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Cuba

Alberto, el limpiador de calderos: “Para oír tantos problemas, mejor me quedo sordo”

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Hace ya cuatro años, desde las 7:30 de la mañana, Alberto comienza con su labor de limpiar calderos

Muchos se cuestionarán qué de especial tiene este oficio. ¿Acaso no existe el desengrasante y decenas de marcas de detergente para la cocina? Pues sucede que en Cuba los detergentes son caros y por épocas escasean. Si la olla se pone negra, no se cambia, se raya hasta quitar la capa vieja de grasa para revelar el aluminio del fondo.

Alberto usa los utensilios de fábrica con empalmo de trozos de cuchillos viejos, tijeras que vuelve a afilar y mangos de plástico para hacerlo más cómodo, porque así no le salen ampollas.

Hace cuatro años que lo viene haciendo. Aunque su trabajo lo comparte con piropear a las mujeres y meterse con los vecinos.

−Buenos días, plástico -le dice a un señor mientras ríe a carcajadas. “En realidad su nombre es Plácido pero me encanta buscarle la lengua”, bromea.

Lo que sí no se permite es pasarse el tiempo sin hacer nada; al menos allí, desde su silla, controla todo a su alrededor.

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No siempre fue el jodedor de la cuadra. De adolescente tenía otras responsabilidades. Habla de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), de la militancia, de los viajes a Leningrado como secretario general de la organización. Reconoce que eso son solo historias del pasado.

Ahora se planta en la acera a las 7:30 de la mañana para trabajar.

−Esto lo empecé de casualidad. Por culpa de mi cuñada que iba a recibir visita y tenía los cacharros en candela. “Hazme ese favorcito”, me repitió hasta el cansancio y aquí estoy.

Entonces, la gente le comenzó a traer cuchillos, machetes, y cualquier artículo de la cocina que necesitara chapisteo. A sus 70 años Alberto “los deja como nuevo” o al menos eso dicen quienes lo conocen.

Su memoria recuerda cada detalle de su vida. Dice que es gracias a los sudokus que ejercita la mente. En los números radican sus mayores entretenimientos. En eso y en ver a su nieta bailar. “La niña practica con una compañía  y cuando llega a la casa repite los pasos que aprendió en los ensayos para que la vea”.

Alberto dejó sus andanzas por obligación, sin pedirlo. “Un cohete de señales defectuoso me explotó en la mano”. A partir de ahí fue perdiendo la audición. Su mano izquierda presenta una cicatriz enorme y tres de sus dedos fueron dañados. “Sin preguntas sobre el tema”, aclara. Para él esto nunca ha sido una preocupación. “Para oír tantos problemas, mejor me quedo sordo”.

Sin embargo, lo disgusta ir al puesto de vianda o a comprar el pan y que no tengan vuelto para darle o que el precio de las cosas aumente de un día para otro sin explicación. “A esa gente si le ponía yo una multa y le chapeaba los bolsillos por jugar con el pueblo”, declara molesto.

Mientras continúa raspando lo defectuoso, lo desgastado. Pidiéndole a Angélica, la de al lado, que le compre el cuchillo. “Yo sé que te hace falta, no te hagas la dura”.

Alberto es un limpia calderos que no necesita ni detergente, ni desengrasante para quitarse de encima las amarguras de la vida.

Texto y fotos: Vladia Rosa García


 

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