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Cuba

Cuba y la profunda crisis moral que atraviesa la sociedad

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Por: Flavia Viamontes

Egoísta,  mezquina, sin valores de ningún tipo… en eso se está convirtiendo la sociedad cubana de hoy. ¿O se convirtió ya? Quien lo niegue e intente adoptar la posición del avestruz, que asome la nariz a la calle, la escuela, el transporte público, los comercios… En fin, a la vida cotidiana.

Un reciente post en el muro de Facebook de la periodista Mayte María Jiménez daba pie a reflexiones sobre el tema. Ella, embarazada de seis meses, intentaba saciar sus antojos en la recién renovada heladería Coppelia haciendo uso de los beneficios que le ¿otorga? la sociedad por  su condición de gestante.

“La barbarie de un antojo…” tituló el post en el que describe con dolor hasta dónde hemos podido llegar en este país que se preciaba de ser el más “solidario, fraternal y educado”.

Describe ella que “Faltaban poco más de 10 minutos para las 11 de la mañana este miércoles. Éramos en total cinco las embarazadas dispuestas a un lado de la cola para esperar las orientaciones del custodio, que desde el lateral de la heladería nos había mandado a ubicarnos allí.

Fue entonces cuando un ambiente cargado de hostilidad comenzó a rodearnos, con hombres y mujeres adultos que, despojados de toda humanidad y respeto, comenzaron a lanzar los más crueles improperios contra nosotras. Repetirlos sería aún más desagradable. Porque no eran sólo las palabras ofensivas, era la imagen del desprecio y el hastío con que nos miraban, era escucharlos hablar tan despectivamente sobre la gestación humana, sobre la mujer que lleva dentro sí una nueva vida”, apunta la periodista.

La casa, los padres y la familia

Sentados a la sombra de los árboles de un parque del Cerro en una calurosa tarde habanera, un grupo de ancianos juega al dominó. Conversamos sobre crisis de valores y todos coinciden en que, independientemente de que muchas sociedades pasan por el mismo trance, la nuestra atraviesa una profunda crisis moral.

Analizaban distintas causas y señalaban sobre todo a los padres y la familia en general, como los máximos responsables de inculcar valores. “A la casa le corresponde la tarea fundamental, pero la sociedad es una influencia importante”,  afirma Andrés Aguirre, uno de los señores que, además, me insiste en que ponga su nombre y apellido.

Es cierto que a la familia corresponde la tarea fundamental, pero, ¿qué pasa cuando esos valores recibidos en el hogar tropiezan con la realidad?, concuerda Armando con su pareja de juego, mientras ambos le dan agua al dominó. “Nada como un ómnibus de transporte público para ver la falta de solidaridad y de educación”, refiere.

Rememora un pasaje recurrente en ese habitual y casi único medio de transporte en el país. “Vemos a diario muchachos y, algunos que no lo son tanto, sentados y volteando el rostro ante una embarazada, un anciano o cualquier persona con dificultad. Si los asientos amarillos, destinados para ese sector, están ocupados, nadie se siente con la obligación de cederle el suyo”, rememora indignado Armando.

Durante generaciones hemos escuchado la frase “la juventud está perdida” pero ¿será la juventud la que está perdida o son los propios valores de los que hablamos?, lanzo la pregunta al grupo.

Rolando se abanica con un periódico oficial Granma y reflexiona: “Es un efecto dominó, como este que tenemos acá. Si en la casa los niños crecen sin educación, en medio del alcohol y sin que les inculquen los más elementales métodos educativos, así formarán su personalidad y transmitirán esos `desvalores ´a los hijos propios que tengan. Es un círculo vicioso”.

Divertirse en otros tiempos era posible sin el alcohol, ahora no falta para lograr el supuesto esparcimiento y cada vez se consume en edades más tempranas. “Beben ron, en el mejor de los casos…”, acota dejando abierto el cuestionamiento.

“Hembras y varones hablan en voz alta, gesticulan con las manos, dominan pocas palabras del rico diccionario español y la ortografía es nefasta. No les falta el celular en la mano y el reggaetón bien grosero y a elevados  volúmenes”, agrega. Dar los buenos días o un simple “gracias” es cosa de viejos y lo habitual es que utilicen un amplio registro de malas palabras en sus conversaciones.

Aunque, interrumpe Armando, no hay regla sin excepción. “Todavía  se encuentran adolescentes y jóvenes correctos y educados. Claro, cuando te pones a analizarlos, provienen de hogares donde siempre se han cultivado los buenos modales. Es el efecto dominó del que hablaba anteriormente”, enfatiza.

¿Culpable el reggaetón?

Son las dos de la tarde, hora en la que los niños y adolescentes deberían estar en la escuela. La ruta 20 sale de su primera parada en Miramar y una turba de muchachos, entre 13 y 16 años, la aborda de la manera más grosera que existe.

Evidentemente vienen de la famosa Playita de 16 o de sus alrededores, pues traen los uniformes de escuela empapados en agua. Risas altas, malas palabras, y no puede faltar al reguetonero  Chocolate sonando en  un “speaker” a los más elevados decibeles.   Un raro tufo a alcohol hace pensar que han bebido.

Molestan al resto de los pasajeros. Alguien se queja y uno de los muchachos le lanza un pan que trae en la mano. La discusión es inminente, el chofer detiene el ómnibus y los baja casi a la fuerza.

La pregunta de todos los afectados: ¿Dónde están los padres de esos niños? ¿Qué hacen fuera de la escuela y en esas condiciones?

Uno de los pasajeros dice que todo es culpa de esa “música sucia que hace el tal Chocolate o los llamados El Negrito, el Kokito y Manu-Manu”.

Yamilet es socióloga y madre de dos niños de siete y nueve años. Sufre en carne propia, aclara, que en la isla se han subvertido los valores y escenas de este tipo son cada vez más habituales. “Ya muchos adultos ven normal que un niño escuche la peor de las músicas o baile de manera erótica.  Lo hemos visto varias veces en cumpleaños infantiles o, peor aún, en actividades en las escuelas, ponen reggaetón del más vulgar y hasta coreografías preparan”, se lamenta.

Explica la especialista que la crisis no se evidencia solo en las nuevas generaciones. ¿Qué pasa cuando nos montamos en un almendrón o en una guagua? “La música igual de alta, la mayoría de los choferes fuman y maltratan sin pudor.  El conflicto es a escala máxima”.

¿La solución? Pregunto a un señor muy atinado y padre de un amigo. Su respuesta, categórica y rápida: “Buldócer de oriente a occidente y luego reconstruir”.

 


 

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