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Cuba

Un edificio habanero navega entre ataúdes y el mar

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Texto y fotos: Lucía Jerez

Inquilinos actuales del edificio de los ataúdes desmienten la historia del arquitecto y su hijo fallecido

Sobre realidades y mitos se cimentan las ciudades. Personajes verídicos o ilusorios, sucesos y leyendas, enriquecen el imaginario popular en el cual a veces se difumina el límite entre fantasía y verdad.

Una de las construcciones más llamativas de las que se alzan en la vía rápida que bordea al Malecón habanero, a escasos metros del Palacio de las Cariátides, en la esquina de Capdevila, ha sido blanco de un sinnúmero de comentarios y suposiciones, dada la forma de ataúd que, para muchos, tienen sus balcones.

Entre las versiones, de la que se han apoderado nativos y foráneos, está la de un talentoso arquitecto, cuyo hijo murió a los catorce años en un fatal accidente en el mar que se ensancha al cruzar la avenida. Tal tragedia motivó al desdichado progenitor a construir un edificio con tantos pisos como la edad que tenía el joven al morir. Un bloque de apartamentos azules en forma de bóvedas terminarían por rendir tributo a la memoria del fallecido.

Lo cierto es que la espeluznante historia es tan conocida que no son pocos quienes la cuentan con la seguridad de haberla vivido. Se ha transmitido al punto de nutrir el grueso volumen de leyendas urbanas que lleva a cuestas La Habana.

Inquieta por la curiosidad, la escritora cubana Dazra Novak conversó con Elsie, una de las primeras habitantes del inmueble, a fin de esclarecer incertidumbres.  En su blog Habana por Dentro, la novelista explica que, según la moradora, el creador de la edificación era amigo de su padre. Lejos de cualquier infortunio familiar, su idea fue erigir una obra que transmitiera la sensación de estar dentro de un barco.

“Dondequiera que te pares, en la sala, terraza o balcón, lo único que ves es ese inmenso mar. Punto, ya está. Cuando vas en un barco te paras y te mareas, aquí pasa lo mismo”, aclaró la entrevistada.

La vivienda de René está en el primer piso. Él y su amigo Pipa se limitan a admitir que las interpretaciones son muchas. “El tema del niño ahogado camina por la capital y parte del país, pero hay quien dice que no es cierto. Sabrá Dios.”

“Totalmente falso”, afirma Juan Carlos, residente en el nivel 10. “Mira, yo vivo aquí hace bastante y puedo asegurarte: es una mentira que se ha dicho tantas veces que se ha vuelto veraz. Aquí en el piso 12 vivía Albertico, quien ya falleció. Él se dedicó a escudriñar el origen de esto. Tenía imágenes de cuando se inauguró y fotos de los primeros inquilinos. Incluso, conversaba sobre eso con Eusebio Leal. Se pasó la vida desmintiendo la errónea versión, pero qué va, eso anda por todos lados. Hasta los guías turísticos se la narran a los extranjeros”.

Tampoco existe la mencionada cruz que, de acuerdo con otros rumores, está grabada en cada nivel a la salida del elevador. Por el contrario, un conservado piso de granito gris se extiende uniformemente.

Han sido tantos quienes crecieron con el zumbido del adolescente muerto en aguas de la bahía, que puede resultar decepcionante conocer lo opuesto. La certeza absoluta solo la daría el propio arquitecto, cuyo nombre no recuerdan los cercanos.

 


 

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