Cuba
Largas filas en Carlos III para comprar toallitas húmedas
Texto y fotos: Lucía Jerez
Decenas de personas, entre ellas embarazadas, madres con coches o niños en brazos, hacían cola en Carlos III para comprar toallitas húmedas
La plaza comercial Carlos III es diana de las más duras críticas, y resulta merecedora de todas. El ambiente vulgar, las malas conductas de los dependientes, la mugre por todos lados, la ausencia de muchos productos y el abrumador gentío ante los departamentos, conspiran para que la estancia no sea agradable.
En la mañana de ayer una extensa cola cubría gran parte del segundo piso. Decenas de personas, entre ellas embarazadas, madres con coches o niños en brazos, se disputaban un turno para comprar las cotizadas toallitas húmedas.
“Estaban desaparecidas. No las hay ni en los centros espirituales. Cuando lo supe corrí hacia aquí, porque eso para un pequeño es elemental”, contó una de las presentes.
“Estas no son las de mejor calidad, pero resuelven. Me han dicho que no debo estar lavando al bebé constantemente porque provoca parásitos. El médico recomendó que lo más saludable eran estos pañitos sanitarios”, enfatizó Ivisleydis, quien vino de Manzanillo y vive en la capital hace un año, el mismo tiempo que tiene su hija.
La dependienta a cargo de la venta comentó a los presentes que estas no eran de las marcas más reconocidas por el público como lo son las famosas Pequeñín. “El número de compradores no responde tanto a lo bueno del producto, sino a la escasez que persiste en la ciudad”, asegura.
Otra de las cuestiones que influye en que sean tan demandadas es su precio. Aunque para muchos resulte caro, se trata de unas de las menos costosas, teniendo en cuenta que algunas superan los 3 CUC. “Estas salen a 2 y pico… casi 3 CUC y contienen 72 unidades. Trato de que me alcance para el mes, porque ya mi niño ha crecido un poco. Cuando era más chico yo no tenía vida”, dijo otra de las jóvenes en espera.
Los recién nacidos no son los únicos que consumen toallitas húmedas. También están los adultos o ancianos enfermos que requieren protocolos de higiene.
“No entiendo cuál es la bobería con gastar dinero en eso. Mis muchachos se criaron sin ellas, mis nietos también, y a Dios gracias son saludables. Lo que pasa es que la gente quiere estirar los pies, aun cuando la sábana no les alcanza. Y óyelos quejarse”, manifestó Dinorah, vecina de Zanja y Belascoaín, quien se detuvo a observar la incomprensible aglomeración.
Efectivamente, puede resultar inaudito que en un país con tantas necesidades básicas, sus habitantes inviertan en un elemento que, hasta cierto punto, es totalmente prescindible. Pero igual de inverosímil parece que algo tan banal ostente precios así de altos para el salario de la población. La cuestión trasciende los motivos para los que sea adquirido. El problema radica en lo cotidiano que se ha tornado hacer largas filas e invertir horas para cosas así de irrelevantes. Lo preocupante es, más que las carencias, la costumbre asociada a ellas.