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Cuba

Cuando cocinar con gas se convierte en otro problema

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En la Isla de la Juventud el balón de gas se reparte dos veces al año, sin importar cuántas personas viven en la casa

Abril del 2017 fue la fecha del cambio. Cuba, luego de varios años, estaba lista para ofrecer un nuevo servicio a la población, la venta del gas liberado. Anteriormente los núcleos familiares lo adquirían por el módico precio de 7 CUP. Con la aprobación de la medida, al menos el Estado reconocía que una balita no alcanza para el mes pero con el precio no tenía compasión.

Para aliviar el consumo de este combustible en las viviendas cubanas el país potenció la entrega de efectos electrodomésticos que aseguraban la comodidad y el ahorro, la llamada Revolución Energética de 2004. “De aquellos tiempos solo me queda la arrocera después de haber pasado varias veces por el taller. La reina no tuvo arreglo y es imposible seguirle el ritmo al gasto de  corriente de la hornilla. En mi casa se utiliza el gas porque es más rápido. Llegas del trabajo y montas las cuatro parrillas del fogón al mismo tiempo y todo solucionado”, comenta Diana, enfermera.

Todas las provincias tienen una forma de distribución diferente; el caso del municipio especial Isla de la Juventud es muy peculiar. Solo se reparte dos veces al año, sin importar la cantidad de personas que habiten la casa.

“Los que pusieron esa medida nunca han entrado a una cocina. ¿Desde cuándo una balita dura seis meses? Nosotros somos cinco bocas para comer. En situaciones normales me llega justo a los 29 o 30 días. Pero, por ejemplo en diciembre con las fiestas tengo que comprarlo por la calle. Son 110 pesos cada vez que se acaba”, declara Yanelis.

“Nos durmieron. Como casi toda la población recibió los módulos de dispositivos eléctricos, redujeron el abastecimiento. Los de arriba no se dan cuenta que las cosas se rompen y la garantía desaparece. Si por lo menos los talleres tuvieran piezas de repuesto para esos aparatos, la historia fuese diferente”, reclama un jubilado.

Mientras, en la capital y en otros lugares del país, el llenado del balón se realiza en dependencia de la composición del hogar. Ana tiene 72 años, vive con su nieto y su hija. A ella le corresponde cambiar el tanque cada 21 días. “Me sobra, el niño se queda en casa de la novia y nosotras apenas utilizamos el fogón. Yo se lo doy a los vecinos más barato, a 80 pesos. Siempre hay alguien que lo necesita”, explica.

Con la aprobación de la compra-venta de casas los nuevos propietarios solo tendrían derecho al “gas caro”, como se le denomina en la calle a la venta libre de este producto. El cliente puede comprarlo cuantas veces estime conveniente. “Doscientos veinte pesos tengo que separar cada cuatro semanas, eso o no comemos. Cuando comenzamos a vivir aquí, el antiguo dueño se llevó el contrato; por tanto, el derecho al normado lo perdimos. Es como una renta”, dice Rosangela.

Estas personas en primera instancia gastan 500 CUP entre todos los complementos requeridos para el funcionamiento de la prestación entre llaves, mangueras y el recipiente. “Para todo se pasa trabajo en este país. Como diría mi abuela: si hay pan falta la mantequilla y si la encuentras entonces se te acaba el pan. Así sucede con estas cosas. No existe método para resolverlo todo de una vez”.

En el presente año, ya en dos ocasiones, las afueras de los locales destinados a esta actividad se han abarrotado de personas por el déficit de combustible. Abril y agosto fueron caóticos, incluso desapareció la venta liberada. Pero, aunque parezca raro, por ahora la llamada “coyuntura” no ha empeorado esta prestación.

Por otro lado, aparece la mala atención brindada en los puntos de venta. A decir de quienes laboran allí es obligatorio que el establecimiento cuente con una pesa para verificar los galones;  pero esto no se cumple  “Por obligación y para evitar una discusión mayor a la bodega solo voy yo. La última vez que mandé al niño a buscarlo se gastó en 10  días, estaba medio vacío y después que sacas la bombona del establecimiento no se puede devolver. Es un descaro”, expone Roger, padre de familia.

A la lista de deficiencias en las oficinas podemos sumarle las demoras: el día que cierran para fumigar sin dar un aviso previo, la escasez de personal para atender o simplemente la mala forma de la muchacha de la mesa. “Creerán que yo vengo aquí porque quiero, la verdad no me queda otro remedio. Llego cansada del trabajo y tengo que aguantar las caras y las pesadeces ajenas. Yo también laboro con el público y sería incapaz de comportarme así”, aclara Dayana, dependienta de una panadería.

¿Por qué se convierte en problema algo tan sencillo? Buscar el gas es una odisea que ya los cubanos han aprendido a sobrellevar.  Como exclamaba señor en la calle: “aquí las cosas se cogen musical, sin mucha lucha, porque si no te fundes”.

Vladia Rosa García 

 


 

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