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Cuba

Biden le afloja la soga a Venezuela; Cuba ¿en la cola?

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Biden le aflojó la soga en el cuello a Nicolás Maduro, pero ello no quiere decir que pudiera hacer lo mismo con Cuba. ¿O sí?

La reciente decisión del mandatario norteamericano Joe Biden de “aflojarle la soga” al gobierno de Nicolás Maduro pudiera ser vista por muchos como una especie de “intención” de darle un giro trascendental al manejo de las relaciones en la región, o al menos eso creen no pocos en la isla.

Los medios cubanos y hasta los propios cubanos esperan que el ansiado día llegue, o al menos que llegue un día parecido a aquel de diciembre del 2014 que dio comienzo al llamado deshielo de las relaciones entre EE.UU. y Cuba y que duró, como dirían los mismísimos cubanos, lo mismo que un merengue en la puerta de un colegio.

Barack Obama, presidente por aquel entonces, era visto como el Supermán para los cubanos, que luego, en enero del 2017 cuando este de un plumazo les quitó las prerrogativas migratorias que tenían amparados por la “ley” de Pies Secos Pies Mojados, hasta lo vieron como el ogro malvado de cualquier cuento infantil.

Ahora, mientras muchos le rezan a Joe Biden para que tome con Cuba medidas que permitan la vuelta a la isla de los cruceros y los vuelos regulares y charters a todas las provincias -aunque siempre hay quien pide más y hasta exige eliminen el embargo que tiene desde las calendas griegas EE.UU. a la isla- olvidan que Biden, aunque al parecer ahora más “modernizado”, es un fiel creyente en la libertad y en los derechos humanos.

Los recientes acontecimientos frente al MINCULT, si los viera sentado en la Casa Blanca o en Facebook o Twitter, pudieran inducir al mandatario norteamericano a creer con firmeza que nada ha cambiado en La Habana.

Biden debería al menos cuestionarse por qué miles de cubanos exigen ahora mismo no tanto el fin del embargo, sino la remoción del Ministro de Cultura.

En La Habana, sin embargo, parecen apostar porque a Biden no le interesa saber que los ministros y funcionarios cubanos, las organizaciones, organismos, dirigentes políticos y asamblearios son casi en su inmensa mayoría una caterva de ineptos que siguen cabizbajos orientaciones de un aparato que prefiere -por ejemplo- apostar tres patrullas de la PNR con al menos seis agentes frente a casa del artista Luis Manuel Otero Alcántara para evitar que este vaya a sentarse en las escaleras del Capitolio, antes de ubicarlos en -digamos- una cola para adquirir el pollo, en una tienda del Vedado.

Los cambios de la Casa Blanca hacia La Habana no vendrán servidos en bandeja de plata, tal y como hizo Barack Obama. Eso parece claro, aunque La Habana se niegue a creerlo.

El jueves pasado, Jen Psaki, la secretaria de prensa de la Casa Blanca, durante su conferencia de prensa diaria, dijo -con relación a los planes que tiene la administración Biden para revisar la política hacia Cuba- que pronto se producirán cambios, pero señaló bien claro:

“Nuestra política hacia Cuba se rige por dos principios. En primer lugar, el apoyo a la democracia y los derechos humanos, que será el núcleo de nuestros esfuerzos”.

Eso sí, dejó un camino abierto a una “posible normalización” de las relaciones, o cuando menos al regreso de viejas políticas de acercamiento.

“Los estadounidenses, especialmente los cubanoamericanos, son los mejores embajadores de la libertad en Cuba. Así que revisaremos las políticas de la administración Trump”.

Ello puede entenderse como la posibilidad de eliminar algunas restricciones a los viajes de Estados Unidos a Cuba, así como revisar la decisión de la última hora del 11 de enero de 2021 de la Administración Trump de volver a designar a Cuba como Estado Patrocinador del Terrorismo.

Es cierto que muchos de los principales asesores de política exterior y secretarios de gabinete de la Casa Blanca del presidente Joe Biden en los Departamentos de Estado, Seguridad Nacional, Defensa y otros lugares, han tendido a favorecer los enfoques orientados al compromiso y el diálogo con países como China e Irán, viejos enemigos de antaño. Se basan en la creencia de que tales políticas pueden servir mejor a los intereses de Estados Unidos, en lugar del enfrentamiento y la tirantez en las relaciones políticas.

Es probable que creyentes en el diálogo, esos asesores quieran promover cambios positivos en Cuba; y hasta el viaje de la ahora Primera Dama Dra. Jill Biden a Cuba en octubre de 2016, momento en el que se reunió con diversos miembros de la sociedad civil cubana, pudiera servir para que Biden se acerque a Cuba.

Y aunque Biden expresó abiertamente que nadie en su familia tomará decisiones en materia gubernamental, nadie debe dudar que quizás, Jill le pida “que relaje”; o que Biden “le pregunte”. A fin de cuentas quien estuvo en Cuba fue ella, y no él.

Es probable que también le pida un consejo a John Kerry, Secretario de Estado en la época de Obama, y ahora también en su equipo. El mismo hombre que en septiembre pasado reveló durante una entrevista con la cadena CNN que Obama, cuando dio la mano en el 2014 se sintió un mordisco, pues según sus propias palabras, “se sintió que dio mucho y no recibió nada a cambio”.

Si todo se mantiene así y Biden continúa apegado al libro de los derechos, es probable que hasta expresen -aún no lo han hech – malestar por ver a un Ministro de Cultura en la isla, propinando manotazos y empujones cual entrenador de boxeo. Es probable que entonces, por fin, La Habana se decida a quitarse de encima al ministro boxeador, porque para ellos -se sabe- Alpidio Alonso es un simple chivo expiatorio, perfectamente sacrificable en la batalla por la divisa, como lo pudiera ser cualquiera de sus ministros.

Ariel P.



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