Cuba
25 y J: la esquina de un peculiar vendedor de libros usados
En la esquina de 25 y J, vende Jorge Luis libros usados. Este peculiar pinareño ama lo que hace. Asegura haber leído cada libro usado antes de encontrarle comprador
A primera vista nadie imaginaría que se dedica a vender libros usados. Una maleta negra y dos jabas de saco son su único cargamento. Cuando llega, lo primero que hace es barrer el lugar porque asegura que para trabajar hace falta, ante todo, comodidad. La mercancía la organiza según sus preferencias. No sigue las normas de título o autor, como en librerías o bibliotecas, intercala grandes y chicos, porque dice, así llama más la atención.
Jorge Luis es vendedor de libros desde hace algún tiempo.
−No recuerdo la fecha exacta pero siempre he tenido ejemplares para vender, hasta en mi casa.
Ha plantado su puesto en la esquina de 25 y J, en los bajos de un edificio del Vedado. Por agradecimiento se refiere a los vecinos como sujetos importantes. “Las personalidades que viven aquí”, refiere. Ellos además de cederle el espacio, le confían la seguridad. “Nadie pasa sin decírmelo antes”.
Este señor llegó a La Habana en busca de una vida diferente. “Nací en una pobreza extrema. En una cuartería en el antiguo Central Azucarero Orozco, de la provincia de Pinar del Río. Mi familia no tenía recursos de ningún tipo, dentro del cuarto solo había una cama de hierro y una silla”. Asegura que eso fue todo lo material que tuvo en su niñez.
Jorge Luis habla de que el entretenimiento en aquel lugar era bailar. “Mi mamá me contaba de costumbres africanas, de que allí quedaban los últimos vestigios de la esclavitud en Cuba. Eso fue lo que aprendí, el folclor”.
El baile le permitió llevar a su casa un plato de comida diario. 1802 se llamaba el grupo en el que ejerció un tiempo por pequeños poblados de la zona hasta su llegada a la capital. “Todo era de iniciativa propia, el vestuario y las coreografías”.
“Conocí varios lugares”, recuerda. Pero no se refiere a países, ni siquiera a provincias. De joven ni estuvo en la cabecera provincial. “No había dinero”. Por primera vez vio algo diferente en aquellas giras; fue su encuentro con La Habana.
Se define como una personalidad de la cultura en su ciudad natal porque con el 1802 fueron a varios festivales, carnavales y alcanzaron reconocimientos nacionales. El grupo folclórico continúa activo.
−De vez en cuando me llaman para ayudarlos, bailar o montar una coreografía. Eso es lo que mejor sé hacer.
Quien lo ve no supondría que aquella figura robusta, sencilla de atuendos, y muy humilde, es amante del ballet. “La primera vez que lo vi, no sabía porque aplaudían, pero hice lo mismo. En 1960 fui función tras función. Compré libros, revistas, para prepararme en la parte técnica. Guardé los programas, busqué discos y ahora tengo una larga colección”.
Aunque reconoce que es una danza de élite, nunca ha perdido la esperanza de volver a sentarse en un teatro. “Ahora me exigen vestir, las camisas que guardo son muy viejas y todavía los ahorros se alejan de poder comprarme alguna”. Entre sus aficiones también están el cine, las artes plásticas o cualquier manifestación artística. Para él, es como una cuenta pendiente, “de lo que quise ser y nunca logré”.
Ahora sus días son más sencillos, pero para nada menos intensos. Para mantener el negocio, regatea a sus colegas para obtener los libros baratos y sacarle luego dos o tres pesos. Los demás los obtiene por donación de amistades, porque se los encuentra o por tenerlos guardados desde hace tiempo.
Según él, se ha leído la mayoría. “Para explicarle a las personas sobre qué tratan los textos, y convencerlos. Uno siempre aprende algo nuevo, me entretienen, son mi mayor compañía”.
En las tardes recoge sus pertenencias para que una vecina las guarde, la misma que mientras hablamos le baja algo de comer.
-Mire, Luis, que hice bastante espaguetis y me quedaron riquísimos. Él lo guarda, “es temprano no tengo mucha hambre, después me hará más falta”.
No quiere decir dónde vive. “Lejos, muy lejos”, es la única palabra que le saco al respecto. Nadie sabe dónde duerme Luis, ni qué hace cuando cae la noche. El ilustre bailarín pinareño ahora comparte su tiempo con las historias de cientos de páginas amarillentas, desgastadas por los años. “Soy feliz, me ha tocado acostumbrarme… al menos aquí hay calles y no tierra”.
Texto y foto: Vladia Rosa García