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Cuba

El juego de la bolita: la lotería cubana

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Es ilegal pero pocos se resisten. ¿Qué habrán tirado?, se preguntan algunos mientras aguardan con esperanzas a tener suerte en el juego de la bolita

Desde pequeña, cuando aún no sabía de qué se trataba el juego del que hablaban los adultos, ya repetía el refrán de mi vieja: “de enero a enero el dinero es del banquero”. Estando en la secundaria, con un grupo de amistades que investigaban la forma de ganar dinero rápido, fue entonces que entendí lo qué era la “bolita”.

En Cuba, la lotería se inició a principios del siglo XIX. Cuando llegaron los emigrados chinos difundieron la primera charada en la que los números se representaban con animales u objetos. Por esto, se le empezó a llamar “el juego del bicho”.

A Mamaíta, natural de Asturias y residente por muchos años en Puerta de Golpe, provincia de Pinar del Río, le costaba leer y escribir español. Sin embargo, se sabía cada número con sus múltiples significados de memoria. “Su número era el 9 y aunque no jugaba siempre, le decía a alguna amistad que lo tuviera presente para tal día. Y no fallaba”.

Esa misma cantidad de hijos tuvo la señora, pero solo uno siguió con la tradición de mamá. “Todos conocemos de esto, pero quien le sabe de verdad soy yo. No hay semana que no me saque un número. En el barrio hasta me llaman a la casa para contarme cosas que le hayan pasado, y con las adivinanzas descifro el clave del día. ¡Oye!, cuando recuerdo al pie de la letra cada pedazo del sueño, eso es fijo, le tiro sin miedo porque en el día viene”, declara Andrés, el menor de los hermanos.

Agustín se pasa las horas en la calle, viendo qué negocito se le pega. Lo mismo pone un clavo que chapea un patio. “Lo mío es tener aunque sea algo que ponerle a la charada”, asegura.

− ¿Qué habrán tirado?− se pregunta mientras averigua la hora. “El chama de la lista no me ha dado la luz y son más de las 11 de la mañana. A ver si por la tarde tengo suerte que se me está apretando la jugada”, reclama Agustín, debido a su mala racha por estos días.

Cerca de la Esquina de Tejas vive William, en una casa divida con su hermana. “Universidad para todos”, le dice ella cuando lo ve en la mesa con tantas tablas y libretas. “Ni para la escuela fue tan consciente. Ahora saca mejor las cuentas que cualquier matemático”.

−Tata, tu regalo este año sí va. Voy por 20 pesos para tu edad, el día del cumpleaños y el 49, que es borracho, porque tú llevas rato hablando de fiesta −afirma William.

Enseguida guardó la hoja, levantó el teléfono para llamar al listero y le dijo de carretilla cómo iban las apuestas. “Aunque es ilegal en Cuba juega casi todo el mundo, es por vicio. El que no apuesta habitual, cuando se le asfixia el bolsillo, un día al menos pone un pesito. Yo conozco quienes se lo ganan sin tener ni idea, y la conversión es 70 CUP con 100 CUP que cojas el número, te haces millonario”, añade.

En la actualidad, los banqueros llevan el control del negocio pero a ellos nadie los conoce. En caso de que los capturaran podrían aplicarle el artículo 219.1 del Código Penal que advierte: “El banquero, colector, apuntador o promotor de juegos ilícitos es sancionado con privación de libertad de 1 a 3 años o multas de 300 a 100 cuotas o ambas”. Además de la posible expropiación de bienes y dinero que hayan acumulado.

“Lo mío es anotar”, aclara un “listero” que prefirió el anonimato. “Por cada entrega gano el 25 por ciento y con eso me alcanza para vivir. Mi clientela no falla. Esa gente le pone más de cinco pesos diarios a varias opciones. Pero no me muevo de mi zona. Te embarcas si vas a otros lugares. Se te tira la policía y ahí mismo se acabó la historia. Tampoco fío, por eso no te tenido problemas”.

− ¿Cómo saber que salió? La gente siempre se enteran: por el radio, la antena y ahora el Internet. Luego se llama a todo el mundo y llega hasta Oriente. Se anota por la mañana y el tiro sale al mediodía. El de la tarde es de 5:00 a 6:00.

En un aula de preuniversitario a medida que la profe pasa asistencia a los alumnos, hay un muchacho que repite de memoria el lenguaje de la “lotería cubana”. Se ríe a diario de su compañera, el número 37: bruja. Él fue gallo en décimo grado, después ramera y ahora niño grande: la escaleta del 11 al 13.

“Yo no juego, pero mi mamá cada vez que tiene un chance lo hace. La mayoría de las veces se empata con la verdad y le entra dinero a la casa”, explica. De ahí aprendió el significado de los números.

Por vicio o necesidad en la mayor de las Antillas, sin cartones o décimos, igual se vive la ilusión de ganar la lotería. Aunque nadie conoce a alguien que se hayan hecho millonario aceptando con los números, aquí muchos esperan que cante el banquero, o que se actualicen las páginas de Internet para saber si este mes “llegó un milagro”.

Vladia Rosa García


 

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