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Cuba

Yo no sé, la frase de los dirigentes en Cuba

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“Yo no sé” parece ser la frase preferida de los dirigentes cubanos. Así respondieron varias veces, varios de ellos, el pasado sábado a preguntas de artistas, en reunión con funcionarios de Cultura.

Cuando en octubre del año pasado la agencia AP le preguntó a Bruno Rodríguez, canciller cubano, sobre los “regulados” en la isla, la respuesta de este fue: “Yo no sé”. Cuando el pasado sábado le preguntaron al viceministro de Cultura de Cuba, Fernando Rojas, sobre la autoría de la nefasta declaración de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) sobre el Movimiento San Isidro, en el que se calificó a estos como mercenarios, Rojas dijo “Yo no sé” (quien la había firmado). Cuando en ese mismo día, se le preguntó a Yaser Toledo, vicepresidente de la AHS sobre el autor de la declaración, este se negó dos veces a contestar.

La frase “Yo no sé” al parecer se ha convertido en la frase de los dirigentes en Cuba; un equivalente al “me desayuno con eso”, tan común y habitual en la isla que, en algún momento, creo que fue Raúl Castro, quien dijo que esos jefes eran “jefes de café con leche”, como si en Cuba, todos, desayunaran con café con leche.

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También Raúl contestó algo parecido, un “Yo no sé de qué presos políticos tú me hablas”, cuando el periodista Jim Acosta, de CNN, le preguntó por las personas que guardaban injusta prisión en la isla por sus ideas políticas; y “Yo no sé de qué tu estás hablando” me dijo en el año 2010 mi jefa, el día que la logré sentar, junto a otros dos funcionarios, uno del Sindicato y otro de Recursos Humanos, para conversar sobre cosas que aún hoy se repiten en la isla. Para hablar de engaños, manipulaciones, unilateralidad, injerencia del PCC hasta en las cuestiones y tomas de las decisiones más mínimas.

Una anécdota que puede ser muy común

De aquella reunión guardo un grato recuerdo, que le comentaba a la “peligrosa” Camila Lobón vía chat de Facebook esta mañana. Camila, de 50 kg de peso, usaba pañoleta seguramente el día que, con mucha calma, le dije a aquella mujer todo lo que todo el mundo temía decirle.

Le dije que no era revolucionaria (meses después me iría yo del país); que lo mejor que hacía era renunciar a su cargo, pues evidentemente no cumplía con los requisitos para ejercerlo. En aquel momento, no ahora, tenía frescos en mi mente varios ejemplos de decisiones nefastas que ella había tomado, y de otros momentos en los que debió tomar una decisión y no lo hizo, esperando órdenes de arriba.

El diálogo, porque al menos fue un diálogo, se volvió tan sincero y humano, que el del Sindicato y el de Recursos Humanos comenzaron a llorar cuando le dije a ella que cientos de dirigentes en el país, como ella, ineptos, pero militantes del PCC, se estaban cargando la Patria. Cuando aquello todavía no había aprendido yo que era el sistema, pero ya lo intuía. Que no había solución al mal del país si no se lograba un cambio radical en todas las esferas.

Para ejemplificar sus desafueros enumeré varios casos de corrupción en la isla, cometidos por funcionarios ideológicos y egresados de la Escuela Superior del Partido Ñico López. Ella respondió “Yo no sé de qué tú me hablas“, que es más o menos lo mismo que les dijo Fernando y Jorge Fernández, director del Museo Nacional de Bellas Artes, a los artistas el pasado sábado.

Yo le dije, diez años antes de este sábado, que si no sabía era porque no se informaba del acontecer social; y que evidentemente con tantas lagunas histórico-culturales, sus conocimientos le servían para dirigir, si acaso, un puesto de croquetas, no un hotel, porque ni siquiera otro idioma, aparte del español, ella hablaba. Mucho menos aspirar al cargo que estaba aspirando (un cargo superior, que la pondría a dirigir a casi 4500 trabajadores). ¿Su único requisito? Ser militante del Partido y guataca de sus jefes. Obediente en todo. Como Rojas, Fernández, Toledo, Bones.

“Yo no tengo tiempo de informarme como tú” me dijo, y le comenté que era porque se pasaba toda la mañana sentada frente a la computadora. Me dijo que lo hacía para contestar las decenas de correos electrónicos que le llegaban, con acuerdos y orientaciones y le dije:

“También para mandar cadenitas de oración y postales de Gusanito.com, porque hoy me mandaste dos correos y los dos eran esas cosas”.

Yo todavía no sé, desconozco, como aquella mujer no me saltó al cuello. Debe haber sido porque no le dije una sola mentira; pero su frase final, lastimera, fue: “Yo no sé porqué tú me dices esas cosas, porque tú sabes el aprecio que te tengo”.

Instantes después, terminada la reunión, minutos antes de ir a tomarse la presión, que “la tenía a mil”, en la posta médica, fue al bar, se tomó un café y se fumó tres cigarros uno detrás del otro. Fiel a su naturaleza chismosa, la cual le había también criticado minutos antes, yo no sé por qué, le comentó a la del bar lo que había sucedido “allá dentro”. La del bar me lanzó una mirada de muy pocos amigos y me hizo con la cabeza un gesto de desaprobación.

De la posta médica fue llevada en ambulancia a la Clínica.

Ariel P.



 

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