Cuba
“La cuevita”: un mercado diferente en La Habana
Texto y fotos: Vladia Rosa García
“La cuevita” es el mercado habanero donde, aseguran, puedes conseguir casi todo y a bajos precios
Elena cumple 15 años y quiere tener algunas ropas nuevas. Entre los regalos y lo que pudo guardar su madre llegaron a 40 CUC. En la casa solo entra un salario que debe dividirse para cubrir todas las necesidades del hogar, pero la fecha no puede pasar por alto. Con esa cantidad pensar en tiendas es imposible. Los precios de una sola pieza, en estos lugares, rozan los ahorros e incluso se exceden.
Su única salida es ir a “La cuevita”, un mercado que comenzó a funcionar de forma informal hace muchos años en las afueras del municipio San Miguel del Padrón y que a la fecha el Estado ya licenció. Lo hace llamar Feria de Monterrey y recibe diariamente cerca de 6 mil personas.
“Antes era como una boca de lobo. Las cosas había que comprarlas en las casas. Caminar por callejones y terraplén porque era ilegal. De ahí viene el nombre, porque parecía que entrabas a una cueva”, comenta Carmen, residente del reparto Monterrey.
Cuando los trabajadores por cuenta propia ni siquiera se asomaban a la compra y venta dentro de la economía del país, existía un supermercado clandestino en La Habana. La policía custodiaba las entradas y las salidas, los pregones solo se escuchaban cuando pasabas por un portal. “Tengo de todo: sábanas, ropa, mochila. Baratico. ¿Qué vas a llevar?”, decían las voces.
Este famoso sitio tuvo sus orígenes en los años 90, en medio del Período Especial. La crisis llevó a los cubanos a “inventar”. Roger, con 58 años, nos explica que a los puestos de venta improvisados les llamaban candonga. “Como no había de nada, solo aquí hallabas lo necesario. Fue un método de subsistencia”.
Actualmente para muchos esta es la vía más asequible de adquirir cualquier producto. Un trabajador promedio recibe hasta 600 pesos mensuales, cifra que le acorta las alternativas para obtener la comida, vestir y poseer las comodidades mínimas en una casa.
“Es cierto que está lejos. Sin embargo, en La Habana no hay más sitios donde encuentres los artículos a bajo precio. Por ejemplo, un pantalón en las tiendas o encargarlo a personas que viajan sale entre los 25 o 30 CUC. Aquí lo coges en 15”, declara una señora asidua al lugar. Las mesas ofertan gran variedad de productos. Desde objetos plásticos como pozuelos, cubos, percheros o escobas, hasta ropas, artículos de tecnología, cosméticos, zapatos.
Con el tiempo “La cuevita” pasó de las casas hasta un local de varios quioscos. Los propios comerciantes se quejan de las malas condiciones laborales y el acecho continuo de las autoridades cuando tienen sus papeles en regla. “Están esperando que falles. Un alfiler que tengas de más y te recogen enseguida. Te quedas sin productos y sin dinero en un dos por tres. Son demasiado exigente con nosotros. Los ves (a la policía) que te miran como si fueras ladrón, como si te estuvieran velando”, expone Luis, joven trabajador.
“Tenemos porteros, personal de Comercio Municipal, del cuerpo de inspección y de los órganos impositores para detectar y detener cualquier irregularidad. Hemos alertado a los trabajadores del centro y saben que si incurren en ilegalidades como la venta de mercancías no contempladas en la licencia, serán sancionados con la salida del área”, manifestaba en una entrevista al periódico Juventud Rebelde, Mayelín Silva González, presidenta de la Asamblea del Poder Popular en San Miguel del Padrón.
Sin embargo, algunos impulsados por la necesidad comercializan sin ningún documento que los respalde. “Así es la lucha, si la cosa se pone fea, disimulas, y te pierdes por un tiempo. La “fiana” no entiende con las licencias, imagínate con nosotros”, relata el Nene, especializado en artículos de limpieza. Según cuenta, en ocasiones no vende nada y, por tanto, prefiere estar sin permisos porque “ganaría más el gobierno con mis impuestos que yo con el negocio”.
La zona se ha convertido en un referente nacional o como dijera el propio diario Juventud Rebelde en la “meca” del cuentapropismo del territorio. La visitan personas de toda la isla e incluso vienen para buscar mercancías y revenderlas en los territorios más apartados.
“Viajo cada dos meses desde Oriente para buscar cosas. Aquí están en precios mínimos y puedo sacarle el doble. Cuando hay algo en falta, monto el viaje de un día para otro. Yo compro de todo, al final siempre alguien lo quiere”, explica Odalis, residente en Palma Soriano, municipio de Santiago de Cuba.
Aunque el “trapicheo” era bastante, el Estado no pudo darle la espalda a la realidad. Aquí el pueblo consigue lo que por otras vías le resulta difícil. Por las esquinas siguen las mujeres repitiendo en voz baja lo que llevan en sus bolsos. Algunos se recuestan en los quioscos y establecen conversaciones para aparentar normalidad. “Mientras que esto exista y los precios en otros lugares sean altos, la población seguirá apostando por esta opción”, asegura Miladis.