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Cuba

Coger botella en Cuba, una asignatura que no te dan en la escuela

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Texto y foto: Lucía Jerez

En Cuba, coger botella es toda una aventura. Que se lo pregunten a quienes parados en un semáforo intentan que un carro se detenga

El cubano sabe, desde pequeño, qué es coger botella sin necesidad de que se lo expliquen. No se nace con eso, pero se crece escuchándolo y viviéndolo. Algunos recuerdos de mi niñez me arrastran hasta una carretera donde mi mamá me agarraba fuerte con la mano izquierda, para asegurarse de que no saliera corriendo, mientras extendía la derecha y la movía sin parar hasta lograr detener un auto que nos aproximara a la capital. A veces estábamos de suerte y hasta nos dejaban en la misma Habana, otras, era preciso abordar más de uno para llegar al destino.

Esas escenas las reproduzco cuando tengo que hacer lo mismo para ir a trabajar, cuando veo mujeres que solas, o con niños, estiran el brazo y rezan por dentro “por favor, que pare”.

Por supuesto que no se trata de una vocación, ni creo que sea un tema de idiosincrasia. Supongo que responde a una alternativa que hemos tenido que buscar, en una isla donde hace muchos años el transporte público no merece el menor de los halagos. Ante la inestabilidad y demora de las guaguas y los precios alarmantes de los almendrones, pararse en un semáforo e intentar que un chofer se detenga no solo ahorra dinero, también optimiza tiempo.

botella

Es por eso que no son pocos quienes atraviesan municipios y provincias con el mero acto de girar el dedo índice en la dirección deseada. No importa el día o la hora, tampoco influye que el sol surque el pavimento o que el cielo augure una tempestad de tres demonios. Cualquiera que vaya por la Autopista Nacional verá, como distribuidos, pequeños puñados de transeúntes a la orilla de la vía, haciendo cientos de señas para llamar la atención de un vehículo particular, de uno estatal o de los ómnibus interprovinciales, que con un abanico de billetes mediante, se disponen a avanzar a los viajeros.

Nadie les ha enseñado a los habitantes de este archipiélago cómo hacerlo. No existe un glosario que recoja las innumerables maneras que hay de parar un carro; y que se han ido modificando a medida que cambian los impuestos, las leyes, o el precio del combustible. Uno aprende despacio, recibiendo malas respuestas y ojos atravesados; y aunque parezca inverosímil cada mañana se vuelve a salir a la calle con la misma esperanza del día anterior, pidiéndole a San Judas o a Elegguá que se abran los caminos y que un alma caritativa presione los frenos y pregunte ¿a dónde vas?

 


 

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