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Cuba

La historia de las ruinas del restaurante La Carreta y los vecinos del edificio

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Texto y fotos: Flavia Viamontes

Aquella Habana de los años 60 y 70, del  feeling, de las noches bohemias y llenas de glamour totalmente extinguidas, se desvanece todos los días un poco.  Y con ella aquellos sitios antológicos donde tantos cubanos fueron felices, tantas familias compartimos y de los que vivimos orgullosos en esta capital que un día fue diferente.

A la larga lista de sitios destruidos y en total ruina se adiciona el restaurante La Carreta. Situado en la calle 21 esquina a K, en las inmediaciones del mítico Coppelia y muy cerca de otros espacios de este tipo que también dieron de qué hablar en las noches habaneras de aquellos años.

La empresa de Restaurantes de Lujo que lo operaba lo mantiene abandonado y en total ruina. El gobierno municipal no hace nada por rescatar esta reliquia del patrimonio habanero, ni por los vecinos del edificio donde está enclavada La Carreta.

Acercarse al lugar es como llegar a una gran ruina. La suciedad, la destrucción, el mal olor se mezclan con el resentimiento y el dolor de ver cómo todo lo que un día fue ícono de esta ciudad, hoy es una completa hecatombe. La puerta principal está entreabierta y dentro está sentado, en una esquina, Lázaro Beltrán. Es la persona encargada de cuidar la destrucción y un montón de muebles viejos y rotos amontonados en una esquina.

El rincón de Lázaro en La Carreta

Lázaro cuenta a Cuballama que trabaja en el restaurante desde hace 21 años. Cuando lo cerraron, lo dejaron de custodio. Desde entonces casi vive en el lugar, a juzgar por el televisor pequeño y los precarios pozuelos con restos de comida que tiene alrededor. “No me hagan fotos, por favor. Estoy muy viejo y feo”, dice con sorna.  No tanto como este lugar, le digo. ¿Desde cuándo está en estas condiciones?

“Hace casi dos años. El deterioro que tenía el lugar por la falta de mantenimiento comenzaba a ser más que evidente y decidieron cerrarla cuando un cliente se accidentó porque le cayó encima un pedazo de techo”, relata. “Desde entonces, todo es más ruina y destrucción. Hace algunos meses vinieron y levantaron todo el piso”, comenta Lázaro con cara de resignación.

El techo, verde del moho, se filtra cada vez que llueve y ante tanta podredumbre proliferan las ratas, cucarachas y cuanto vector nos podamos imaginar.

¿Han dicho si vendrán un día a arreglarlo?, le pregunto y Lázaro, con desgano, solo se limita a encogerse de hombros.

Una carreta, un edificio y una historia muy larga

La Carreta se llamaba Restaurant Vienés y era propiedad de un polaco que también vivía en un apartamento del edificio. El dueño del apartamento donde vivía el polaco, solo recuerdan algunos, se apellidaba Salón.

“En sus inicios no tenía techo, sino que se resguardaban los comensales bajo una lona y estaba delimitado de la acera con grandes canteros sembrados con plantas. Eso fue por la década del 60”. La descripción me la da Margarita, una vecina del edificio del que forma parte el restaurante. Lleva viviendo en el lugar más de 60 años y conoce al dedillo toda la historia de este desastre que hoy tenemos ante nuestros ojos.

Después, cuando comenzó a ser propiedad estatal cambió al nombre por el que  hoy lo conocemos. Lo decoraron al mejor estilo campestre, con un ambiente muy acogedor, el techo de yaguas, un perfecto ranchón y los vecinos vivíamos en absoluta armonía con el lujoso restaurante de los bajos. Cuenta Margarita que por ahí desfilaron cantantes y actores famosos de la época, cubanos y extranjeros.

Fue después, aproximadamente en los años 70, cuando  comenzaron las obras de remodelación y el restaurante alcanzó las dimensiones que tiene hoy: bar, cafetería y dos salones para recibir a los comensales.

Maridaje La Carreta/vecinos no tuvo un final feliz

Todo ello, por supuesto, necesitaba una estructura más acorde y una tecnología mejor. Por lo que, en el mismo lugar,  con el mismo edificio centenario encima, los mismos cimientos y la misma estructura, se comenzaron a tirar paredes, ampliar espacios e introducir nuevas máquinas. “Ellos fueron poco a poco ocupando espacio y nosotros cediéndoselos”, pero aquel maridaje restaurante/vecinos no tuvo un final feliz.

