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Cuba

En los 80 estuvo en Angola, ahora es limpiabotas

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Pastor es limpiabotas. Trabaja en una esquina de la calle Monte, en la Habana Vieja. Los días buenos se lleva a casa 80 pesos, pero a veces llega con las manos vacías

Para un limpiabotas, el puesto de trabajo no lleva muchas complicaciones. Apenas un banco de madera, unos cuantos cepillos y dos pomos de tinta negra, “porque la carmelita hace tiempo está perdida”, dice un lustrador de zapatos que desde hace siete años está en una de las esquinas de la calle Monte en la Habana Vieja.

“Pastor o Raúl, como deseen llamarme”. Sucede que cuando nació en el antiguo Oriente, hoy provincia Holguín, su madre creyó registrarlo como Raúl pero cuando recibieron la inscripción de nacimiento tiempo después el nombre era otro. “Imagínese, yo no me pongo bravo, al final soy una misma persona”.

Llegó a La Habana hace 50 años, “con una maleta de palo, sin mucho en el bolsillo”. Desde entonces no ha vuelto a poner un pie fuera de la ciudad, ni siquiera para ir a donde nació. “Me gustaría visitarlo pero no me queda nadie por allá, todos mis familiares cercanos son fallecidos”.

En la capital, muy joven, comenzó trabajando en una fábrica de cigarros hasta que luego se decidió por lo militar. “Como parte del deber”, viajó a Angola de  1987 a 1989. “Allí me di cuenta que eso era lo mío y cuando regresamos me quedé en la unidad”. Primero Ingeniero en Jefe, después Primer Teniente y así hasta el año 2012 que decidió abandonar. Para ese entonces, ya su cuerpo le pedía retiro.

Fue vestido de verde que aprendió el oficio, porque las botas tenían que brillar. Su tiempo libre lo dedicaba a pasarles paño, limpiarlas, nadie lo hacía como él. “En el cuartel mis compañeros me daban las suyas  y a veces salía con algo de dinero”.

−Nunca pensé que en el futuro me ganaría la vida así.

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Desde entonces pasa las horas sentado, en su cajón de madera. Mira sus manos teñidas de tanta tinta, mientras espera a algún señor para dejarle sus zapatos como nuevos. Sin embargo, Pastor no lustra los suyos: usa tenis. “Es que son más cómodos. Yo hago muchos  mandados y así no me canso los pies”.

Para trabajar usa dos pantalones, otra de las costumbres arraigadas por su época de militar. “Para no ensuciar la muda de salir, después ando como quiera y se piensan que soy un mendigo, y yo  tengo bastante ropa”.

Actualmente, la clientela le ha bajado si se compara con dos o tres años atrás. “Cuando venían los cruceros, esto se llenaba de turistas. Todo el mundo pasaba por aquí, se tiraban fotos en el asiento, me pedían que les pasara el paño y me ganaba un dinerito. La cosa se ha puesto fea. Para la casa me llevo los días buenos 80 CUP, pero a veces llego con las manos vacías. Un día entero perdido”.

Con lo que ganaba antes, según  nos cuenta, le alcanzaba para pasar por el Yumurí, un bar de la zona, tomarse unos tragos con los amigos y llevarle un regalo a Fela, su esposa. “Voy guardando lo que puedo para al menos una vez al año sentarnos en un restaurante y que ella salga de la casa”.

Descansa los domingos. Recuerda que en sus buenos tiempos le gustaba vestir de blanco. “Me ponía un sombrero, mi traje de hilo y todo el mundo se metía conmigo. Me relajaba pasear por La Habana, escuchar música en algún lugar y ver a la gente pasar. Ahora no lo hago porque cada día la calle está más mala, llena de delincuentes. Mejor evitar los problemas”.

En su vida tiene dos pasiones: el café y la pelota. El primero debe tomarlo poco, porque los años no perdonan y en varias ocasiones la presión le ha jugado una mala pasada. “Pero lo mejor es el béisbol”. Se declara industrialista hasta la muerte, fanático número uno de los azules. “La final de esta serie serán ellos contra Santiago… para recordar los buenos tiempos. Clásico de clásicos”, avizora.

Pastor, como decidí llamarle, carece de grandes aspiraciones. “Dice que este 2020 lo esperará como siempre  con un pedazo de carne y un poco de vino”, sin lujos. Ni siquiera con el programa especial que cada 31 emite la televisión cubana, porque hace meses se le rompió el televisor y le falta efectivo para repararlo. “Nunca llegamos a las 12 despiertos, somos dos viejos solos que necesitan descansar. Además, al otro día trabajo y con eso no quiero invento”.

Texto y fotos: Vladia Rosa García


 

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