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Cuba

Los 500 de La Habana no fueron para todos los habaneros

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Muchos aseguran que la celebración por el 500 Aniversario de La Habana fue una fiesta privada, con una ventana al resto de la ciudad

Nadie que haya visto el show pirotécnico  iluminando el Capitolio de todos los colores posibles, o las imágenes de Naturaleza secreta hechas con drones, podría imaginarse que detrás de ese espectáculo, limitado por un cordón, estaba el pueblo. Solo los que llenaron esas calles aledañas, caminando entre bambalinas, saben que la celebración por el 500 Aniversario de La Habana fue una fiesta privada con una ventana al resto de la ciudad.

Humberto García fue uno de los tantos que llevó en los hombros a su hija Nadia y esperó horas en la esquina del Hotel Saratoga. Sin saber qué aguardaba, ni cuánto demoraría, se adentraron en los pisotones, la gritería y el desespero de una multitud tan desorientada como ellos. Ni él con 37 años, ni la pequeña con 6, ni muchos de los que estaban ahí, codo a codo, habían visto nunca fuegos artificiales.

Cambios en la celebración de los 500 de La Habana

La tortura, en realidad, comenzó desde el día anterior. Una llovizna empecinada en mojar la urbe, logró desestabilizar sin demasiado esfuerzo, los planes que, desde la noche del 15, comenzarían a celebrar el medio milenio de la capital. De un tirón se cancelaron conciertos y se adelantaron los fuegos artificiales. Una tímida nota en Cubadebate y vagas palabras de un periodista en televisión, bastaron para anunciar que, de repente, todo había cambiado.

A Idania Martínez la noticia la cogió en la avenida. Salió con su nieta y una bolsa de nylon en la cabeza, por si se decidía a caer el aguacero. La idea era que la niña viera aquello, lo que hacía tanto llevaba escuchando en la escuela “una festividad sin precedentes”. Eran las 9:30 pm cuando agitaba el brazo derecho en la terminal de ómnibus de Boyeros. “De pronto sentí unos truenos, pero eran demasiado seguidos, uno tras otro y vi cómo la gente se paraba en punta de pies y miraba al cielo. Otros, sacaban medio cuerpo de los carros y señalaban con el dedo índice hacia una dirección. Entonces cargué a la niña y me voltee. El cielo era verde, azul y rojo. Ella me miró y me dijo Aya, nos perdimos los fuegos artificiales”.

Los destellos estaban previstos para las 12, cuando el reloj marcara los 500 de la Villa de San Cristóbal, pero nunca se sintió tan importante Rubiera como cuando anunció un chubasco capaz de destruir la fiesta. En un chasquido de dedos, se adelantó la hora. A las diez en punto y sin información alguna, una lluvia brillante salía de la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña sorprendiendo a centenares de habaneros. A medianoche ya no quedaba nada qué hacer. Un grupo de banquetas plásticas vacías, con motivo de la gala fallida, llenaban el terreno delantero del Capitolio. Una procesión de cubanos desconcertados, desandaba Reina y San Lázaro de vuelta a casa.

El día después: ¿quiénes fueron los espectadores  de la función?

Quienes regresaron al día siguiente no querían otra cosa que volver a ver los fuegos, traer al hijo, al padre, al sobrino o a la esposa, porque como dice Adán “esto nunca había pasado en La Habana y, si te descuidas, tampoco vuelva a suceder”. Con el cañonazo del 16 de noviembre se inició una velada bajo la cúpula de uno de los edificios más admirados de Cuba. Desde Prado y Neptuno hasta pocos metros antes de la Fuente de la India, una cinta marcaba un perímetro al que los cubanos de a pie no podían llegar.

Todavía las personas se preguntan quiénes fueron los espectadores  de la función, para quiénes fue realmente.  No hubo un equipo de audio que permitiera a la muchedumbre escuchar lo que estaba sucediendo. Una pantalla minúscula en las cercanías del Payret transmitía con escasa definición lo que se suponía debían estar viendo los miles de caminantes que llenaban todo Prado y se aglutinaban de puntillas en el Parque Central.

Dicen algunos de los “elegidos”, que estuvieron dentro, que fue la música de la popular telenovela Tierra Brava la que marcó el inicio de los fuegos. El gentío aplaudió con el estruendo. De la explanada frente al Capitolio salían palmadas y vítores de unos pocos que, desde sus asientos, contemplaban la fiesta.

Detrás de la línea de “seguridad”, parados o sentados en la acera, estaban los cubanos y los extranjeros, los niños, los ancianos, los adultos, los médicos y los albañiles, estaba La Habana.

Texto y fotos: Lucía Jerez

 


 

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