Connect with us

Cuba

Así está el Rincón en víspera del día de San Lázaro

Published

on

Las peregrinaciones al Rincón se suceden cada año entre los fieles. Los cubanos piden y agradecen a San Lázaro desde la víspera

Este año estaba decidida. En la mañana, me levanté bien temprano a desempolvar mi San Lázaro. Limpié lo malo con vino seco, le puse unas monedas y encendí la vela morada. Esperé hasta que se extinguió la última llama. Fin del único homenaje previsto.

Pero abuela llegó a invitarme: “hoy, pues mañana no hay quien entre. Ya se desviaron los carros para dar paso a la procesión”. Me vestí rápido y fui a la caza del P16. En un rato habíamos llegado. Comprar unos cirios a la entrada del pueblo y el otro trecho caminando. Esa es mi forma de rendir culto, de mostrarle que con las piernas todo va bien y el periodismo funciona, como le pedí siempre.

Aunque intenté evitar el gentío, se me hizo imposible. A mi derecha, un señor arrastra una imagen casi de tamaño natural, las rodillas en carne viva, cara demacrada, sonrisa en rostro. Está pagando una promesa.

A pesar de sus años con VIH, está en pie. Cuando no le quedaba nada por perder, se aferró a su fe. “No estoy curado pero soy feliz. Encontré una pareja estable, mi familia me está apoyando y anímicamente, me siento renovado. Luego de haberme ayudado tanto, el Sol y unos kilómetros de camino rugoso no van a impedirme agradecer”.

Sin más, continúa su camino. Son las doce del día, llegará con buen ritmo tres horas después. Su penitencia le impide una mísera gota de agua. Pero está a salvo, no quiere más.

La llegada al santuario no es diferente de ocasiones anteriores. Fuera hay flores por doquier, predominantemente violetas y malvas. De pequeña, cuando iba con mi mamá, me detenía horas a pensar cómo los vendedores podían conseguir tantas del mismo color, mientras soñaba con la posibilidad de visitar un campo plagado de ellas. Ahora se acabó el misterio: un poco de violeta genciana en el agua donde se conservan y la naturaleza hace el resto.

Me decido a entrar de una vez. Malamente paso entre las personas. Busco con desesperación un sitio donde encender mis velas sin que sean apagadas por quien venga detrás. Antes de pedir, agradezco, para nosotros –él y yo-. Oro un tiempo más de rodillas –la joven encargada del cuidado del altar debió establecer tiempos límite–, a fin de dar espacio a todos.

Por lo demás, recorro el santuario y me quedo un rato observando la pared de las ofrendas. Muletas, vendas y demás objetos personales pertenecientes a aquellos que vieron su sueño cumplido mediante la grandeza del santo, la adornan.

Busco infructuosamente algo de agua bendita, no tengo éxito. Igual la afluencia no me permitiría llegar hasta la fuente. No hay de otra. Salgo de una vez. De vuelta en la calle, me encuentro un joven en silla de ruedas, pidiendo limosna. Como él, otros tantos con disímiles males –observables a simple vista- piden ayuda.

Según muchos, ese dinero se lo gastan luego en sí mismos: “viven mejor que quien los ayuda”, mas la imagen me hace mella y aparto el capital suficiente para irme a casa, el resto lo comparto equitativamente entre todos. Así resarzo un poco del bien que de allí me llevo.

Ya en habitación, suelto los zapatos para reponerme del largo viaje. Cuando estoy lista para dormir, ellas me interrumpen. Las dos perras saltan, juguetonas, frente a mi cama. Me levanto una vez más dispuestas a darles cariño. Sé de sobra que San Lázaro también las habita.

Texto y fotos: María Carla Prieto


 

¿Quieres reportar algo? Envíanos tu información a:

[email protected]

Comentarios
Click to comment

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

LO MÁS TRENDING

LO MÁS VISTO