Los grandes aparatos de refrigeración, extractores y enormes hornos hacían que, cuando todo aquello comenzaba a funcionar, viviéramos como dentro de una máquina de demolición, describe Margarita.

Y ahí mismo comenzó el bregar de los vecinos por instituciones gubernamentales para que alguien viniera a poner coto o a reparar el edificio que ya comenzaba a ver sus primeras grietas gracias al cimbrado casi constante de toda su estructura.

Margarita explica que luego de presentar algunas quejas, en 1978, cuando se celebró en Cuba el XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, por el CDR les pidieron recibir con bombo y platillo a una delegación que le asignaron, pero no recuerda la nacionalidad. Ante la preocupación de los vecinos porque los visitantes percibieran el mal estado del inmueble y quedaran descontentos, los organizadores “les prometieron” que después de la fiesta les repararían el edificio.

Las grietas de casa de Margarita

Han pasado 40 años y ya hoy las grietas son crónicas y más profundas. Rememora Margarita que en 2009 empezó a deteriorarse seriamente la parte del restaurante y la entonces Empresa de Restaurantes de Lujo, envió una brigada que repararía solo La Carreta. Aquello era un disparate, afirma. “¿Cómo vas a arreglar una parte del edificio y dejar la otra deteriorarse?”, cuestiona.

“Lo único que nos dejaron fue un susto muy grande pues casi que tenemos que intervenir en el  momento que intentaban tirar abajo dos paredes de carga”, agrega. Ante las protestas de los vecinos, la decisión fue retirarse y hacer poco o nada.

Años después, nuevas quejas mediante, la “empresa” envió una brigada de Viales, una entidad que se dedica a arreglar calles, no edificios. Claro, nada podían hacer. Nuevamente, la retirada.

Vista de la destrucción del edificio donde está La Carreta en ruinas

Margarita mira a su alrededor y me muestra las grietas en su casa. “Acá tenemos que gastarnos ocho mil pesos cada dos o tres años. Y somos mi madre anciana, mi hermana y yo. Ambas jubiladas. ¿Usted cree que hay pensión que aguante eso?”.

Sabemos de las carencias económicas por lo tanto, no pedimos que nos arreglen los apartamentos. Solo queremos que reparen el restaurante y la estructura de nuestro edificio. Las roturas de afuera son las que nos afectan dentro, acotó.

Máximo, otro vecino,  también tiene hendiduras en su cas. “Pero ¿sabe qué es lo peor? Que a escasos metros de acá se planea la construcción del que se dice será el más alto hotel de Cuba. ¿Puede concebirse algo igual?” Se refiere al que está en proceso por la Empresa Inmobiliaria Almest. Un inmueble que —aseguran— tendrá una altura de 154 metros, 42 pisos y 565 habitaciones y será de cinco estrellas.

Y se edificará, según las propias autoridades cubanas, con capital 100 por ciento nacional.

Al respecto, Máximo, casi en susurro, me suelta: “hay una bola de que se paró esa mega construcción, no sé”.  Y cuando el río suena…

¿En las manos de quién estamos?

La entrada del edificio

La última noticia que tuvieron a finales del año pasado los vecinos del edificio donde está La Carreta en ruinas, es que iban a demoler, asegura la anciana Margarita bastante alarmada. “Cuando nos enteramos fuimos a la Dirección Municipal de la Vivienda de Plaza, porque si hacen eso, nos quedamos, lógicamente, sin edificio”.

Allá encontraron al consabido funcionario para estos menesteres. “La Carreta está en manos del gobierno”, le aclaró sin dejarle hablar mucho. “¿Y nosotros, en manos de quién estamos?”, le preguntó Margarita.

Le certificó que en el primer trimestre de este 2018 vendrían a resolver el problema finalmente. Ya se termina el año y nadie les ha dado la cara. Y casi vencida está ya Margarita por el duro bregar que le ha tocado para tratar de resolver el problema de su edificio y de La Carreta.

“Lo peor es que a mis 65 años no creo que vea el resultado de mi inmueble reparado. Pero sí voy a ver el lujoso hotel a escasos 20 pasos de acá. Para eso sí hay esfuerzos y recursos”, se lamenta.

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