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Cine y TV

Roma, de Alfonso Cuarón, “explicada” por Pavel Giroud Eirea

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Cuando ayer nuestro blog pidió opiniones a destacados realizadores cinematográficos y personas vinculadas de alguna manera al séptimo arte con relación al “polémico” film de Alfonso Cuarón Roma, fueron varios los que “declinaron la oferta”, mientras algunos argumentaban no haberla visto aún – Dean Luis Reyes, Manuel Iglesias, Jorge Luis Sánchez Grass, Sissy Gómez, entre otros – algunos otros se arriesgaron a emitir su criterio sabedores que, decir lo que nadie quiere escuchar, puede resultar un boomerang.

Unas de las opiniones que se nos quedó pendientes de publicar fue las del laureado realizador cinematográfico Pavel Giroud Eirea.

Pavel, sin embargo, en lugar de enviarnos un comentario – tal y cómo se le pidió – “desmenuzó” argumentos tras argumentos y esta mañana nos sorprendió con un mensaje a través del chat de Facebook en el cual respondió sin tapujos a nuestra pregunta. O digamos mejor: accedió a nuestra humilde súplica.

Luego, para placer nuestro, publicó en su perfil personal de Facebook sus opiniones acerca de la controvertida cinta que, como dijimos ayer, tiene a todo el mundo dividido en Netflix.

¿Por qué me gusta Roma, de Alfonso Cuarón?

Lo primero que debo aclarar es que no tenía la menor idea de que era la colonia Roma, ni como se vivía en ella y menos aún del entorno político y social de Mexico en la época en la cual se desarrolla la trama. De tal modo que, todo a lo que me enfrenté —exceptuando ese blanco y negro que los fotógrafos Mexicanos han patentado desde hace mucho como suyo— era nuevo para mi. Primer punto a su favor: La película me ha impulsado a conocer sobre todo eso.

Disfruto del cine en el que el autor sabe de lo que habla, más aún si es sensorial y apela a recursos visuales y sonoros (porque el sonido en esta película es tan exquisito como su visualidad), que solo el cine puede regalarte cuando eres su espectador y, justo aquí, veo a un autor que sabe de lo que habla y además, maneja esos recursos estéticos que solo el cine tiene, con absoluta maestría. Roma es la sofisticación de una rutina que Cuarón conoce muy bien. Muchos detractores alegan que hay impostura en esa sofisticación. Yo, sin embargo, lo veo —o lo quiero ver— como la idealización magna que todos hacemos de nuestra infancia; esos sucesos comunes sin importancia alguna para el resto de los que te rodearon, pero que en tu memoria, con el paso de los años, llegan a ser épicos.

Estoy convencido de que si yo pongo ese guión en la mesa de un productor, me dice que requiere trabajo; pero no por ello juzgaré a Cuarón. Él se ha ganado el privilegio de filmar un guión así, incluso, sin haberlo escrito escrito aún, apenas haciendo un Pitch de él. Si los productores ven en un guión o una idea de esta naturaleza, la necesidad de laborarlo más, es una manifestación más de lo que padece el cine hoy día. Y es a lo que voy y en lo que encuentro el gran beneficio de esta película. Roma parece película de una época en que los productores eran también autores.

En los 60, este film hubiera pertenecido, sin duda alguna, al club de los outsiders. Lo que ocurría entonces, es que esos outsiders convivían con naturalidad en el entorno mainstream. Bertolucci, Fellini y Truffaut caminaban por la alfombra roja de Cannes, pero también por la de los Oscar. Sus películas se programaban en salas comerciales, cierto que no al nivel de las de Hollywood, pero ahí estaban, mucho más presentes que ahora. Esa frontera se fue haciendo cada vez más aguda y una película como Roma hasta hace unas semanas, estaría destinada únicamente a festivales de autor, a plataformas como Filmin, a las salas casi inexistentes de cine alterativo o a sesiones y ciclos de cinematecas.

El cine comercial, que hasta los 90 tenía una cuota notable de seriedad, se ha debilitado tanto, dependiendo de efectos, mas que visuales, visibles; que la audiencia —dada en fechas como estas a repetir Home Alone, The Grinch o White Christmas o ande en busca de alguna en la que Rachel McAdams y Jamie Dornan se tiren pelotas de nieve (no se si existe, pero pudiera)— estuviera necesitada de un zarandeo como este, en forma de cine nuevo (aunque no lo sea), en el sofá de su casa, lográndose incluso, sorpresivamente, que la gente renuncie a la comodidad de ese sofá y prefiera irse a la sala de cine a verla. Todo eso es aliento para un modo de expresión que ha estado condenado a muerte desde hace mucho, pero siempre logra sobrevivir a sus potenciales victimarios.

Roma es oxígeno para el cine.

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