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Cuba

Canel Bermúdez no enfrenta la “farsa”, más bien se esconde

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Una solución consecuente con ese modelo de país que Díaz-Canel Bermúdez dice impulsar sería, escuchar a los 14 de San Isidro y a los 30 del MINCULT, no esconderse del problema.

Seguramente estos le contarían cosas que él no las ha escuchado de la boca de ninguno de sus adulones asesores o consejeros.

Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, el llamado “presidente” de Cuba, hace muy mal, más bien pésimo, en llamar farsa al Movimiento San Isidro y en no enfrentar, sí, de frente, a quienes dice él arremeten contra la cultura cubana porque es el alma de la nación.

Un presidente con pantalones, como es su caso, porque es del sexo varonil, lo mejor que podría hacer en estos instantes es estar planchando su pantalón y camisa y arreglarse la corbata y dirigirse hacia el Ministerio de Cultura a escuchar las cuatro o cinco verdades que tienen que contarle Tania Bruguera, Yunior García Aguilera y Camila Lobón, entre otros, porque seguramente no las ha escuchado de la boca de ninguno de sus adulones asesores o consejeros. A no ser que sea un descarado y sí las haya oído; o las sepa.

Miguel Díaz-Canel Bermúdez, como muchos que lo respaldan y otros que le siguen el juego, parte del error de considerar que el Movimiento San Isidro, Denis Solís y Luis Manuel Otero Alcántara, son apenas un problema puntual y no un problema acumulado, con bases sólidas en la política de censura reiterada hacia el arte que le es incómodo al gobierno. Si no asume esta verdad, el dizque presi está muy jodido.



La otra verdad es que, antes que “explotara” San Isidro, ya las fuerzas culturales del gobierno habían oprimido a no pocos escritores, cineastas y teatristas, además de músicos y realizadores de audiovisuales; muchos de los cuales se plantaron el sábado frente al Ministerio de Cultura. Identificados con lo que estaba sucediendo con los 14 de San Isidro, esa masa intelectual que fue allí, a hablar con el Ministro, ni son pagados por el imperio, ni son mercenarios, ni están confundidos. Más bien se sienten identificados.

Díaz-Canel Bermúdez insiste en llamar “farsa” a lo sucedido en la sede de San Isidro, pero lejos de enfrentar el problema -digamos, tomar el toro por los cuernos y enfrentar la situación desde cero- la elude, reiteradamente. Por si fuera poco va a Twitter a descargar su muela revolucionaria, en la que cada vez menos gente cree. Especialmente los jóvenes. No lo digo yo, lo dicen las estadísticas de una nación que se avejenta año tras año porque los más jóvenes se marchan del país lejos de quedarse a contribuir al desarrollo productivo del suyo propio.

Una solución consecuente con ese modelo de país que él dice impulsar sería, ahora mismo, proponer él un diálogo con los 14 de San Isidro y con los 30 del MINCULT, y escuchar lo que tienen que decirle, que ellos le escuchen lo que él tiene que argumentar y debatir durante horas, días, hasta que se llegase a un consenso. Limitar planteamientos y respuestas a exposiciones de diez minutos, y no apertrecharse en discursos, que como norma suelen estar vacíos.

Solo que el ego y la adulonería han sido caldo de la Revolución en la que Canel Bermúdez se crió. Reunirse con esos “revoltosos” no está en sus planes, y si lo estuviese, muy probablemente tuviese que consultarlo. Porque pese a lo que él dice y por ahí afirman, él no dirige en Cuba y ni siquiera se manda él mismo.

Ariel P.

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