sacrificio. Varios miembros de la Cruz Roja, convencidos de que no lograrán hacerla cambiar de parecer, le aconsejan ir despacio y respirar profundo, le dan ánimo y le prometen curarla cuando ella lo solicite.

Como llegan muchos peregrinos lastimados por los tormentos autoimpuestos, el santuario ha establecido un acuerdo con el Sistema Nacional de Salud, que ha montado en las cercanías una posta médica para brindar ayuda asistencial, curar las heridas, reanimar a los desmayados, etcétera.

La entrada de la iglesia del Rincón está casi copada por policías; hasta miembros de Tropas Especiales hacen ronda por el terreno. La explicación oficial es que se han producido violentos altercados entre los que vienen a cumplir sus promesas e integrantes de iglesias protestantes que tratan de disuadirlos alegando que la idolatría es pecado, que ese no es el verdadero San Lázaro y que sus ofrendas solo les traerán perjuicios.

A las puertas del templo, varias personas con afecciones en los pies piden dinero y enseñan sus llagas. Adentro, el culto católico ha comenzado, el incienso de la misa se mezcla con el humo de los tabacos, y los cánticos eclesiásticos con los toques en el piso y las campanas. El sacerdote ha puesto la imagen de San Lázaro, el pobre, en lo más alto del altar mayor, para evitar que los devotos lo deterioren. En uno lateral, el otro Lázaro, también objeto de veneración, es protegido por una reja.

El piso está cubierto de restos de cera morada, cenizas de tabaco, ron, sangre, sudor… Casi no se puede caminar, entre madres con sus bebés, niños que vienen a iniciarse con Babalú Ayé, enfermos que piden salud y otros, curados, que cumplen sus promesas.

Muchos no hablan, concentrados en el ritual. Si les preguntas, responden con monosílabos, pues la cámara, la Policía o Babalú los intimidan. Muy cerca de una columna, un hombre de mediana edad, con ropas de saco y que observa el panorama como si le resultara cotidiano, confiesa a Cuballama que viene desde pequeño, pues era muy enfermizo. Gracias a las promesas de sus padres, su salud mejoró y por eso sigue la tradición familiar.

Un joven entra descalzo, sin camisa, con símbolos de la religión yoruba tatuados en la piel. No quiere decir qué pidió, pero afirma que San Lázaro se lo cumplió, pues si no, no hubiera venido caminando sin zapatos desde Arroyo Naranjo (más de 20 km). No sabe si la deidad lo castigará si no consuma, ni quiere averiguarlo: este es el segundo año que acude al Rincón, para no deberle nada.

Una mujer carga su perrita pequinesa y fuma un tabaco. Su padre tenía cáncer de próstata y ella prometió que, si sobrevivía la operación, vendría a rendirle tributo a su salvador. Hace nueve meses le regalaron la mascota, por eso la trae, porque San Lázaro el pobre se representa acompañado por perros y quiere que la bendiga para garantizarle salud.

Luego de la eucaristía, el padre Elixander Torrel Pérez, rector del Santuario Nacional de San Lázaro, le comenta a Cuballama que desde el día 15 ya comienzan las personas a celebrar la fiesta del santo, pero el momento cumbre es la noche del 16, pues el templo se consagró en el Rincón el 17 de diciembre de 1917, muy cerca del hospital dedicado a pacientes con lepra, atendido por las Hijas de la Caridad. Cuando se fundó el centro asistencial, la lepra era una enfermedad sin cura y sumamente contagiosa, por lo cual solo personas con una seria vocación social se atrevían a atender a los aquejados. Actualmente quedan allí algunos con secuelas y otros pocos que aún se enferman.

El padre reconoce, en las expresiones de devoción que nos rodean, una muestra de piedad popular determinada por el sincretismo con diversas creencias: «Durante mucho tiempo se ha visto que vienen personas a demostrar su fe —nosotros le decimos “tocar lo divino”—, y lo hacen de muchas formas. Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, nuestro profesor del Seminario San Carlos, decía que la religiosidad del pueblo cubano era difusa».

La Iglesia Católica respeta esta expresión, aunque no está de acuerdo, por principio, con las promesas de martirio o azote personal. Sin embargo, para el padre Elixander, el santuario del Rincón debe ser la casa de todos y no se debe coartar ninguna manifestación de fe, aunque, como parte de sus funciones, esté reconducirla. Explica que hay quien viene con miedo porque no pudo cumplir con todo lo que prometió, y acude a él como árbitro y mediador entre el mundo espiritual y el de los hombres. «Ese es el momento, para la Iglesia, de hablar del perdón, la reconciliación, las obras de caridad… y así cambiar esa mentalidad de miedo por una de amor y esperanza».

Una de las promesas más frecuentes a San Lázaro es pedir dinero por la calle para ofrendar. Al principio solo se solicitaban centavos, pero la devaluación de la moneda nacional hace esta cifra irrisoria, hasta para un ente inmaterial; por eso al santuario se traen pesos cubanos, CUC, dólares, euros… recopilados por los peregrinos, y la Iglesia los invierte en obras de caridad.

Pero no solo se tributa dinero. Anexo al inmueble religioso, un pequeño Museo de los Exvotos colecciona todo tipo de objetos: batas de médicos, tesis universitarias, charreteras de militares, el disco que un cantante cubano envió desde Italia para agradecerle al «Viejo» su éxito… Donativos como ropa, aceite o harina se entregan a instituciones benéficas.

El día de San Lázaro, más allá de las creencias de cada cual, es un punto de encuentro entre cubanos. Es raro, a cualquier hora que llegues, no toparte con algún amigo, vecino, antiguo compañero de clases o hasta a tu profesora de marxismo de la universidad, que viene por «curiosidad antropológica», aunque de su bolsillo asoma, sospechosamente, un tabaco. Algunos acuden desde el interior del país, o hasta de la otra orilla, solo para cumplir con la tradición, para que San Lázaro o Babalú Ayé les conceda continuar su camino con pisada firme y segura.

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