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Cuba

Ludovico: un hacedor de almas olvidado en La Habana

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Texto y fotos: Flavia Viamontes

Dibujante, pintor, promotor cultural, diseñador de ideas, dinamizador de acciones y… autodidacta.  Esta es la presentación profesional que podría dársele a Eugenio Blanco Rodríguez, pero nadie lo conocería. En cambio si hablamos de Ludovico, ya sería más familiar, mas habría que añadirle adjetivos un poco más punzantes.

“Un día decidí que me llamaría Ludovico y hasta hoy todos me llaman así”. ¿Por qué el cambio?, le pregunto. Se encoge de hombros y sin pensar me espeta: “me dio la gana, es todo”. A seguida me aclara: “Aunque ya ni me acuerdo quién soy”.

Así de irreverente, sarcástico, pragmático, transgresor de normas y hasta altruista, es este hombre que tiene una vasta historia sobre sí en favor del movimiento artístico cubano y comunitario de los 80, 90 e inicios de siglo. Hoy “Ludo”, como le dicen sus amigos, es un minusválido recluido en un apartamento del Vedado y que vive bajo el cuidado de un amigo también artista.

Como premio a su labor solo ha obtenido la distinción Gitana Tropical que otorga el Ministerio de Cultura, una cuenta de Internet con la que se han podido expandir sus proyectos y… muchos olvidos e injusticias.

Anda en silla de ruedas porque teme caminar. Se ha caído varias veces y ya sus huesos no le responden igual. Ludovico es un anciano de barba blanca e hirsuta que atrae por su verbo. Y aunque la memoria últimamente le falla bastante, tiene recuerdos muy claros que nos cuenta de forma tajante y ríspida.

Una de las últimas pinturas de Ludovico.

Lo primero que me explica es que ya ni pinta ni escribe: “Me di cuenta que el resto de los artistas lo hacían solo para alimentar su ego y ahí mismo dejé de pintar pa´l carajo. Lo mismo hice con el cigarro. Me desperté una mañana y dije que no fumaría más y no lo he vuelto a hacer”.

“A la gente le cuesta trabajo tomar decisiones. Yo no, las tomo y ya, así de fácil. Por eso tampoco nunca fui militante del Partido,  ni me gradué de la universidad, aunque pude hacer las dos cosas, pero no me dio la gana”, agrega.

Cuando Ludovico estuvo en la guerra de Angola

Trata de relatarme la historia de su vida, pero divaga entre fechas y hechos. Estuvo en Angola y, según afirma, lo mandaron a esa guerra injusta para matarlo.

Tuvo una bronca con unos “pinchos” y les manifestó cuanto improperio le vino a la cabeza ante la incapacidad que demostró el Ministerio de Cultura por resolver los problemas que tenían los artistas en el país en aquel momento. Era la década del ochenta y él colaboraba con la Editora Abril y la Unión de Jóvenes Comunistas, pero sin compromisos.

“A nadie le gustó mi posición”, confirma y luego del incidente buscaron la forma de salir de él. Lo mejor era cortar por lo sano y asegura que la única intención era que muriera en Angola. Dejaba atrás a una esposa y a su hija pequeña, pero como siempre fue medio loco, no temió las consecuencias.

Lo enviaron a una unidad enorme en la que estuvo los primeros meses llevando papeles y cuentas. Hasta que llegó un jefe y le anunció que “de La Habana” lo habían mandado al frente de batalla. “Ya tú sabes, para donde estaban las balas y las minas. ¡Querían matarme! Pero hasta para eso tienen mala suerte”, se sonríe.

Cuando vieron que nada acababa con él, entonces le sacaron provecho a su lado artístico y lo enviaron a laborar en la decoración  de un hotel angolano, que visitarían unos militares cubanos. “El jefe solo sabía rogarme que lo terminara. Si no lo termino —le sostuve— fusíleme. Y acá estoy.  Cuando llegué a Cuba y me di cuenta que estaba vivo me regocijé; sobre todo porque sabía que tenían que aceptarme. Ahora era combatiente internacionalista. ¡Se jodieron!”

Lo quisieron hacer militante de Partido. “Me dieron unas cartas avales que le llevó a un hombre, alguien de quien no recuerdo el nombre pero que fue responsable de cultura dentro de la UJC. El tipo leyó la carta y me comentó: Pero tú no puedes ser militante, tú no tienes un trabajo fijo”.

Nunca le faltó la disposición pero no le interesó emplantillarse ni recibir un salario. En esa época colaboraba con la Editora Abril y lo mismo “podía crear una revista, una campaña publicitaria o limpiar el piso, pero lo que no quería era recibir un salario ni verme presionado. Por eso, en cuanto a la militancia les pedí que la olvidaran”.

