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Por Fernando Vargas

Las integrantes de Lo llevamos rizo gestionan su página en Facebook, en la que muestran diferentes peinados y formas de llevar el cabello afro natural, además de seguir organizando eventos, talleres y espacios de debate sobre el racismo

La plancha, el torniquete, la keratina, la cirugía capilar, las extensiones… Desde los métodos más primitivos hasta los más sofisticados, con tal de eliminar de las cabezas aquellos “caracoles” ancestrales que persisten en recordarnos nuestros orígenes familiares, y los de la humanidad.

Incluso en los momentos más duros de la crisis conocida como Período Especial, pocas cubanas afrodescendientes renunciaron a estirar su pelo, aunque para ello tuvieran que sufrir las quemaduras de un peine caliente o hacer mezclas alquímicas con el conocido desriz de potasa, capaz de aplanar cuanto se encuentre en su camino, y de paso llenar de postillas el cuero cabelludo.

Annia Liz de Armas Valido siempre tuvo su melena lacia, casi por la cintura; la gente la paraba en la calle para preguntarle si era de ella, pues resultaba difícil de creer. Como muchos otros adolescentes cubanos debió internarse en un preuniversitario en el campo (IPUEC) para terminar su bachillerato, y al llegar de pase a la ciudad los sábados, iba corriendo para casa de su tía, donde podía permanecer hasta cuatro o cinco horas entre múltiples tratamientos para “dejarla perfecta”. Empezó a sentirse esclava de sus hábitos.

Con el descubrimiento del rap y el hip hop cubanos fue cambiando sus cánones de belleza, pues tanto en los videoclips como en las letras de las canciones solía representarse orgullosamente a los de la raza negra, sin necesidad de “blanquear” su imagen para ganar aceptación.

Julié Pérez Vivé nunca entendió por qué debía estirar sus rizos para verse bella o presentarse en algún evento social. En 2006 salió de su casa con una pañoleta en la cabeza y le dijo a la familia que iría a la peluquería. Allí cortó todo su cabello tratado y solo dejó el incipiente que crecía natural; de regreso al hogar, la madre puso el grito en el cielo. “¡Te has vuelto loca!”, afirmaba incrédula. Luego se puso unas extensiones de trenzas para dejarlo crecer y su papá solo atinó a comentarle: “¡Pareces una deportista!”, debido a que exitosas atletas cubanas y extranjeras, y también competidores masculinos, iban imponiendo la moda de las trenzas —algunas, incluso, con los colores de las banderas.

A Mercedes Prendes Carreras desde chiquita le empezaron a pasar el peine caliente. Luego llegaron los desrices que le provocaron varias quemaduras, por la intensidad de las sustancias químicas. Estudió peluquería y le enseñaron múltiples opciones para “tratar” el cabello afro, siempre con el fin último de alisarlo. Sin embargo, investigó y se dio cuenta de que llevarlo natural no solo era bello, sino más económico y menos trabajoso.

Ahora, como profesional, trata de promover otras opciones, sobre todo en personas que ya han maltratado demasiado su pelo y cuero cabelludo con agresivos procedimientos. En este sentido, suele hacerle al cliente una especie de expediente de su salud capilar y registrar la evolución a medida que se van sustituyendo los químicos por alternativas más naturales.

Más allá de una decisión personal, un acto de resistencia

Aunque dejar de alisar los rizos pudiera verse desde lejos como una opción más, que debería ser respetada en una sociedad que se precia de haber eliminado el racismo, las historias personales de estas jóvenes confirman que aún en pleno siglo XXI sigue siendo un acto de resistencia, y hasta de valentía:

“Si visito a algún familiar, la pregunta clásica es ‘¿Cuándo te vas a hacer el desriz?’. Mi abuela, cada vez que llegaba alguien, le decía: ‘Si tú ves el pelo que tenía esa niña… y mira como lo tiene ahora’. No lo hacen de forma hiriente, porque es tu familia y te quiere, pero hay rechazo.

