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Cuba

Alicia Alonso: un eterno pas de deux entre alma y nación

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Por Lucía Jerez

El ballet clásico tiene en Alicia Alonso una de sus más notables representantes. Los cubanos la consideran parte importante de la nación

“No era Giselle, ni el Lago de Los Cisnes lo que nos hacía ir al teatro. Era ella”. Rubén Alcázar es de los tantos que admiró profundamente a Alicia Alonso. Siguió sus actuaciones dentro y fuera de Cuba, cuando le era posible.

Hace pocas horas que los cubanos supieron de la muerte de la Prima Ballerina Assoluta y ya son muchas las reacciones en la calle y en redes sociales. “Estaba mayor y no necesitaba bailar, ni siquiera aparecer en televisión, el hecho de ser ella era un símbolo”, expresó Nidia Allende, secretaria en el Instituto de Radio y Televisión.

Su deceso a los 98 años de edad, a causa de fuertes problemas de tensión arterial, como ha referido el diario español El País, ha dejado boquiabierto a más de uno.  La bailarina joven, erguida y segura, la anciana temblorosa, a veces sobrecogida; de cualquier forma, era una mujer que provocaba. Elitista la llamaban algunos, artista de todos la consideraban otros.

“Dio tantos orgullos a esta patria que, aunque vengan otras a seguir la trayectoria, su impronta es inigualable”, aseveró Pepe García.

Desde los 25 años aproximadamente enfrentó una operación en la vista, antesala de un padecimiento crónico que le afectaba. Sin embargo, viendo a través de sus pasos, fue una de las más internacionales.

“Dicen que contaba los metros del escenario cuando casi no veía, pero no dejó de danzar como si acariciara un pétalo de rosa. Criterios sobre ella hay disímiles pero su grandeza no se puede opacar”, sostiene Idalia Martínez, locutora de la radio y la televisión.

“Fíjate si era inmensa que hasta Fidel Castro la respetaba. Él que siempre hizo y deshizo a su antojo. La consideraba intocable. Nunca se inmiscuyó en los asuntos de su Compañía, por el contrario le otorgaba presupuesto. La admiró hasta el final”, manifestó Lupe Menéndez.

Ni un teatro con su nombre, ni la escultura de bronce en su honor, son la medida de lo que representa en realidad para quienes habitan este archipiélago. Las alegrías que regaló a la mayor de las Antillas quedan en un eterno pas de deux entre su alma y la de esta nación.

 


 

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