Cuba
Cuba: ya no hay misterio, se nos fue todo
Asusta más aún el poder cuando tiene la capacidad de tranquilamente retirarse. Hay una frialdad calculada en dejar el trono. Ahora ya no hay misterio: se nos fue todo
Miguel Díaz-Canel está preso de su mediocridad fuera de borda y de un palacio de filibusteros longevos a los que les ha ido dando tiempo hasta para morirse. Uno a uno, se están yendo sin pagar. Sin misterio.
Aparentemente, van dejando quietos al mono y la cadena. Luego de una larga historia de purgas internas para advertir a los menos viejos y asegurarse una jubilación tranquila, los pioneros moncadistas van retirándose tranquilamente a la sombra, a dar señas desde el banco, siguiendo un manual maquiavélicamente repasado y repetido:
- Despoja a los que más tienen, dales una pequeña parte a los que no tenían ‘nada’ y diles que los primeros tuvieron la culpa de su desgracia. Ya lo dijo Filipo II de Macedonia, divide y…
- Elimina la competencia. Da un escarmiento, pero no los mates a todos para que el resto los vea morir en vida. Marilyn Manson ya se lo dijo a Michael Moore en Bowling for Columbine: mantenlos asustados y consumirán.
- Controla la información. Toda, sin más. Y la emigración, para asegurar el más rentable renglón económico: la culpa de salvarse.
- Usa la oferta y la demanda para alternar entre la contentura que pare miopes afectos y la ansiedad que genera colas.
- Di que el precio será 2X y luego, lo bajas a X (que fue siempre el número real). Así quedas bien si alguien protestara y haces como que escuchas.
- Asume responsabilidad cero: a lo Roger Stone, niégalo todo. Si viene de dentro, la culpa es de dirigentes intermedios, y si llega de fuera, le toca siempre a USA ser el enemigo. Y como es tan abominable, hay bloqueo para rato…
- Ingeniería inversa a la filosofía Murphy: ya que todo lo que puede fallar, fallará, crea tú el fallo, señálalo ante los demás y para mayor efecto dramático, ocúpate de decir que tienes la solución y la cobrarás a un módico precio: la eterna gratitud.
- Desviste unos santos para no vestir a ningún otro.
Raúl Castro, el menor de los comandantes bastardos, técnicamente deja la fiesta y se retira a sus aposentos en palacio. Pero sale de la escena nominal solo cuando su yerno eterno entra oficialmente a un Buró Político repleto de muppets en una isla donde abundan los creadores de contenido y escasean los generadores de acción.
Asusta más aún el poder cuando tiene la capacidad de tranquilamente retirarse. Hay una frialdad calculada en dejar el trono. Más aún cuando llaman cesión a lo que en verdad sesionará en otro lugar.
Miguel Díaz-Canel está preso aún de la lujuria inicial de una revoltura que puso por las nubes las ilusiones de un pueblo. Ese que prefiere no despertar a la realidad de que nadie venido del cielo o de las lomas vendrá por la chimenea cargado de regalos.
Durante mucho tiempo Cuba fue el más carismático de los falansterios, ahora convertido en una reunión muy curiosa de negaciones, dejaciones y olvidos. Donde no existe efecto dominó porque hasta la ley de gravedad fue adulterada. Y con ella la historia y la memoria. Incluso la sentimental.
Un Parlamento silente como comedia de domingo y una maldita isla siempre transfigurada, casi nunca para bien. Con ese Sol que calcina y que hace de Fidel Castro una sombra todavía muy difícil. Castrante y eficientemente proyectada durante mucho tiempo, se nos acaban los países y las ONGs para estafar. Hemos contribuido a hundir a parte de África y Asia, media Latinoamérica, el sur de Florida y también algunos barrios de Europa. Tras la efervescencia guerrillera, solo les hemos dejado los jineteros y las mulas.
Mientras tanto, con la hostilidad de gargantas que vuelven a recibir los alcoholes caseros, los cubanos continúan evadiendo los efectos de la causa de muerte número uno del espíritu nacional: ir tirando. Para despertar en una Habana ya cansada y muy vieja, con paisaje lunar repleto de escombros, muchos de ellos humanos.
Miguel Díaz-Canel está preso de una generación que se hizo mayor a base de caprichos y chapucerías, con excepcional disposición para improvisar y oídos muy sordos para diálogo. Una que se va y deja una camada nacida con lobotomía. Inmóvil entre continuos patinazos políticos y esas iniciativas monetarias que son el nuevo hurto al carterismo. Y los dólares, como la vicaria, viendo su utilidad cambiar con la programación de verano. Y la oposición tan opuesta a sí misma.
La historia cubana ha caído en otro ciclo de detenciones arbitrarias, acoso policial y repudio mediático. Aislamiento en una isla en medio de otro slump económico. Error de redundancia cíclica que en el pasado siempre terminó con la turba lanzada a las calles, desfigurando monumentos, y otra vez a pedir paredón y a empezar de nuevo. Pasando del son oscuro de Noel Nicola al diurno de Ray Tun Tun, donde igual es terriblemente absurdo estar vivo. Ahora ya no hay misterio: se nos fue todo.
Miguel Díaz-Canel, incapaz hasta para parafrasear a su ventrílocuo con alguna originalidad, con más cara de Nicolae Ceaușescu que de Mijaíl Gorbachov, está preso, y nosotros con él. Dentro y fuera. De la isla y de las entrañas. Y eso no es lo peor: dicen que faltan 62 mil milenios de condena.
Héctor S. Martínez