»En la calle pueden ser más agresivos; tal vez te encuentres con personas que te celebran, pero son las menos. Una vez iba en un almendrón, me tocó sentarme al lado del chofer y este me pidió que bajara, supuestamente porque no podía ver el espejo. El carro estaba lleno y nadie me propuso cambiar. Otra vez, en una cola, siento que me halan el pelo muy duro y cuando me viro, una desconocida les decía a otras personas: ‘¿Viste que no era una peluca?’. Como estas, te pudiera contar mil anécdotas que demuestran desaprobación por parte de la gente”.

Cortesía: Lo llevamos rizo

Lo llevamos rizo como proyecto

En este contexto de racismo naturalizado en muchos cubanos, surge una iniciativa de la artista Susana Pilar Delahante Matienzo en la Bienal de La Habana de 2015. No se trataba de un proyecto constituido, sino de un desfile y concurso acompañado de varios talleres de peinados y conferencias teóricas sobre racialidad y moda. Annia, Julié y Mercedes participaron como concursantes. En 2019 la experiencia se repitió, pero de forma mucho más amplia: se incluyeron hombres en las actividades, además de niñas y niños. Ahí se decidió constituir un comité organizador para mantener un grupo de acciones encaminadas a promover el uso del cabello afro natural, y ellas formaron parte de ese comité.

Lo llevamos rizo mantuvo durante tres meses un espacio para el intercambio de experiencias, y talleres para procederes y peinados. Las acciones estuvieron precedidas por una conferencia del ensayista cubano Roberto Zurbano titulada “Alisando las pasas, alistando las ideas”. Además, tuvieron invitados como la artista Mina Rose, la estilista francesa Vivi Dague y los fotógrafos Chino Arcos y René Peña, lo cual propició trascender los temas relacionados con el aspecto visual, para promover conciencia sobre la necesidad del respeto a las diferentes identidades existentes en el país.

Actualmente gestionan su página en Facebook en la que muestran diferentes peinados y formas de llevar el cabello afro natural, además de seguir organizando eventos, talleres y espacios de debate. Pero no todo ha sido color de rosa: este proyecto novel no solo tiene que luchar contra el racismo enraizado en la población cubana como una herencia no erradicada de la colonia, sino que lidian con la falta de productos y conocimientos para trabajar.

“Muchas veces los profesionales, como no saben manipular este tipo de cabello, optan por lo más fácil, que es alisarlo. Incorporar esa cultura en la familia y la población es igualmente muy difícil. Incluso, en las propias aulas, muchas veces si el niño va con el pelo rizado, le dicen que está despeinado”, le comenta a Cuballama Mercedes desde su experiencia como profesional de la belleza.

Otra dificultad es la falta de local que les facilite realizar de manera sostenida sus actividades y algún emprendimiento económico con vistas a sustentarlas. En la actualidad uno de sus sueños es gestionar una peluquería especializada, pero confiesan que resulta altamente complejo. Han hecho alianzas con otras peluqueras y peluqueros que intentan asumir la filosofía del proyecto, pero al final terminan alisando, por exigencias de sus clientes.

Una batalla que solo comienza

Aunque la “dictadura del desriz” sigue imperando en la población cubana, van aumentando quienes deciden romper las cadenas y mostrarse al mundo como son. Sin embargo, Lo Llevamos Rizo está consciente de que el pelo es solo un pretexto para luchar contra uno de los grandes flagelos que afectan a la humanidad. Las tres jóvenes activistas coinciden en que la verdadera lucha no hace más que comenzar:

“Debemos tratar de promover una autoconciencia de nuestra identidad. Estamos en un momento que puede ser el detonante para el cambio en las futuras generaciones. Pero tememos que este movimiento se quede en lo superficial, en una moda pasajera que no trascienda. También es importante trabajar con los hombres, no solo porque ya algunos están llevando su pelo afro, sino porque muchos tienen naturalizado que las mujeres para ser hermosas debemos exhibir el cabello liso. Es importante hacer conciencia de que no es solo un estilo, sino de una forma de aceptación y de ser responsable con tu historia y tus raíces. La batalla solo comienza”.

 


 

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