Desde la Editora Abril participó, ya por los años 90 y por orden del entonces Primer Secretario de la  UJC, Roberto Robaina, en la creación  de las tantas campañas juveniles que buscaban suavizar la catástrofe económica del país. “Les entregué más de 200 diseños y jamás me dieron respuesta alguna, después supe que los estaban usando sin darme absolutamente ningún crédito”, nos asevera.

Ludovico y el Banco de Ideas Z

Alejado de todo tipo de proyecto que lo vinculara con la UJC y cualquier forma de propaganda política, Ludovico fundó en diciembre de 1992 el Banco de Ideas Z, un espacio para promocionar la obra de más de 900 artistas de todo el país.

La función del Banco era la de promover dentro y fuera de Cuba ediciones de autor, libros individuales y colectivos, compilaciones de textos literarios, plegables de artistas plásticos, dramaturgos, grupos teatrales, postales, sobres y almanaques con imágenes de artistas cubanos, fundamentalmente jóvenes.

Contaban con miles de direcciones de instituciones culturales,  centros de arte, museos, galerías, asociaciones artísticas, casas de cultura,  fundaciones, centros de documentación, bibliotecas, publicaciones de perfil cultural y social, así como de estaciones radiales o  televisivas y periódicos de Cuba y el mundo.

Aproximadamente dos o tres veces al mes recopilaban varios trabajos y armaban una especie de boletín que enviaban luego a través del correo ordinario a todas esas direcciones. “Era una forma de dar a conocer lo que hacían en este país un grupo de artistas que no encajaban en los cánones de entonces. Era una locura, la mayoría  de nosotros vivíamos en este mismo apartamento del Vedado y acá preparábamos todo. Cada uno traía su trabajo y los juntábamos para enviar. Éramos verdaderamente terribles”, rememora.

Recibían respuestas de los más disímiles sitios y fue tan amplia la repercusión que hasta llegó a la CIA. Ha olvidado la fecha exacta, pero cree que eran los años 1992 o 93, cuando la situación en el país estaba bien convulsa desde el punto de vista social,  político y, sobre todo, económico. Un día tocaron a su puerta dos hombres muy raros. Dijeron ser parte de una Organización no Gubernamental que procuraba “apadrinar” al Banco de Ideas Z ofreciéndoles, incluso, una imprenta completa para el proyecto.

“Sin apenas entender qué pretendían recibí todo aquello y quedamos en una próxima visita en la que trazaríamos las estrategias del trabajo”, relata. Tensos fueron los días siguientes. Opiniones encontradas entre el grupo de artistas y la certeza de que la Seguridad del Estado estaría detrás de ellos pisándole los talones.

Ludovico decidió entonces recoger todo aquello y se lo entregó a la Editora Abril. “Era mejor evitar problemas. Sabía que me estaban intentando comprar con regalitos de este tipo y lo que vendría después no era nada bueno ni para mí ni para el resto del equipo”.

Muchos lo criticaron, la mayoría. “Casi todos están hoy viviendo fuera del país y yo sigo acá”. Lo peor es que nadie, en ninguna instancia, se lo reconoció ni se acuerda de él.

Haciendo Almas, otro proyecto de Ludovico

Poco después, lógicamente,  se disolvió el Banco. “Me di cuenta que lo mejor era que cada uno cogiera su propio rumbo”.

Todos tomaron su camino y Ludovico en su afán de no quedarse tranquilo y cada vez más comprometido con la labor comunitaria, emprendió Haciendo Almas,  un proyecto comunitario que hasta hoy perdura y que mantiene con la colaboración de José Miguel Rodríguez Ortiz, “un loco como yo que me hizo caso hace más de quince años y el único que se arriesgó a trabajar conmigo”.

Haciendo Almas tiene el mismo  objetivo que el Banco de Ideas Z. Solo que esta vez divulga el trabajo comunitario de niños, adolescentes, escuelas, teatros, proyectos socio-culturales, y todo tipo de acciones que ni la televisión ni la prensa promueven.

Comenzamos con la escuela Tomás Romay, de El Vedado, en la que los profesores se enamoraron de la idea e invitamos a los niños a escribir cuentos, poemas o narraciones en general. Tal cual ellos los escribían,  así las enviábamos a miles de direcciones electrónicas que ya teníamos.  Haciendo Almas cumple sus trece años en este 2019.

Además de la página web, Ludo tiene 1600 direcciones electrónicas  a las que manda lo mismo que se publica en el sitio. “Así viejo y casi sin caminar soy como un divulgador comunitario por cuenta propia o porque me da la gana…  Y lo seguiré siendo mientras esté vivo. Ah y también, sin recibir nada a cambio”, recalca de modo cortante.

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